a más reciente: el Gobierno del Distrito Federal prefirió acatar las invectivas mediáticas contra los maestros disidentes (Insisto que saquen a #CNTE del Monumento a la Revolución pero ¡qué limpien! Parece letrina
, había exigido en Twitter una de sus más conocidas exponentes poco antes del desalojo) que ser fiel al mandato de una sociedad progresista que no sólo votó por programas de bienestar social, sino también por la preservación de libertades ciudadanas y políticas.
Salvo por algunos magullones, el desalojo del plantón de la CNTE culminó con saldo blanco, gracias, sobre todo, a la prudencia de los mentores que contuvieron las respuestas violentas a la agresividad policial. Lo más irritante es la pretensión de presentar el hecho como respuesta a ese reclamo social de los capitalinos
que es, en realidad, una gritería linchadora alimentada desde los medios del régimen y que de todos modos odia al gobierno del DF: Qué están esperando para partirles la madre
; muy poquito y demasiado tarde
; les apuesto a que Mancera dejará que estos parásitos y vándalos se instalen en otro lado
; los de la CNTE siguen cobrando sin trabajar y vandalizando la ciudad; gracias a Mancera la ciudad es un caos
.
El agravio en materia policial viene de atrás: del persistente sometimiento de las autoridades capitalinas a la coreografía represiva peñista inaugurada el 1º de diciembre de 2012 y repetida con precisión desde entonces: en presencia de manifestaciones pacíficas, lanzar grupos de choque a provocar destrozos ante la pasividad de las fuerzas del orden –y la mirada de las cámaras televisivas– para después, una vez que los vándalos se han replegado, tundir y capturar a inocentes y presentarlos en los juzgados como culpables.
Otra ofensa es la manera en la que el GDF impuso el alza al precio del Metro. Nadie duda que el Sistema de Transporte Colectivo requiere de recursos económicos adicionales pero muchos pensamos –y nadie se tomó la molestia de demostrarnos lo contrario– que tales recursos habrían podido obtenerse de un reajuste en otros rubros o de una política de austeridad. Si el incremento duele, lo que indigna es la campaña propagandística –llena de falacias burdas, faltas de sintaxis y ortografía– desplegada par convencer a la ciudadanía de la pertinencia de la medida y la consulta tramposa con la que se pretendió convencernos de que 55 por ciento de la gente estaba por el aumento al boleto (http://bit.ly/19Nh6tl). El sondeo realizado unos días después por el Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM, transparente y exhaustivo, mostró que 93 por ciento de los encuestados rechazaba la medida (http://bit.ly/1c4p6o6).
Sería injusto ignorar que el GDF es rehén por partida doble: en lo presupuestal, pues debe gestionar la aprobación de sus presupuestos y de su techo de endeudamiento ante la Cámara de Diputados y el gobierno federal, y en lo institucional, toda vez que, por ley, el jefe máximo de la policía y la procuraduría capitalinas no es Mancera sino Peña Nieto. Y tal vez la actual administración capitalina se haya propuesto congraciarse con el electorado de derecha (enemigo del ejercicio de las libertades políticas y siempre dispuesto a aplaudir medidas autoritarias) y comprometer el apoyo del peñato para una eventual reforma política que otorgue al DF un estatuto de plena entidad federativa.
Si es así, la apuesta podría resultar tremendamente ingenua porque las derechas no van a conformarse con nada que no sea la destrucción total del proyecto progresista instaurado en la capital desde 1997 (con todo y sus conquistas en materia de política social y de derechos ciudadanos) y porque este gobierno –ya habrían podido enterarse los perredistas que aprobaron la reforma fiscal– no está precisamente diseñado para cumplir con su palabra.
En la circunstancia de polarización política en la que se encuentra el país no hay mucho espacio que digamos para jugar al equilibrista, y a Mancera y a su equipo no les sobra tiempo: o emprenden una difícil rectificación y recuperan el respaldo de la izquierda que los puso en el gobierno capitalino o terminan de alinearse con el régimen priísta. En ese caso, Mancera podría quedar como el perro de las dos tortas y la sociedad capitalina perdería, por una traición al mandato popular, el proyecto de ciudad progresista, solidaria y respetuosa de los derechos que ha venido sostenido desde hace 16 años. Sería trágico y ojalá que no suceda. Aunque algunos piensan que ya ocurrió.
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