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Como parte de la cotidianidad, no era estigmatizado, pero Occidente lo desaprobó

Presenta el Museo Británico el arte erótico japonés más explícito y brillante

El shunga: ayuntamiento carnal, fue considerado un acto normal y abierto representado en imágenes y libros

Se trata de la exposición más amplia jamás montada sobre ese género

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Aspecto de la exposición Shunga: sexo y placer en el arte japonés, inaugurada en el museo londinenseFoto Reuters
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La muestra Shunga: sexo y placer en el arte japonés estará abierta en el Museo Británico hasta el 5 de eneroFoto Reuters
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La exposición Shunga: sexo y placer en el arte japonés, es la más amplia jamás montada sobre este géneroFoto Reuters
The Independent
Periódico La Jornada
Jueves 3 de octubre de 2013, p. 4

Londres.

¿Puede llegar a considerarse arte la pornografía hardcore? No en Occidente, donde la definición de arte ha desterrado desde hace mucho tiempo las representaciones gráficas del sexo a los ámbitos de hombres de largos abrigos y decadentes aficionados a lo perverso.

En Asia la situación es diferente, como los occidentales proclaman a veces con excesivo entusiasmo. El acto sexual se considera una actividad normal y abierta, que se representa en imágenes y libros, así como en almanaques médicos y guías de autoayuda. En ningún lado es esto más cierto que en Japón, donde un género de representaciones explícitas del ayuntamiento carnal llamado shunga (imágenes de primavera) floreció primero en rollos pintados y después en reproducciones en bloques de madera desde alrededor de 1600 hasta que fue desplazado por la fotografía y por la desaprobación moral occidental, hacia finales del siglo XIX.

No tenía nada de clandestino. De hecho, la mayoría de los mejores artistas de ese tiempo lo produjeron en gran número, y en sus días de gloria se publicaron unos dos mil libros, alrededor de una docena cada año. Puede que otros países hayan producido una imaginería igual de explícita, pero nada en escala comparable o con tal nivel de refinamiento artístico.

Es tiempo de dar al shunga el tratamiento que merece. Eso es lo que el Museo Británico se ha propuesto, con una gran exhibición que abre esta semana, junto con una muestra más pequeña del lado suave del arte erótico japonés en el Museo Fitzwilliam, en Cambridge. La exposición en el Británico es la más amplia jamás montada sobre este género, producto de cuatro años de investigación, e incluye 140 obras, más de la mitad prestadas por otras instituciones de todo el mundo. Se permite la entrada a niños, con orientación de los padres (menores de 15 años deben ir acompañados de un adulto en el Museo Británico). Y los gabinetes de exhibición vertical permiten al visitante tener un acercamiento muy personal a las detalladas y a menudo exageradas representaciones de genitales femeninos y masculinos.

Lo extraño para el ojo occidental, una vez que uno se sobrepone al impacto de semejante sexo explícito, es que muy pocas de las parejas –algunas homosexuales– aparecen desnudas. Mientras en el arte occidental el desnudo es una forma discreta de insinuar el sexo, en el arte japonés se le representa directamente con personajes vestidos a medias. Tal vez se deba en parte a que la desnudez nunca se ha considerado erótica en sí misma en Japón, pero también al deseo de los artistas, sobre todo después de la introducción del grabado en madera, de mostrar su destreza al reproducir texturas y telas.

Lo sugerente era la vista de la ropa íntima roja que usaban las mujeres, o el contorno de una mujer semidesnuda visto a través de un velo de gasa, o la imagen de pescadores de perlas aún mojados en su ropa interior. El Fitzwiliam tiene varios ejemplos de estas pinturas eróticas, llamadas abuna-e. En el caso del shunga, en contraste, las imágenes son demasiado directas: no comunican una insinuación de placer, sino el éxtasis del acto mismo, con parejas que se retuercen teniendo sus ropajes abiertos, y el posterior sentido de satisfacción.

Japoneses al fin, gran parte de la historia de fondo se cuenta en detalle: los rollos de papel higiénico que el hombre o la mujer llevan en preparación para copular, o el papel ya usado al terminar; el cinturón doblado al frente para indicar una cortesana y la cabeza rapada en la punta para marcar a un hombre maduro; el lujo del kimono para denotar riqueza, la caída de un mechón de pelo para sugerir actividad reciente.

El otro rasgo impactante de estas pinturas es lo consensual que es el sexo. Las mujeres disfrutan tanto como los hombres, a menudo más, enredando con las piernas la espalda del varón y jalando con fuerza la cabeza de él con las manos. Aunque aparecen consoladores y los preámbulos se realizan con cierto desgano, hay pocas escenas de violación o violencia, entre ellas una muy fuerte en los Jóvenes retoños de pino de Hokusai, y algunas escenas homosexuales tienen un sentido perturbador de un hombre mayor que explota a jóvenes flácidos. Pero lo que domina es la comunicación del éxtasis de la copulación heterosexual.

Y los artistas son estupendos. Utamaro, cuyos grabados de cortesanas famosas fueron considerados modelos de sobria belleza por coleccionistas occidentales del siglo XIX, produjo más libros y álbumes de shunga que obras no eróticas. El Museo Británico posee los mejores, entre ellos el Poema de la almohada, que lo hizo célebre en su tiempo. Poco se pierde en el detalle, o en la variedad de posiciones, pero no hay nada crudo en la fluidez de sus líneas y la armonía de sus composiciones, en las que la carne contrasta con la tela y los cuerpos se enlazan en rítmico movimiento. Al final el artista fue víctima de una de las rachas periódicas de censura del gobierno, y fue encarcelado no tanto por la franqueza de sus imágenes como porque al nombrar a las cortesanas y firmar con su nombre parecía desafiar a la jerarquía social. El gobierno del clan Tokugawa nunca aprobó el arte, pero tampoco lo suprimió del todo, aunque un bando de 1722 que prohibía la publicación de material licencioso llevó a artistas y editores a retirar sus nombres de las obras.

La mayoría de las obras en exhibición son de los llamados artistas ukiyo-e, como el propio Utamaro, maestros de la palabra flotante en los recintos de placer de Edo y Osaka. El gran Hokusai está aquí, con su celebrada pintura de una dama que recibe placer de un pulpo que la acicala y envuelve con sus tentáculos. Eisho, Eisen, Kuniyoshi y Kunisada eran prolíficos practicantes del género; el Fitzwilliam tiene algunos ejemplos magníficos de Katsukawa Shunsho, de un periodo, hacia finales del siglo XVIII, en que los artistas restringían deliberadamente su paleta para intensificar la fuerza gráfica. El único gran nombre que falta es Hiroshige, quien se inclinaba por el paisaje y tenía poco interés por el arte figurativo.

Aunque el entorno cultural de estas obras deriva de los recintos del placer y del mundo de entretenimiento de Edo (Tokio) en aquel periodo, el shunga no estaba asociado primordialmente con la prostitución y el burdel. En mucha mayor proporción representaba parejas de clase media, casadas o con otro tipo de relación, junto con historias, narradas en textos acompañantes y en exclamaciones relativas al sexo y su práctica. Te vienes muy rápido, se queja una dama en una pintura. Vas demasiado despacio, advierte otra.

Hay cierto elemento de fantasía masculina, la esperanza de que una mujer deba mostrarse tan ansiosa como el hombre. No deja de tenerse la sensación de que la mujer está allí para complacer al hombre o de que muchos de estos grabados tratan a la mujer como objeto. Por otra parte, resulta evidente que las mujeres eran quienes compraban el producto. Estos libros fueron en su mayoría tomados en préstamo de bibliotecas, transacción que realizaban las mujeres de la casa y, a juzgar por el número de publicaciones explícitas que bordan sobre las novelas románticas tan populares a finales del siglo XVIII y principios del XIX, estaban dirigidas a un mercado femenino que entendía las referencias.

Lo que trasluce de estas obras es su humor y humanidad, junto con su calidad artística. El arte del grabado produjo algunas de las más excelsas obras gráficas del mundo, como pronto reconocieron los impresionistas. Al mirar de cerca estos grabados se advierte una precisión en el trazo y un cuidado en la aplicación de tintas que resultan sencillamente asombrosos.

Cuando la fotografía irrumpió y Occidente obligó a Japón a abrirse, las obras fueron condenadas al armario como obscenas y obsoletas, parte del viejo mundo que los gobernantes japoneses deseaban dejar atrás. La cámara hizo que la pornografía se volviera realista y, por tanto, voyerista. El shunga nunca lo fue: celebraba la actividad más natural del ser humano con algunas de las imágenes del placer más explícitas y brillantes jamás producidas.

La muestra Shunga: sexo y placer en el arte japonés estará abierta en el Museo Británico hasta el 5 de enero, y la exposición La noche del anhelo: amor y deseo en grabados japoneses, del Fitzwilliam, hasta el 12 de febrero.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya