l recuento de los últimos años no puede ser más adverso para las organizaciones sociales y los partidos de izquierda. El contenido social de la Constitución mexicana ha quedado en el pasado desde las modificaciones al artículo 27 a inicios de los 90, hasta las recientes alteraciones también inconsultas a los artículos 25, 27 y 28, pasando por los cambios que han sufrido leyes fundamentales, como la Ley Federal del Trabajo.
Visto en el largo plazo, los sectores sociales han tenido múltiples derrotas y casi ningún triunfo. ¿Por qué? Es claro. Las mediaciones sociales (organizaciones, sindicatos, movimientos, partidos), tal como han estado en los últimos años, no han tenido la capacidad suficiente para enfrentar las maquinarias políticas, comunicacionales y económicas de las fuerzas conservadoras. Este es un hecho que hay que asumir. Es cierto también que el contexto internacional ha favorecido las tendencias que responden a los intereses empresariales más que a los sociales. Pero ello no niega que en América Latina varios países hayan puesto en práctica alternativas que apuntan en sentidos diferentes, como en Argentina, Brasil y Bolivia, entre otros.
Lo que fuerza a plantear otra interrogante. ¿Por qué México no ha podido variar las tendencias que favorecen los intereses privados por encima de los sociales? Uno no puede menos que pensar que las dos respuestas están relacionadas. Si no hemos podido modificar las tendencias neoconservadoras en el país es porque no hemos tenido las mediaciones políticas y sociales capaces de construir un proyecto y una realidad alternativos a escala nacional. Y porque aunque se tuviera el coraje para pensarlos y actuarlos, habría que partir de esta realidad para dar los pasos necesarios, algunos de los cuales seguramente tendrían que ser los siguientes.
1) Crear un discurso que dé cuenta de la situación actual, a la vez que persuada a millones de mexicanos que no se han visto favorecidos con los cambios que se producen desde hace tres décadas a revertir su futuro de manera decidida, pacífica y democrática. Tal vez hasta ahora el error de quienes han levantado la bandera de lo social es suponer que las causas de los problemas son igual de claras para el ciudadano común que para los activistas. Sabemos que no es así, pues los ciudadanos comunes estamos sujetos a mensajes cotidianos en los medios de comunicación, particularmente electrónicos, que pretenden que las mentiras se vuelvan verdades a costa de su repetición. Pero también hemos estado sujetos a por lo menos tres décadas de educación en las que la imagen del éxito que se propone equivale a asemejarse cada vez más a los países del norte. Y, para decirlo con una sola expresión, a décadas de un avance paulatino del lenguaje neoliberal, mismo que no se decodifica simplemente con base en denuncias o ironías, sino de argumentos que tengan capacidad de traducirse en el lenguaje de todos.
2) Esgrimir razones con capacidad argumentativa y de convencimiento, que vayan más allá de la opinión y motiven a la acción, lo cual implica todo un proceso de discusión racional y razonable dentro de organizaciones, movimientos y partidos políticos. Implica entonces retomar la tradición del debate, que en aras de los muchos pragmatismos que hoy dominan los escenarios social y político se ha dejado de lado. Compartir el argumento tiene que ser el punto de partida de toda acción unitaria, si es que se quiere que ésta sea trascendente. Desde hace décadas en la izquierda se oyen diversos llamados a la unidad, pero pocas razones se esgrimen para sustentarla. Antes de compartir las formas organizativas, hay que compartir los argumentos. Explicarnos el porqué se ha llegado a la situación actual, y qué habría que hacer para remontarla, puede ser el punto de partida.
3) Bajo cualquier hipótesis, los próximos acontecimientos sociales y políticos del país habrán de vivirse con una diversidad de organizaciones sociales y partidarias. Esto en sí mismo no es ninguna tragedia, si es que se tiene la creatividad necesaria para diseñar las formas de acción unitaria que aglutinen a muchas de las organizaciones. El Frente Amplio de Uruguay ha sido un buen experimento en este sentido. La relación entre organizaciones sociales y partidarias no necesariamente tiene que ser además a costa de la subordinación de unas a otras. En Brasil, por ejemplo, se ha podido avanzar con formas novedosas en esta relación. Ciertamente no hay un modelo único de relación entre las organizaciones diversas, y México tiene que construir el propio. Pero para ello se requiere de una visión compartida y de mucha más voluntad en los dirigentes que la que hasta ahora se ha demostrado. Aunque ello no niega que serán los militantes y las bases quienes pongan un ya basta a la dispersión de las directivas. De todo lo anterior tenemos en el país experiencias que urge potenciar. No es mucho el tiempo que hay, pero es el que tenemos.
Se han podido construir frentes de resistencia social; articulaciones de diverso tipo de organizaciones campesinas, sindicales, civiles y urbano populares; frentes amplios electorales, y hasta territorios autonómicos que funcionan como un nuevo paradigma. Es necesario hacer el balance de qué ha funcionado y qué no deberá ser el punto de partida. El compromiso con una discusión seria sobre cada uno de estos temas puede ser la mejor señal de voluntad unitaria, aunque sepamos que la sola discusión no es garantía de que se superará la tendencia a que cada quien siga por su lado, mientras el país se cae a pedazos. Discutir con seriedad no es más que el signo de que ahora sí se quiere que las cosas cambien y se dirijan a una unidad de pensamiento y de acción, antes que de organización. ¿Será mucho pedir para este 2014?