Sábado 26 de octubre de 2013, p. a16
El blues consiste en contar historias, definió el maestro Albert King (1924-1992) y esas historias esplenden ahora en los estantes de novedades discográficas, contenidas en el álbum titulado Albert King. Roadhouse Blues, que recopila 11 obras maestras de este que es uno de los grandes epígonos del género, al lado del alado Buddy Guy, cuyo reciente álbum reseñamos hace un par de semanas (http://goo.gl/0W7nnO) y como las casualidades no existen, sino las causalidades, ambos artesanos, King y Guy, heredaron las armas de la generación anterior de grandes blueseros y las escanciaron en influencias múltiples, muchas de ellas coincidentes, pues Albert King es figura determinante en el blues que practicaron o practican aún Stevie Ray Vaughan, Jimi Hendrix, Jeff Beck y Eric Clapton, en proporción semejante a como lo es, también, Buddy Guy.
¿Cuáles son las historias que cuenta Albert King?
Nos narra las historias propias del blues, situaciones prototípicas, ambientes propicios que fungen a manera de metáforas de la esencia del blues, que no es la tristeza sino la insurgencia, la resistencia ante el infortunio, el espíritu de combate, las alas del guerrero.
Así como, por ejemplo, el género operístico posee constantes y divisas en las historias que cuentan las óperas (generalmente enredos sentimentales, líos pasionales, violencia emocional, entre otras linduras), las historias que cuenta el blues tienen que ver, en cambio, con la vida cotidiana de sus héroes: instantes autobiográficos, situaciones domésticas, escenas callejeras, historias, siempre, muy sencillas pero decidoras.
¿Qué historias nos cuenta Albert King?
En este disco, relanzado ahora en una remasterización, a partir de la antología original, publicada en 1991 como una celebración de sus obras maestras registradas en la disquera Stax, don Beto Rey (Albert King, je) nos tiende 11 relatos que valen, insistimos, no por sus historias literales, es decir, no por las situaciones en sí, sino por sus significados existenciales.
Inicia con I’ll play the blues for you, que explica la naturaleza de esta música conciliadora, reparadora, sanadora: si te sientes triste y sola, no te preocupes, nena, ven conmigo, yo voy a tocar blues para ti, con mi guitarra, para sanar tu sufrimiento. No soy superestrella –sigue Albert– ni tengo un gran nombre, sólo tengo mi guitarra y mi blues, para confortarte, beibi.
En el siguiente corte, I can’t hear nothing but the blues, don Albert King se sincera: será porque tengo un temperamento diferente –dice– o porque tengo muchas cosas en mi interior, no lo sé. Lo único que sé es que no puedo oír otra cosa que no sea blues. Y dice, en el micrófono: excuse me
y eso funciona como un dejo de caballero, una fina cortesía, pues el maestro deja en ese momento de cantar para soltar un riff estremecedor, donde vierte el alma entera, con todo y sus preocupaciones, sus sufrimientos y, sin que se trate de una contradicción, sus momentos de felicidad, que consisten en tocar el blues, escuchar el blues. Solamente el blues.
Pero, un momento, que otra vez ya el lector de discos compactos llegó al track 5, Rodadhouse blues, que da nombre al disco entero, y esto es, señoras y señores, que el tiempo se detiene y aparece en el firmamento una tormenta eléctrica alucinante y suena: la sucesión de riffs electrizantes, sublimes, plenos de una intensidad que contiene muchas vidas, muchas vivencias, muchas compañías y muchas soledades.
He aquí, mortales, la guitarra inmortal de Albert King, que tiene forma de cometa y se llama Lucy, pariente cercana de Lucille, la dama de su querido amigo y colega B.B. King y este hombre, don Albert King, integrante de la mejor realeza blusística, cierra los ojos y arremete sus 120 kilos de peso y su uno 90 de estatura y su mano, qué digo mano, su manaza, su dulce garra de oso negro izquierda acaricia gentilmente las cuerdas de su guitarra que, a diferencia de ese otro divino zurdo alumno suyo, Jimi Hendrix, no invirtió el orden de las cuerdas para zurdear diestramente.
Y así, ensimismado en su grandeza, el guerrero Albert King nos platica de su angustia por sus deudas económicas, por la abundancia de trabajo y la poca paga, por sus alegrías, sus euforias y melanco-lías. Y nos dice, a fuerza de riffs poderosísimos, enardecedores himnos de batalla, que no nos rindamos, que demos la batalla, porque en eso consiste el blues, blús, blúuuuuuuussssss.