a curadora de esta exposición se ha comunicado conmigo y me ha proporcionado información respecto de los pasos que dio en vistas a su consecución, las limitaciones de tiempo que inevitablemente surgieron y los consabidos avatares que acompañan cualquier proyecto. Desde aquí quiero expresarle mi agradecimiento, pero también insistir en el aspecto algo monótono, digamos que poco alentador, con el que transcurre la muestra una vez recorrido el aspecto histórico
mismo que ocupa aproximadamente media exposición.
Tal vez hubiera sido buena idea instaurar una curaduría alterna que permitiera echar más luces acerca del devenir de la escuela durante las últimas décadas y también revisar en alguna medida ciertos aspectos que pudieron haber llegado a mayor definición, como la escultura en talla zoomorfa que se encuentra ubicada junto a la talla frontal del escultor Luis Ortiz Monasterio, casi al inicio de la exposición. Esta obra aparece como de autor anónimo, pero en realidad al parecer corresponde a uno de los viejos escultores de La Esmeralda o tal vez a alguno de sus más cercanos discípulos, en el primer caso se trataría de Lebrón García Ramírez y en el segundo de Fernando Gálvez, el detalle de las figuras zoomórficas de la fachada del recinto, se me dijo, son de la misma autoría, este dato proviene de un artista que conoció la escuela desde la época de Antonio Ruiz, me refiero al maestro Tomás Parra.
Varias de las piezas del acervo del Museo de Arte Moderno (MAM), que fueron incluidas, son obras señeras del arte mexicano de la primera mitad del siglo XX, como el Retrato de Guadalupe Marín, por Diego Rivera (1938), o la maravillosa naturaleza muerta Los cocos, una de las tres obras de Frida que pertenecen al acervo MAM. En este mismo conglomerado hay un dibujo excelente y hasta donde puedo darme cuenta, no exhibido hasta ahora: Niña bonita, de Aurelio Pescina (1938-1990), artista y estudiante de medicina potosino cuyos datos pueden obtenerse probablemente en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, pese a que el Salón de la Plástica Mexicana le brindó una discreta muestra no hace mucho, no se investigó apenas su decurso artístico y lo que sí quedó anotado es que llegó a ser maestro en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado
y que esta institución fue considerada por algunos en esa época como una nueva escuela de escultura
a la que podían asistir también los obreros y los niños.
Desconozco los requerimientos de ingreso que existían en la época de El Corzo, pero la tradición digamos que rumorosa
asevera que bastaba con contar con certificado de primaria para poder ingresar, eso siempre y cuando se pusieran de manifiesto y se comprobaran dotes y aciertos para la expresión plástica.
Lo de los extraordinarios maestros grabadores que impartieron clases en La Esmeralda es otro tema que merecería algo más de presencia. Se desempeñó allí la crema y nata del grabado mexicano, con artistas como Amador Lugo y Erasto Cortés Juárez, contando además con la presencia de latinoamericanos, como el colombiano Guillermo Silva Santamaría y del panameño Zacklinton, quien fue discípulo de Tomás Maldonado.
Tengamos en mente que ese aspecto de La Esmeralda puede, sin menoscabo alguno de la presente muestra, armar otra exposición de cámara en un futuro no muy lejano.
No pueden verse en detalle (o yo no los puedo ver bien) los primorosos pequeños paisajes de Rodríguez Lozano, porque una vitrina colocada al calce intercepta su visibilidad cercana, en cambio llama la atención un retrato, la verdad no bueno, pero sí interesante, de María Asúnsolo por Federico Cantú, realizado propositivamente en papel agrietado, como si el autor hubiera querido que el dibujo mostrara heridas. No es un buen dibujo y me pesa decirlo, viene a cuento el dicho al mejor cazador se le va la liebre
. La proporciones corpóreas de la modelo que pudorosamente esconde sus partes nobles, fallan en algunos aspectos y eso no puede atribuirse a licencia poética. Sin embargo tal inclusión parece muy acertada. Otro desnudo acertadamente incluido, aunque la verdad es horroroso, es el de Pita Amor por Diego Rivera, en este caso no hay desproporción alguna sino una inexplicable falta de sensualidad en la captación de la modelo, sentada y con los brazos alzados tras un poco expresiva cabeza. Este desnudo de Pita hasta donde recuerdo no ha comparecido en las muestras que se han organizado acerca de Diego Rivera y el retrato, cosa explicable.
En cambio es de primera la escultura en granito de Alberto de la Vega. Ojalá esta exposición siga atrayendo público aún más vasto y sobre todo que vaya generando comentarios. Un recorrido por los decursos de La Esmeralda merece toda la atención del mundo artístico, principiando por el de los actuales alumnos y maestros de la escuela, sea o no que estos últimos se encuentren representados.