abricante de sueños, cronista urbano y poeta gráfico, Manuel Ahumada fue, simultáneamente, pintor, cartonista, dibujante, historietista, grabador y escultor. Dueño de un estilo propio, genuino, innovador, profundo, ácido y mordaz, creó una obra que hace una breve crónica del mundo actual, insólita, intimista, lúdica y crítica, desbordante de imágenes oníricas.
Los sueños (y pesadillas) que pintó y dibujó no le nacieron durmiendo; tampoco fueron recreación de aspiraciones colectivas. Sus ensoñaciones brotaron de lo que imaginó estando despierto, de lo que le habría gustado ver al asomarse a la ventana.
En uno de los cartones políticos de Manuel Ahumada, una mano anónima y poderosa hace girar una enorme perinola en la que se juega la suerte del país. El pequeño trompo está ligeramente inclinado hacia uno de sus costados, y las leyendas de los tres contornos que están a punto de caer boca arriba anuncian el inevitable futuro inmediato de México: toma todo, privatiza todo, vende todo. No importa cuál sea la cara que finalmente anuncie la inscripción de la suerte, el jugador que hace rotar la pieza siempre gana, aunque la nación pierda. Nuestro futuro inmediato está escrito en clave de despojo.
La caricatura, realizada con trazos precisos, fue publicada en La Jornada. No es su obra más famosa, pero sí un buen ejemplo de la calidad y eficacia de su trabajo como cartonista. Mediante una metáfora potente resuelta con unas cuantas líneas, resume el momento político y desnuda al poder con humor. Retrata con precisión una extendida sospecha en la opinión pública. Sintetiza, además, su propósito como narrador gráfico: cuenta una historia en la que las imágenes recuperan todo el terreno que han perdido con la escritura, y los dibujos no dicen lo mismo que el texto.
Probablemente su trabajo más conocido es La Patrona, que desató, al comienzo del foxismo, a poco más de 70 años de finalizada, un nuevo episodio de la guerra cristera. El incidente fue un momento relevante de la batalla cultural entre los carcamanes surgidos de las sótanos de la ultraderecha, que sintieron que con el triunfo de Vicente Fox llegaba su hora, y la comunidad artística y cultural. El dibujo reproduce un indígena que semeja ser Juan Diego, mostrando en su tilma a Marilyn Monroe desnuda.
La historia es conocida. La directora del Museo del Periodismo y las Artes Gráficas, Yolanda Carvajal Enríquez, se negó a que ese dibujo y otras creaciones se presentaran ante el público, porque afectaban el respeto a una comunidad
. Sin embargo, días después la muestra comenzó a exhibirse en las instalaciones de la Fundación Álvarez del Castillo. Dos jóvenes fanáticos religiosos en búsqueda de favores celestiales despedazaron el dibujo, y justificaron su proceder porque daña la fe y nuestros hijos van a crecer en un ambiente carente de moral y de principios
. La policía los detuvo pero en unas horas salieron de la cárcel, porque el cardenal Juan Sandoval Íñiguez pagó la fianza que los puso en libertad.
El sainete sorprendió al artista, que ni siquiera había hecho el dibujo para esa exposición. Ahumada estudió en una escuela católica, y la religión era parte de su mundo. La Iglesia estaba presente en él como institución y como forma de vida. Sin embargo, la cálida y vigorosa respuesta solidaria de mucha gente lo llenó de felicidad. Finalmente, la derecha ultramontana perdió allí un importante combate en su cruzada a favor de la intolerancia religiosa.
Alumno de ingeniería agrícola en la ENEP Cuautitlán de la UNAM, Manuel Ahumada fue pintor antes de ser caricaturista. A finales de los años 70 estudió pintura durante dos semestres en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM, pero lo abandonó porque el plantel se mudó a Xochimilco y le daba mucha flojera
trasladarse hasta allá. Comenzó así a hacer monos, que podía dibujar en cualquier parte.
En diversas ocasiones narró cómo empezó a hacer cartones políticos por culpa del destino: el caricaturista Feggo le ofreció que llevara sus dibujos a la revista La Garrapata. En un principio le gustaba más la caricatura que la pintura, porque, decía, es más popular. Que vieran su trabajo cada día lo gratificaba mucho. Con el paso de los años disfrutó más de la pintura, donde podía hacer lo que quisiera y no tenía que preocuparse de que quienes la vieran entendieran o no lo que plasmaba en sus lienzos. El cartón político, en cambio, lo obligaba a trabajar con rapidez y con la preocupación de que su mensaje fuera comprendido por el lector.
Fue, desde niño, lector de cómics. Por sus ojos pasaron con avidez lo mismo La pequeña Lulú que Batman o Tradiciones y leyendas de la Colonia. Por las tardes jugaba con esos héroes.
Ahumada realizó su obra con herramientas diversas: lápiz, acuarela, óleo, tinta y arte objeto. Siempre cuidó la técnica. Pintó sus cuadros con un pequeño pincel, generalmente en un formato pequeño, de 40 por 50 centímetros. En sus creaciones aparecen ángeles y astronautas, hombres de rostro con pinta de Humphrey Bogart, hadas soñadoras, corazones abatidos, azoteas de edificios y ventanas, calles oscuras y desoladas. Su amigo Rafael Barajas El Fisgón los describió como dibujos figurativos de hiperrealismo naif. Según su colega Gonzalo Rocha, fue el inventor del realismo cósmico
.
Entre 2000 y 2008 Manuel Ahumada produjo una serie de juguetes que son, en realidad, pequeñas esculturas surgidas de la naturaleza urbana, muchas elaboradas con material reciclado. Una es El submarino amarillo. En la obra, la nave está instalada en una jaula de pájaros, y en su interior se aloja el universo. Al soplarle, la Luna y la Tierra se mueven alrededor del Sol.
Este 5 de enero, la carroza fúnebre que trasportaba su ataúd callejeó por la colonia Narvarte. Y en una especie de burla a las convenciones que tanto disfrutaba trasgredir, la música de El submarino amarillo entonada por Los Beatles lo acompañó en su último recorrido, navegando hacia el Sol, para compartir unos tacos, allá arriba, con el astronauta de una de sus tantas historietas.
Twitter: @lhan55