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El olor del miedo
D

icen que el miedo huele. Bueno, mejor dicho, que despide olor, por decirlo de alguna manera. Yo he sentido el miedo, pero no he percibido su olor. Sin embargo, se afirma que hay personas que lo perciben: cazadores furtivos que reconocen su olor y que saben dónde y cuándo atacar, a quién perseguir.

El olfato es uno de los sentidos menos desarrollados en el ser humano. De lo que recuerdo de una conferencia de un premio Nobel, cuando estaba de sabático en Princeton: los animales, especialmente algunos, tienen miles de veces más capacidad sensorial en el olfato que el ser humano.

De hecho, perdimos esa sensorialidad por falta de uso, pues no es tan necesaria para el homo sapiens. Y muchas veces es preferible no ser tan sensible a los olores. Pero aun así, como hay personas que tienen mejor oído o vista, hay otros que son muy sensibles a los olores, especialmente las mujeres.

También se trata de entrenamiento. Los médicos, particularmente los oncólogos, conocen el olor que despide el cáncer; dicen que es penetrante y muy característico. Por eso ahora se utilizan perros para la detección temprana de la enfermedad.

Recuerdo a una amiga que era capaz de distinguir quién había estado en su casa horas antes, por el rastro de olor que podía percibir. Bromeábamos con ella acerca de que era imposible que su marido le fuera infiel.

Recuerdo también a un amigo antropólogo que había trabajado con los Ilongotes, mejor conocidos como cazadores de cabezas, quien me comentó que estaba sumamente preocupado porque su hijo se iba de viaje por Centroamérica; me decía que lo sentía débil y preocupado, lo que era un riesgo adicional porque hay personas que huelen el miedo y se aprovechan.

Se dice también que los perros y los animales perciben el olor del miedo y que eso los incita a atacar. En efecto, en situaciones donde el miedo es muy fuerte, la persona queda paralizada, lo que es una de las reacciones instintivas más primarias que persisten en el ser humano, la de tensarse hasta el extremo, cuando sólo quedan dos alternativas: atacar o huir. Y es ahí donde la adrenalina sube al máximo, cuando se producen secreciones, sudores, olores.

Existen varias investigaciones y experimentos que han tratado de dilucidar la veracidad, los componentes y las características del miedo. De hecho, en octubre 2011 La Jornada Semanal dedicó un número especial al Miedo como instrumento de presión.

Hay personas que no sienten miedo. Incluso no le temen a la muerte, como el personaje de aquella famosa foto de la época revolucionaria, en la cual un hombre mira de frente al pelotón de fusilamiento con una actitud que no es de odio ni de enfrentamiento, sino de soberana displicencia. Nunca mejor dicho: me vale.

Todo esto viene a cuento, por una entrevista que realizara Heriberto Vega (quien trabaja en su tesis de doctorado sobre la migración en tránsito) a un pastor evangélico de origen salvadoreño que se subió a La Bestia y predicaba por el camino, con el objetivo de llegar a Monterrey y conseguir trabajo.

Como suele suceder, los migrantes fueron asaltados y secuestrados en Coatzacoalcos, cerca de la Central de Acayucan: llegaron Los Zetas con uniforme, radios y armas largas y pedían 4 mil dólares a cada uno de los raptados. “Comenta que él estaba tranquilo, que les dijo que no tenía dinero y que no podía pagarles. Como lo vieron en paz, uno de ellos le preguntó: ‘¿Por qué no tienes miedo?’ ‘Porque estoy en las manos de Dios, lo mismo que tú.’ ‘Pero, ¿no te das cuenta de que podemos matarte?’ ‘El mismo Dios que me va a juzgar a mí es el que te va a juzgar a ti. Nada sucede sin que mi Dios lo permita. No tengo miedo, si ese su plan’. Ante eso, el zeta se quedó como sorprendido, le dijo que se fuera, y lo dejó salir de la finca. Caminó una media hora por la carretera y llegó a Acayucan”,

Mucha fe o mucha sangre fría, quién sabe. También es posible que fuera mucha sicología, como se dice popularmente, mucho conocimiento del trato con el ser humano. Un poco como aquel personaje de Chesterton, el padre Brown, que resolvía intrincados casos policiales, porque conocía a fondo a los criminales, conocimiento adquirido día a día en el confesionario.

En resumidas cuentas, hay personas capaces de percibir el miedo en los otros, y esto los vuelve vulnerables, en parte porque están en un contexto extraño y ajeno, porque no están en el lugar adecuado ni en el momento correcto. Y son presa fácil del cazador furtivo, del depredador que sabe cuándo y cómo atacar.

Es el caso de los migrantes en tránsito que cada día duermen en un lugar distinto, que tienen que tomar atajos y evadir la vigilancia o garitas de control. Los migrantes son presa fácil de delincuentes comunes, pandillas y el crimen organizado que se ensañan con los foráneos, los extranjeros, y cuentan con la garantía y la certeza de la impunidad.

A lo largo de la ruta migrante campea el miedo de norte a sur. Hay que desconfiar de policías, agentes de migración, funcionarios, maquinistas, delincuentes e incluso de los propios compañeros.