l fin de semana antepasado, la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) presentó el Concierto No. 24 de su temporada, contando con la batuta huésped de José Luis Castillo y una solista de primera línea, la cantante alemana Ute Lemper. ¿Dije cantante? Creo que me quedé corto. Sí, la dama canta, y canta muy bien en muy variados estilos, géneros e idiomas, pero también hace otras cosas de manera no menos eficaz.
Una de las características destacadas de Ute Lemper es el hecho de que, además de ser una gran cantante, es una gran actriz, de lo cual dio muestras contundentes en su recital con Castillo y la OSN. ¿Qué destacar de su admirable virtuosismo escénico? Quizá, antes que nada, la comprobación fehaciente de que Ute Lemper no sólo canta con la voz, sino con todo el cuerpo, con todo el rostro, con la mirada plena, con los ojos expresivos, con las manos elocuentes. Bien harían algunas de nuestras cantantes de concierto, que son sólo voz, en observar y escuchar a Ute Lemper, y aprender de ella a desterrar la dureza y adoptar la flexibilidad, a ocultar a la cantante y develar al personaje.
El fascinante hilo conductor del recital de la artista alemana fue la gran tradición del cabaret, principalmente el cabaret alemán pero con ricas interpolaciones de música de Francia y Estados Unidos. La impecable selección del repertorio permitió a Lemper dejar testimonio cabal de que es una intérprete experta en cuestiones de estilo. Más allá de su fluido manejo de diversos idiomas, Ute Lemper permitió a la entusiasta (y muy numerosa) concurrencia percibir su sapiencia en la aplicación de sutiles pero importantes diferencias estilísticas en la interpretación de estas músicas de cabaret.
Un ejemplo entre muchos: sí, la cantante manejó expertamente los libérrimos giros del scat que aplicó a la música estadunidense, con evidente conocimiento de sus raíces en el blues y en el jazz, pero también supo ornamentar de manera distinta el equivalente de ese scat en algunas de las canciones francesas que cantó esa noche.
La continuidad musical propuesta por Ute Lemper fue articulada por su propia narración, un hilo conductor fluido y preciso, con un delicado equilibrio entre el dato duro y la reflexión personal, una reflexión que entraña una bien asumida y admirable toma de posición ante estas músicas y estos textos que tienen un potente contenido político y social.
En este sentido, no deja de ser interesante pensar en el hecho de que, en otra época y en otro lugar, Ute Lemper bien pudiera haber sido arrestada y encerrada por cantar públicamente estas explosivas y punzantes canciones del repertorio de entreguerras. Mucho podrían aprender de Ute Lemper, también, algunos de nuestros verborreicos músicos-narradores, especialmente aquellos (y aquellas) que hablan mucho sin decir nada.
Muy interesante, también, el hecho de que en el repertorio cantado por Ute Lemper fue posible percibir un discreto pero claro enfoque de género, que nunca derivó hacia la militancia o el panfleto; como prueba de ello, la presencia virtual, mas no por ello menos contundente, de Lili Marleen, Lola la Traviesa, Sally Bowles, Edith Piaf, Jenny, la novia del acordeonista, la chica que espera un barco y otras damas, glosadas y/o encarnadas con particular intensidad por la cantante alemana.
Ciertamente, nadie como Ute Lemper para contarnos emotivamente estas historias, casi siempre desgarradoras, de amantes despechadas, novias nostálgicas, prostitutas portuarias y chanteuses abandonadas.
Si me fuera necesario elegir lo más memorable de esa memorable sesión cabaretera con Ute Lemper, me quedaría con sus anhelantes, casi dolorosas interpretaciones de Lili Marleen, de Hans Leip y Rudolf Zink, y Ne me quitte pas, de Jacques Brel, así como Amsterdam, también de Brel. La profundidad de intención aplicada por Ute Lemper a estas tres canciones permitió no sólo establecer un potente contraste con los números más efervescentes del programa, sino también constatar la amplitud de su rango expresivo. ¡Maravilloso, Señora Lemper!