etomo el repaso de las cuestiones relativas a la problemática nuclear que inicié el pasado 28 de noviembre.
Las armas nucleares representan una amenaza sin precedente para la supervivencia de la humanidad. No afianzan la seguridad de nadie; más bien ponen en peligro la existencia de todos. Deben eliminarse como ya se hizo con las otras armas de destrucción en masa: las biológicas y las químicas en las convenciones de 1972 y 1993, respectivamente.
Concentrarse en el peligro potencial de que las armas nucleares caigan en manos de otros es tergiversar el argumento para su eliminación. Deben prohibirse porque son inmorales y seguramente ilegales. Ni siquiera pueden ser consideradas como instrumentos de guerra.
Para acabar con los arsenales nucleares existentes resulta indispensable que los estados que los poseen cambien su actitud. Y hace años que la comunidad internacional ha venido tratando de alentar dicho cambio de actitud.
En el viaje hacia el desarme nuclear se han hecho muchas escalas. Los países y organizaciones no gubernamentales que lo promueven han intentado conseguirlo por distintos medios.
Se pensó en ampliar y definir mediante sendos tratados las zonas libres de armas nucleares: la Antártida, luego el espacio ultraterrestre, la Luna y otros cuerpos celestes, y los fondos marinos, seguido por zonas habitadas, empezando por América Latina y el Caribe. Con el tiempo se agregaron los países del Pacífico Sur, el Sudeste asiático, África y Asia Central, así como Mongolia.
Se organizaron diversas campañas a nivel mundial para promover el desarme nuclear. Se involucró a la Unesco en un esfuerzo educativo. Se comisionaron estudios sobre diversos aspectos de la problemática nuclear.
Se plantearon medidas encaminadas a detener la modernización de los arsenales ya existentes. Se abogó por una prohibición completa de los ensayos nucleares. Se buscaron acuerdos para limitar los proyectiles balísticos de corto, mediano y largo alcance.
Se elaboraron textos completos de tratados multilaterales para la eliminación de las armas nucleares. Y se planteó la cuestión de la ilegalidad de dichas armas.
En la actualidad hay un esfuerzo por difundir los efectos a corto y largo plazo de un posible uso de las armas nucleares. Se trata de alertar a la opinión pública mundial acerca del desastre humanitario y ambiental que ocasionarían dichas armas.
El año pasado el gobierno de Noruega organizó una primera conferencia sobre el impacto humanitario de las armas nucleares. A mediados del próximo mes nuestro país será el anfitrión de una segunda conferencia.
Se trata de un nuevo intento por encontrar la manera de movilizar a la opinión pública mundial en favor de un mundo libre de armas nucleares. No será fácil. Lo importante sería que los dirigentes de los países como Noruega y México presionaran a los gobiernos de los estados poseedores de dichas armas.
Son nueve los países que actualmente cuentan con un arsenal nuclear: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte. Todos ellos insisten en que dependen de dichas armas para su seguridad nacional. Por lo tanto, hay que convencerlos de que esa dependencia resultará contraproducente.
Desde luego, no todos las naciones nucleares comparten la misma actitud hacia sus arsenales. Empecemos por Estados Unidos. En 1939 Albert Einstein firmó una carta escrita por el físico húngaro Leó Szilárd en la que alertaban al presidente Franklin Roosevelt acerca de la posibilidad de que los avances de la ciencia hicieran posible la construcción de una bomba atómica. Les preocupaba que Alemania lo hiciera primero. Roosevelt se interesó e inició la preparación de lo que se convirtió en 1942 en el Manhattan Project.
Durante la segunda guerra mundial, el gobierno alemán decidió explorar la posibilidad de producir una bomba atómica. Era natural que se le ocurriera, ya que fue en Alemania donde se registraron los avances científicos más notables en el campo nuclear en el primer tercio del siglo XX.
Los científicos alemanes involucrados en el proyecto atómico de Hitler eran bien conocidos por los físicos y químicos del mundo entero. El más famoso fue Werner Heisenberg. Muy pronto se supo en Londres y Washington de las intenciones de Berlín, y Churchill inició un programa para adelantarse a los alemanes. Reclutó a muchos científicos europeos, algunos de ellos alemanes que habían huido de su país.
Los ataques aéreos alemanes contra el Reino Unido complicaron el proyecto atómico de Churchill y muy pronto aceptó la oferta de Roosevelt de llevarlo a cabo en Estados Unidos. Así lo acordaron los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido y Canadá y así nació en 1942, bajo la administración del general Leslie Groves, el Manhattan Project.
Dirigidos por J Robert Oppenheimer, los científicos se instalaron en Los Álamos, Nuevo México, y en diversas instituciones académicas estadunidenses. La idea era producir una bomba atómica antes que los alemanes.
Identificaron los problemas teóricos y técnicos y buscaron soluciones. En 1943 se inició tanto la planta de Oak Ridge, Tennessee, para enriquecer uranio, como la instalación en Hanford, Washington, para producir plutonio.
Hacia finales de 1944 los Aliados habían iniciado su ofensiva final en contra de Alemania y entonces se supo que Hitler había abandonado su intento de construir una bomba atómica. Empero, el general Groves confesó que continuarían los trabajos en Los Álamos, ya que la intención era subyugar a los soviéticos
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Fue así como se tergiversó el intento inicial para evitar que Hitler obtuviera primero las armas atómicas. Cambió el planteamiento original y surgió el dilema moral entre los científicos involucrados en el Manhattan Project. ¿Estaban trabajando para evitar la victoria de los nazis o estaban al servicio de otros intereses de los dirigentes políticos y militares de Washington?
La respuesta no se hizo esperar. Alemania se rindió en la primavera de 1945, pero el 16 de julio de ese año Estados Unidos detonó el primer artefacto atómico. Semanas después lanzaría una bomba de uranio enriquecido sobre Hiroshima y otra de plutonio en Nagasaki. Continuaremos en el siguiente artículo.