i colaboración anterior terminaba con apenas el enunciado de lo que Éric Toussaint ha llamado crímenes de las instituciones de Bretton Woods que han acompañado a la corrompida moneda de reserva que emite el imperio. Daba algunas razones de orden económico por las que debemos en el mundo entero abogar por el remplazo del Banco Mundial (BM) y el FMI.
Pero inicié también la enumeración de algunas de las acciones criminales del BM y el FMI en el tercer mundo, producto de la investigación de Toussaint.
No hay duda: la más abominable cara del imperio y sus aliados son las matanzas que han llevado a cabo sus ejércitos, o las que han obligado a realizar a sus subordinados del tercer mundo. Pero detrás de esta horrenda cara que aparece al frente, están detrás el BM y FMI, colaborando con la parte ominosa que les corresponde.
En materia de medio ambiente, el BM prosigue el desarrollo de una política productivista desastrosa para los pueblos y nefasta para la naturaleza. Sin embargo, consiguió que se le atribuyera la gestión del mercado de los permisos de contaminación.
El BM financia proyectos que violan flagrantemente los derechos humanos. Entre los proyectos directamente apoyados por el Banco Mundial, se puede poner como emblemático el proyecto de transmigración
en Indonesia (1970-1980) que tenía componentes que pueden considerarse crímenes contra la humanidad (destrucción del medio natural de poblaciones indígenas, desplazamiento forzoso de poblaciones). Recientemente, el Banco Mundial financió íntegramente la mal llamada operación de salidas voluntarias
en la República Democrática del Congo, un plan de despidos que violó los derechos de 10 mil 665 empleados de Gécamines, empresa minera pública situada en la provincia de Katanga. Estos ex empleados esperan todavía el pago de sus salarios atrasados y las indemnizaciones previstas por el derecho congoleño.
El Banco Mundial y el FMI favorecieron el surgimiento de factores que provocaron la crisis de la deuda que estalló en 1982. En resumen: a) el BM y el FMI empujaron a los países a endeudarse en unas condiciones que llevaban al sobrendeudamiento; b) presionaron, incluso forzaron, a los países a levantar los controles sobre los movimientos de capitales y sobre el cambio, acentuando la volatilidad de los capitales y facilitando de esa forma su fuga; alentaron a los países a abandonar la industrialización por sustitución de importaciones en provecho de un modelo basado en la promoción de las exportaciones.
Disimularon los peligros que ellos mismos habían detectado: sobrendeudamiento, crisis de pagos, transferencias netas negativas…
Desde el estallido de la crisis en 1982, el Banco Mundial y el FMI favorecieron sistemáticamente a los acreedores y debilitaron a los deudores.
El Banco Mundial y el FMI recomendaron, incluso impusieron, políticas que hicieron recaer el pago de la crisis de la deuda sobre los pueblos, privilegiando al mismo tiempo a los más poderosos.
Estas mismas instituciones prosiguieron con la generalización
de un modelo económico que aumenta sistemáticamente las desigualdades entre los países, y en el interior de los mismos.
En los años 90, el BM y el FMI, con la complicidad de los gobernantes, extendieron sus políticas de ajuste estructural a la mayoría de los países de Latinoamérica, África, Asia, y Europa central y oriental (comprendida Rusia).
En este último país, las privatizaciones masivas fueron concretadas en detrimento del bien común y enriquecieron de manera colosal a un puñado de oligarcas. Reforzaron las grandes empresas privadas y debilitaron tanto a los poderes públicos como a los pequeños productores. Agravaron la explotación de los trabajadores y aumentaron su precariedad. Lo mismo hicieron con los pequeños productores.
Su retórica sobre la lucha por la reducción de la pobreza no termina de encubrir una política específica que reproduce y refuerza las propias causas de la pobreza.
La liberalización de los flujos de capitales que sistemáticamente estas instituciones han privilegiado ha fomentado la evasión fiscal, la fuga de capitales y la corrupción.
La liberalización de los intercambios comerciales reforzó a los fuertes y aisló a los débiles. La mayor parte de pequeños y medianos productores de los países en desarrollo no pueden resistir a la competencia de las grandes empresas, ya sean del norte o del sur.
El BM y el FMI actúan junto a la Organización Mundial del Comercio, la Comisión Europea y los gobiernos cómplices para imponer una agenda radicalmente opuesta a la satisfacción de los derechos humanos fundamentales.
Desde que la crisis golpea a la Unión Europea, el FMI está en primera línea para imponer a las poblaciones de Grecia, Portugal, Irlanda, Chipre… unas políticas que ya fueron impuestas a las poblaciones de los países en desarrollo, a las de Europa central y oriental en los años 90.
El BM y el FMI, que pregonan la buena gobernanza en todos sus informes, abrigan en su seno comportamientos sumamente dudosos.
Estas dos instituciones mantienen a la mayor parte de los países en la marginalidad, a pesar de que esos países constituyen la mayoría de sus miembros, y privilegian a un puñado de gobiernos de los países ricos. La gestión de la crisis iniciada en 2007, no ha dejado duda sobre su forma de actuar.
En resumen, el BM y el FMI representan unos instrumentos despóticos en manos de una oligarquía internacional (unas pocas grandes potencias y sus sociedades trasnacionales) que refuerza un capitalismo internacional, destructor de la humanidad y de la naturaleza.