El poder de la Bolsa
as multitudes toman la calle y logran derrotar a los automovilistas. Y a los mexicanos del común que intentan transportarse en autobús, que salen del subterráneo Metro, más temprano que tarde, para topar con las huestes de la transición en presente continuo, con los electricistas todavía no jubilados, los maestros de la coordinadora, disidentes del SNTE, a quienes no alteró el pulso el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo. No era, no es la lucha con el cacicazgo en turno el impulso de su agitación. Han probado las mieles del poder y el control del gasto ajeno a sus cuotas; han puesto de rodillas a gobernadores que conservan la sumisión aprendida a su paso por el priato tardío, a izquierdistas librescos o radicalizados en asambleas de combatividad interna; en la disputa por las posiciones que se convierten en dinero contante y sonante.
Dicen que se fueron los oaxaqueños de la sección 22. Ellos dicen siempre que está en proceso la decisión de la asamblea, de las bases. Se dijo que hubo acuerdos en los diálogos de Bucareli. Se sabe que Gabino Cué, gobernador incierto de la tierra de Benito Juárez y de Porfirio Díaz, cede antes de que le exijan, concede sin que le pidan, adelanta pagos y otorga bonos pagaderos a la vista, como prueba de buena fe de que volverán a las aulas y habrá clases. Nadie sabe porqué. Los indignados conservadores del régimen oligárquico que viste alba toga democrática, acusan de todos los males que en el mundo han sido a los maestros
de la CNTE; piden castigo ejemplar a los que marchan y dejan a millones de niños sin clases, sin educación. Nadie aclara que hay algo más de cien mil trabajadores de la educación comisionados
al sindicato.
Y que el sindicato es uno, el SNTE. Los que han decidido trasladar su campo de batalla de Oaxaca a la capital de la República, esas bases a las que consultan los disidentes líderes de la coordinadora, tienen base, o bases, pero nunca dan clases. Lo suyo es la lucha de clases, la agitación, la toma de la calle que se sublimó con la toma del Zócalo. Los legisladores panistas le reprocharon a Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación en trance de ministro del interior, con funciones que envidiaría Fouché, haber hecho acuerdos con los maestros del lumpen que hizo suya la ciudad que Miguel Ángel Mancera aspira a convertir en ciudad-estado soberano. El de Bucareli negó haber hecho acuerdo alguno. Y algo ha de haber de cierto, porque son unos cuantos los combatientes de la CNTE que permanecen aquí. Y en casi todo el país salen a las calles los del SNTE.
Alguien no hizo la tarea, la labor de difundir entre los suyos, entre los que no llevan más de una década alzados contra la dirigencia formal del SNTE, aunque tengan que recibir los recursos de sus cuotas del líder enemigo, o de la maestra milagrosa tanto en su años de priísta como en los de la autonomía con la que deslumbró a los Fox y luego convenció a Felipe Calderón de que en verdad era dueña de gran poder político, auténtica maestra milagrosa que convenció a gobernadores priístas a cambiar de chaqueta y dejar a Roberto Madrazo en la estacada. Nunca fuera candidato de damas tan bien servido. Y nunca tan bien pagado, líder o cacique magisterial alguno. Los combativos manifestantes de la CNTE ya ni se acuerdan de la señora Gordillo. Esta semana dictó un juez formal prisión por fraude fiscal equiparado, o algo así, a la señora Gordillo. Jesús Murillo Karam, procurador general de la República es, como Osorio Chong, de Hidalgo; ambos fueron gobernadores de la tierra de Javier Rojo Gómez.
La lucha de clases no se acaba. Aunque tantas veces se confundan los papeles de explotadores y explotados. Aunque engorde el Quijote. Aunque desde el sitial de la cúpula alce la voz Claudio X. González para cantar la palinodia por los abusos de la reforma hacendaria y el presupuesto de ingresos que debaten los diputados, dueños del poder de la Bolsa desde que se constituyó la primera república moderna que otorgó al Congreso las facultades expresas para fijar los impuestos y asignar el gasto público. No esperaban Claudio X. y sus cofrades que Luis Videgaray borrara de un plumazo el dogma del cero déficit y adelantara el nivel de endeudamiento con el que podría dejar atrás la parálisis, ejercer el gasto público, en el que efectivamente no hay subejercicio, sino ausencia de gasto, nada.
Extraños tiempos estos en los que una política económica anticíclica es condenada por los partidos de izquierda: nada de deuda. Nada de aumentar impuestos. Coinciden dogmas y fetiches. En Washington, los engendros de la ultraderecha de la que Barrry Goldwater fue profeta y Ronald Reagan vicario en la Tierra, los del Tea Party que llega al poder con la obsesión de desmantelar el poder constituido, han paralizado al gobierno y no votan la autorización al aumento del techo de la deuda. Si el socialista
Barack Obama no acepta que den marcha atrás a una ley que aprobaron ambas cámaras, que se hunda el maléfico Estado; que se declare la suspensión de pagos, aunque arrastre al mundo entero a una crisis económica de consecuencias imprevisibles. Aquí, el desencuentro de Videgaray y Cordero en la hora triunfal de Agustín Carstens, a quien una publicación especializada declara el mejor presidente de banca central del mundo. A pesar de su ortodoxia
, dicen.
Los refresqueros publican manifiestos y otros se quejan por el final de la consolidación
corporativa que permite no pagar impuestos al incorporar las pérdidas de sus empresas satélites. No sorprende que se quejen quienes ven mermados sus privilegios. Pero el diluvio que vino y la sequía que se anuncia van a exigir un gasto público mayor y mejor distribuido. Y el contagio de las barricadas callejeras impide que en el llano y entre las izquierdas se reconozca la importancia, el valor simbólico, del impuesto a las ganancias en la bolsa de valores, donde celebraron la compraventa de Banamex y de la cerveza Corona, dos operaciones de miles de millones de dólares sin pagar un centavo de impuestos. Diez por ciento han de pagar, según la iniciativa presentada por el discípulo de Pedro Aspe, graduado del ITAM, compañero de banca de Ernesto Cordero. Luis Videgaray se animó a salir del yugo del cero déficit impuesto por Francisco Gil, el afamado vicepresidente económico de la república retroactiva.
La toma del Zócalo y la proliferación de protestas son el caos anarquizante. Asusta a quienes temen que los alcancen las llamas que arden en el llano. Peña Nieto y los suyos tienen demasiados fierros en la lumbre, dicen. No, lo que hay es un abismo de desigualdad. Burlas como la multa de 7 mil 791 millones 300 mil pesos impuesta al ex gobernador de San Luis Potosí, Marcelo de los Santos, por el desvío de mil 500 millones de pesos que solicitó al término de su gestión; y lo usó en gasto corriente
cuando le fue autorizado para infraestructura.
Hay que llamar a la solidaridad clasemediera. Hacer un colecta popular para pagar la multa. Las mujeres que han parido en el suelo, afuera de las clínicas de salud en Oaxaca y Puebla, son folklore, expresión dantesca de nuestro racismo, de la discriminación clasista. Marcelo, el prestamista que el PAN hizo gobernador, no es pariente del cacique del árbol que da moras. Es tamañito así, manifestación de enanismo político. Burla descomunal del desmantelamiento de las instituciones del poder constituido.