l inicio de la novela Conversaciones en la Catedral, de Mario Vargas Llosa, un peruano pregunta a su amigo:
–¿Y cuándo se jodió Perú?
Dan por sentado que Perú se jodió, está jodido. Se trata de saber desde cuándo, a partir de cuándo, para intentar entender el porqué y el para quiénes.
Hoy se da por sentado que Europa está jodida, se jodió. Hay distintos diagnósticos, unos de que se debe a la pereza de los del sur, que el aire mediterráneo y la siesta los hizo vivir por encima de sus posibilidades (eso que hemos oído tanto hace tiempo ya en América Latina). Otros, por la rigidez del Banco Central de Alemania, que domina la troika y se impone a las otras economías. Los medicamentos se diferencian un poco, pero al fin y al cabo son amargos todos, porque todos aceptan que Europa se jodió.
Esto es un fenómeno de inmenso alcance, representa un retroceso de dimensiones civilizatorias, porque el Estado de bienestar social europeo fue una construcción solidaria que se había vuelto referencia a escala mundial. Terminar con él implica así un vuelco en tiempos de exclusión social y abandono que Europa había dejado atrás.
¿Cuándo se jodió Europa? Se podría ubicar en la explosión de lo que apareció como Primera Guerra Mundial, en que las contradicciones interburguesas que Lenin señaló que comandarían la historia mundial entrado el siglo XX se confirmaron dramáticamente. Europa se volvió escenario de la más brutal de las guerras que la humanidad había conocido hasta aquel momento.
Se podría también ubicar aquel momento en la división de la social democracia entre belicistas y pacifistas, abandonando oficialmente la Segunda Internacional el pacifismo y el internacionalismo que la había caracterizado, lo cual abrió heridas que no volverían a cicatrizar.
Se podría igualmente ubicar el momento en que se jodió Europa cuando no logró impedir el brote de las distintas formas de dictaduras de derecha –fascismo, nazismo– y, además, no fue capaz de derrotar ese fenómeno, teniendo que apelar apoyos externos.
Pero nada de eso explicaría el viraje actual, porque después de todo Europa occidental fue capaz de instrumentar estados de bienestar social, que, a lo largo de tres décadas, fue una de las más generosas construcciones sociales que la humanidad ha conocido.
Fue entonces después de eso que es necesario encontrar el momento en que Europa dio el viraje que la llevó a estar jodida. Yo lo ubicaría en el paso del primer al segundo año del primer gobierno de François Mitterrand, en Francia. La victoria, finalmente tan conmemorada de la izquierda francesa en la segunda postguerra, propició a Mitterrand un primer año centrado en las nacionalizaciones, en la consolidación de los derechos sociales, en una política externa solidaria y volcada para el sur de mundo.
Pero el mundo había cambiado, Ronald Reagan y Margaret Thatcher imponían un nuevo modelo y una política internacional, Francia sufrió las consecuencias del nuevo escenario. Una posibilidad sería que Francia estrecharía alianzas con la periferia, con el sur del mundo, con América Latina, en particular, liderando a los países que más directamente sufrían los virajes globales. La otra, que predominó, fue el cambio radical de orientación del gobierno socialista francés, adaptándose a la nueva ola neoliberal, a su manera, sumándose como aliado subordinado al liderazgo del bloque EU-Gran Bretaña.
Ese viraje, que consolidó la nueva hegemonía de carácter neoliberal, inauguró la modalidad de gobiernos y fuerzas social demócratas asimilados a la hegemonía de los modelos centrados en el mercado y en el libre comercio. La España de Felipe González no tardó en adherirse, en lo que fue seguida por otros gobiernos y abrió camino a que, en Latinoamérica, también esa vía se extendiera a países como México, Venezuela, Chile y Brasil, entre otros.
Esa nueva orientación predominante ya apuntaba a la condena del Estado de bienestar social –un modelo contradictorio con el Consenso de Washington–, que más temprano o más tarde sufriría las consecuencias. La misma unificación europea se dio bajo esa orientación. Las consultas nacionales no se centraban en la unificación europea, sino en la moneda única, el euro, dando un carácter centralmente monetario a esa unificación.
La crisis iniciada en 2008 tomó a Europa absolutamente debilitada, inmersa en los consensos neoliberales, lo cual le impidió reaccionar como los gobiernos latinoamericanos, que se han inspirado exactamente en los modelos reguladores que habían sido hegemónicos en Europa en las tres décadas llamadas gloriosas, para reaccionar positivamente frente a la crisis.
El resto es la fisonomía actual de Europa, de destrucción del Estado de bienestar social, tirando gasolina al fuego, tomando medicamentos neoliberales para la crisis neoliberal, que sólo se ahonda y prolonga.