n el antepenúltimo día del annus horribilis que fue 2013, murió en la ciudad de Katowice el notable compositor polaco Wojciech Kilar, cuya música merece ciertamente una mayor divulgación que la que ha tenido, especialmente en nuestro ámbito. Kilar no solo fue un sólido creador de mundos sonoros de gran atractivo, sino además un hombre bueno, de esos que ya quedan pocos. En una entrevista periodística, afirmó que le gustaría ser recordado como un buen ser humano, alguien que trajo un poco de felicidad, esperanza y reflexión a la vida y al mundo, y quizás un poco de fe
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Como tantos otros músicos de su tiempo, Kilar hizo el peregrinaje a París para estudiar con la legendaria Nadia Boulanger, y también como tantos otros, participó en los famosos cursos de Darmstadt, que fueron la meca de un número sustancial de los más importantes compositores del siglo XX, y lo que va del XXI. Una faceta particularmente destacada de la trayectoria de Kilar fue su trabajo como compositor de música cinematográfica, carrera que inició en su natal Polonia en 1959. Si bien realizó soundtracks para algunos directores menores, su nombre está asociado principalmente con los más grandes realizadores polacos, como Zanussi, Kieslowski y Wajda. Trabajó también con el polaco exiliado Roman Polanski (La muerte y la doncella, La novena puerta, El pianista), y compuso la partitura para el Drácula dirigido por Francis Ford Coppola y el filme Retrato de una dama, de Jane Campion. Es probable que sus partituras fílmicas más destacadas sean las que compuso para esas notables películas polacas que son La tierra de la gran promesa (Andrzej Wajda, 1975) y Espiral (Krzysztof Zanussi, 1978).
Algunos especialistas han mencionado que casi todas las obras de Kilar, cualquiera que haya sido su fuente de inspiración, tienen una buena dosis de misticismo y contemplación. De manera más específica, es posible detectar una cierta orientación religiosa en la música de Kilar. Una revisión de su catálogo permite encontrar obras como Madre de Dios, Angelus, Missa pro Pace, Magnificat, Sinfonía de Adviento, Te Deum, Veni Creator. En el grupo de estas obras destaca una particularmente interesante por su contexto histórico: el Réquiem por el Padre Kolbe. La referencia es (o debería ser) bien conocida. Se trata de Maximilian Kolbe (1894-1941), fraile franciscano polaco que fue enviado por los nazis al campo de concentración de Auschwitz, donde ofreció su vida a cambio de salvar la de otro prisionero.
Entre las obras de música de concierto de Wojciech Kilar que he escuchado, la que recomiendo más enfáticamente es su pieza sinfónico-coral Exodus (1981), cuya audición es una experiencia singularmente emotiva, a la vez que hipnótica. Se trata de un extenso crescendo que inicia con un sencillo acompañamiento de arpas. Un clarinete propone el primer fragmento de una lánguida melodía que tiene una cuota igual de melancolía y del espíritu de la música klezmer. El parsimonioso clarinete tarda varios minutos en completar el tema de la obra; a partir de ese momento, y con ese sencillo y único material, Kilar va añadiendo instrumentos, secciones, volumen, hasta lograr poderosas versiones del tema a toda orquesta. Ese largo crescendo conduce a una breve sección coral final de cualidades claramente repetitivas, que antes de la conclusión de la obra presenta un episodio en el que el coro grita y vocifera ad libitum. Podría decirse que se trata de una obra minimalista por acumulación, pero más que la posible etiqueta que le pueda ser adherida, Exodus es una obra de gran poder sonoro y evocativo, a pesar de (o quizá precisamente por) la parquedad y sencillez de sus materiales constructivos. Además de varias versiones de concierto que circulan en YouTube, existe una muy buena grabación de estudio dirigida por Antoni Wit, publicada en el sello Naxos.
Escuchar el Exodus de Wojciech Kilar es una experiencia sensorial emocionante; cantar el Exodus de Kilar es una experiencia intelectual y visceral liberadora que provoca, como él hubiera querido, un poco de felicidad, esperanza y reflexión.