Opinión
Ver día anteriorMiércoles 23 de octubre de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La agenda de la reforma eclesial de Francisco
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u sonrisa nerviosa casi borra los ojos que parecen dos líneas cóncavas. Es el cardenal hondureño Óscar Rodríguez Maradiaga, elegido por el papa Francisco para presidir las reformas a la curia romana, quien concluye la larga entrevista con el diario italiano de izquierda L’Unita. Rodríguez parece inquieto con algunas afirmaciones contundentes suyas y espera no causar mucho ruido entre los grandes príncipes de la Santa Sede. Fue enfático al precisar la necesaria reforma de la Secretaría de Estado y la nueva estructuración de la curia romana y todos sus dicasterios. El punto delicado es que no serán retoques, sino una amplia reforma de la curia. Necesitaremos tiempo. Con razón Sandro Magister, vaticanista cercano a los círculos curiales, reconoció en su última entrega a L’Expresso que las innovaciones que ha venido verbalizando Francisco sobre el gobierno central de la Iglesia están causando en la curia ansiedad, por no decir terror. Rodríguez Maradiaga, hombre de entera confianza de Mario Bergoglio, integra un grupo de cardenales de diferentes partes del mundo, llamados pomposamente por la prensa italiana el G-8, que es un nuevo órgano creado por el papa Francisco, cuyo principal objetivo es ayudar al santo padre en el gobierno de la Iglesia universal y estudiar un proyecto de revisión de la constitución apostólica Pastor Bonus que rige la curia romana dese 1988, cuando fue instituida por Juan Pablo II, precisión hecha por el ineludible vocero del Vaticano, Federico Lombardi.

Francisco ha hecho algo que parecía imposible: colocar en la agenda de la Iglesia profundos cambios de forma y de fondo. Entre el 3 y el 5 de octubre, este consejo de cardenales estuvo reunido en el Vaticano con el fin de asesorar al Papa para realizar no sólo la reforma de la curia, sino rediseñar el gobierno de la Iglesia y construir nuevos esquemas de colegialidad. En la mesa se pusieron sugerencias, diagnósticos y recomendaciones de obispos, sacerdotes y laicos de los cinco continentes. Tan sólo Giuseppe Bertello, gobernador del Estado Vaticano, aportó 180 documentos y sugerencias que recogió entre la estructura romana. La reunión partió de las indicaciones de las congregaciones, reuniones de cardenales previas a la elección pontifical en marzo pasado, que se resumían en cuatro grandes rubros: los Vatileakes y divisiones internas, los escándalos financieros, la pederastia eclesial y la necesaria reforma de la curia. Pero la principal preocupación de Francisco es que la Iglesia debe asumir una actitud de mayor acercamiento hacia sus fieles.

El papa Francisco, de 76 años, sabe bien que si quiere reformar la estructura de poder del Vaticano debe ser pronto mientras tiene fuerzas, liderazgo y lucidez. Sabe que la reforma no se agota con la curia ni es su fin último, porque aspira, como ha repetido, a reconstruir una Iglesia mucho más viva, vital y gravitante entre las personas. No a partir del poder simbólico y terrenal, sino a través de una revolución de su pastoralidad. Francisco reafirma la identidad evangélica, quiere una Iglesia más cerca del pueblo, diciendo: La Iglesia es o debe volver a ser una comunidad del pueblo de Dios. Los presbíteros, los párrocos, los obispos están al servicio del pueblo de Dios. La Iglesia es esto. Pero para poder lograr este cambio de actitudes debe asegurar una estructura de servicio: intelectual, teológica y logística que desde Roma apoye los esfuerzos locales. Francisco ha cuestionado que la curia se sirve de la Iglesia y su misión debe ser contraria, es decir, la burocracia vaticana debe estar al servicio de las iglesias locales y de los esfuerzos pastorales territoriales. Por ello la importancia de transformar el corazón jerárquico y jurídico de la Iglesia a la que el Papa ha cali­ficado de narcisista, principesca y vaticanocéntrica o la equipara a una lacra. “He decidido –dijo Francisco– como primera medida nombrar un grupo de ocho cardenales que sean mi consejo. No cortesanos, sino personas sabias y que comparten mis sentimientos. Esto es el comienzo de una Iglesia con una organización no sólo verticalista sino también horizontal.” El punto toral aquí es la elaboración de una nueva y radicalmente diferente constitución apostólica Pastor Bonus, que ni más ni menos es la normatividad, organigrama y distribución de las principales tareas y funciones de la curia.

Francisco no pretende inventar el hilo negro ni sorprendernos con exquisitas apuestas novedosas; por el contrario, se abre al espíritu conciliar y a la tradición de la Iglesia, que ha sido cercenada por los núcleos conservadores durante 50 años. Reposiciona el concilio al decir: El Vaticano II decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que eso significa ecumenismo y diálogo con los no creyentes. Pero después se hizo muy poco en esa dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo. Si bien la Iglesia no está acostumbrada a los cambios bruscos, su actual circunstancia la obliga a apurarse. La agenda es larguísima y los acentos dependerán de las prioridades. Existen algunos indicadores más precisos que nos orientarán sobre el alcance real de los cambios en Francisco; uno de ellos es el nombramiento de obispos cuyo perfil sea de pastores inteligentes y comprometidos; ¡basta de burócratas mediocres! Una verdadera apertura a temas de la sexualidad, en especial el rol de la mujer dentro de la Iglesia, los católicos vueltos a casar, los homosexuales. Sin duda, se debe otorgar mayor libertad teológica, tanto en la docencia como en la investigación y en publicaciones; repensar el papel de los nuncios que se convierten en reyezuelos tiránicos de la fe; posiblemente crear estructuras regionales que auxilien al Papa en diversas tareas apostólicas. Francisco ha declarado que cuando me topo con un clerical, me vuelvo de repente anticlerical. El clericalismo no debería tener nada que ver con el cristianismo. Ahí debe replantear la pastoral de los laicos con nuevos roles para los seglares, porque los laicos han sido domesticados y sometidos a un clericalismo medroso. Se deben retomar institucionalmente los temas del evangelio social, como los derechos humanos, los pobres, los excluidos, migrantes, mujeres, etcétera. A nivel de Roma no basta la trasparencia en el manejo de los recursos, sino un moderno manejo, pulcro y honesto de las finanzas de la Iglesia. Es necesaria una verdadera internacionalización de la curia siguiendo el camino que trazó Paulo VI y evitar la sobrerrepresentación tanto europea como italiana; restructurar la poderosa Congregación para la Doctrina de la Fe para que deje de ser una entidad de coerción; celibato. En fin, la agenda es enorme, así como las expectativas y seguramente las reticencias que no tardarán en hacer presencia.