na de las no muy abundantes buenas noticias en el plano multilateral, manifestada en las semanas recientes, se refiere a la llamada cuestión nuclear de Irán
, considerada a lo largo de los últimos años como quizá la más dura de las amenazas a la paz y la seguridad internacionales. No ha dejado de llamar la atención de los analistas internacionales que tal calidad se atribuya a un programa de desarrollo nuclear de un país parte del TNP (Tratado de no Proliferación Nuclear) y sujeto a la inspección y salvaguardias de la AIE (Agencia Internacional de Energía Nuclear), cuyos inspectores nunca han señalado haber encontrado pruebas suficientes para asegurar que ese programa se orienta a finalidades bélicas, si bien han constatado ciertas irregularidades e inexactitudes en la contabilidad y localización de algunos materiales radiactivos. Parecería que constituye amenaza mayor la existencia, que nadie duda, de la capacidad nuclear de Israel, país no signatario del TNP, poseedor de un arsenal subrepticio, ajeno a toda supervisión.
Suspendidas por largo tiempo, las conversaciones respecto de la cuestión nuclear iraní se reanudaron a mediados de octubre en Ginebra, entre las representaciones de la República Islámica de Irán y el P5+1
, clave que identifica a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia) más Alemania (integrada a este grupo desde principios de siglo, cuando fue miembro electo del Consejo). Se reanudaron, según la mayor parte de las informaciones y análisis, bajo buenos auspicios, quizá inesperadamente positivos. Esto se atribuye sobre todo a la actitud diferente asumida por la delegación iraní, designada por el gobierno electo recientemente. Se ha vuelto a abrir, de esta manera, la puerta al diálogo, a la negociación, es decir, a la racionalidad.
Esta reapertura obedeció, me parece, a dos factores de peso similar. Por una parte, el cambio de gobierno en Irán y, por otra, una convicción creciente –aunque no declarada de manera explícita– de que la vía de las sanciones contra Irán, tanto las aprobadas por el Consejo de Seguridad como las más amplias dictadas unilateralmente por Estados Unidos y la Unión Europea, no sólo ha demostrado en forma cada vez más clara su inefectividad y sus efectos secundarios indeseables sobre la población iraní, sino que potenciaba el riesgo de, a fin de cuentas, resultar contraproducente. Sin entrar en demasiados detalles respecto del primero de estos factores, baste señalar la percepción generalizada de que un gobierno que solía conducir sus relaciones internacionales mediante procedimientos y actitudes a menudo innecesariamente confrontacionistas y hostiles, fue sustituido por otro que, por el contrario, subraya la búsqueda de posibilidades de conversación, negociación y entendimiento, incluso en los temas más conflictivos, sin sacrificio de los objetivos nacionales concernidos. En otras palabras, un cambio importante de tácticas que, de entrada, no supone una modificación ex-ante de las cuestiones de fondo.
Las sanciones, en especial las unilaterales –ilegales desde el punto de vista del derecho internacional–, han abarcado cuestiones políticas: como limitación de viajes internacionales; comerciales: prohibición de importaciones y exportaciones, sobre todo de bienes y servicios vinculados directa o indirectamente con la industria nuclear y con asuntos militares; financieras: embargos de depósitos y otras disponibilidades en bancos de instituciones y personas a las que se considera vinculadas con el programa nuclear, entre otras. En algunos casos, como el de ciertas sanciones estadunidenses, instituciones de terceros países se han visto forzadas a aplicar también las sanciones en sus transacciones con Irán, en un caso de alcance extraterritorial de disposiciones nacionales. Si bien se acepta que dichas sanciones han afectado severamente diversos aspectos de la vida económica iraní, así como de la vida diaria –disponibilidad de medicamentos importados, por ejemplo– no han provocado la detención del programa nuclear, cuya naturaleza pacífica ha sido reiterada por el nuevo gobierno iraní. Han reforzado, más bien, la intención de llevarlo adelante.
Tras los discursos de los presidentes Obama y Rouhani en la Asamblea General de la ONU en la segunda parte de septiembre, cuyo tono y contenido abrió la puerta a la reanudación de contactos y conversaciones entre Irán y el P5+1, la primera ronda de discusiones tuvo lugar en Ginebra el 15 y 16 de octubre. Hubo una amplia coincidencia en ofrecer una visión positiva del ambiente en que se desarrollaron los contactos, de la seriedad e interés de los planteamientos presentados por la parte iraní, de la respuesta positiva e interesada en principio que los mismos suscitaron y de la amplia perspectiva que abren para llevar adelante negociaciones, precedidas por contactos técnicos aclaratorios, a principios del próximo noviembre. Es muy positivo que nadie esté arrastrando los pies.
Los planteamientos hechos por las partes se mantuvieron en reserva, pero buen número de funcionarios de una y otra parte ofrecieron apreciaciones y diversos puntos de vista. Se sabe así que, al tiempo que la delegación iraní previno contra un proceso demasiado prolongado en el tiempo, propuso un procedimiento de tres fases: en la primera, a partir de las posiciones iniciales, se trataría de alcanzar una visión compartida del resultado final
. En otras palabras, una visión del tipo de actividad nuclear de Irán que resultaría aceptable para las partes, en el entendido de que no resultaría razonable la pretensión de una interdicción completa. La segunda fase definiría los pasos, acciones y tiempos para llegar a tal resultado final, pari passu con el levantamiento progresivo de las sanciones. Un camino de dos vías: limitación de ciertas actividades nucleares de Irán y retiro progresivo de las sanciones occidentales y multilaterales. Este proceso desembocaría en la materialización del resultado final. Una situación, podría decirse, en que el programa nuclear de Irán fuera visto con el mismo grado de confianza que otros programas nacionales, de estados parte del TNP y sujetos a la vigilancia y salvaguardias de la AIEA.
Es claro que no se trata de un camino libre de obstáculos y dificultades, que exige actitudes positivas y comprometidas desde el principio. También es cierto que encierra una promesa mayúscula: la posibilidad real de establecer en el Oriente Medio una zona libre de armas nucleares.