árrega, Moreno Torroba, Albéniz, Falla, Granados, Ruiz Pipó, Rodrigo, Ponce, Brouwer… estos son apenas algunos de los nombres (más de una veintena, por lo menos) que pasaron por mi cráneo mientras escuchaba la soberbia presentación del guitarrista Paco de Lucía en el Auditorio Nacional, hace apenas unos días.
Por si alguien interpreta esta observación mía en el sentido de que Paco de Lucía ha estudiado y asimilado a estos y otros compositores, me apresuro a aclarar: lo que he querido decir es que los caballeros arriba mencionados, así como muchos otros, se han acercado por distintos caminos (y con resultados diversos) a la inagotable fuente sonora del flamenco, han bebido de ella, y han saciado su sed con generosos tragos de fandangos, bulerías, seguidillas, soleares, tangos, polos y otras manifestaciones de esa fascinante cultura musical.
Escuchar un recital como el que Paco de Lucía ofreció esa noche es asistir, antes que nada, a un acto musical intenso, amoroso, apasionado y de un altísimo nivel técnico y expresivo. Al mismo tiempo, es presenciar una elegante y perfectamente bien armada continuidad sonora y escénica de la que ha sido desterrado, venturosamente, el tristemente usual formato de ahí les van dos docenas de piezas de a tres o cuatro minutos y vámonos a dormir
.
Por el contrario, cada obra interpretada por Paco de Lucía y sus colaboradores (todos ellos de un nivel artístico semejante) fue una extensa y bien desarrollada propuesta estructural que convocó (aquí, el término obligar no aplica) al público a un bien recompensado ejercicio de atención y concentración. ¡Qué deleite, percibir las múltiples ramificaciones del desarrollo de las ideas presentadas por una guitarra de insondables alcances! ¡Qué placer, presenciar la amalgama de esa guitarra con otra guitarra, con cantaores, con una delicada batería de percusión, con un discretísimo teclado!
Y para quienes no somos conocedores profundos del flamenco, hubo lugar a las sorpresas. Por ejemplo, que entre los momentos sublimes del recital estuvieron las espléndidas intervenciones de la armónica, ejecutadas por un músico con el eufónico nombre de Boquerón de Chamberí, que en lo personal me remitieron a una consideración que hasta ahora no me había planteado: la posibilidad de trazar algún vaso comunicante (llamado melancolía) entre el flamenco y el blues. Otra sorpresa: escuchar un solo de flamenco puro tocado en un bajo eléctrico de cinco cuerdas.
Y también resulta que cuatro pares de palmas batiendo alegremente a contratiempos diversos pueden crear una sabrosa y compleja polipercufonía (¡santo neologismo, y que la Real Academia se apiade de mi alma!) para complementar de manera ideal la filigrana del punteo guitarrero de Paco de Lucía.
Si se me permite recurrir en este momento a un cliché, aprovecho la venia para comentar que el bailaor que vino con Paco de Lucía, volcánico y energético, reafirmó con creces aquello de que un practicante del flamenco es un gitano apasionado que escupe flores de fuego y después las extingue bajo sus tacones.
La poderosa y a la vez profundamente evocativa colección de piezas interpretada esa noche por Paco de Lucía y sus colaboradores fue una elegante y muy disfrutable demostración de que un músico de ese calibre puede perfectamente sintetizar, sin contradicciones, lo mejor del flamenco tradicional con numerosos e inconfundibles elementos de modernidad, manteniendo intacta la esencia de la música sin caer en los excesos y defectos de tantos híbridos amorfos y fusiones descabelladas que circulan por ahí agazapados bajo la multimodal etiqueta de World Music.
Sin duda, Paco de Lucía es el epítome contemporáneo del flamenco de antes y el flamenco de hoy, sin costuras ni dislocaciones entre lo uno y lo otro. Además de la gozosa lección de flamenco ofrecida esa noche, se agradece a Paco de Lucía su convicción de que para embelesar a un público atento y respetuoso, no hace falta la palabrería vacua, ni la retahíla de chistes (públicos o privados) ni el cachondeo cómplice y recíproco. Hace falta, solamente, subir al escenario a hacer música excelente, con la mezcla adecuada de sobriedad, pasión y conocimiento de causa. Todo eso es, finalmente, Paco de Lucía.