Robasueños
lguien se robó el sueño americano y nadie quiere confesar.
Los políticos se la pasan lamentando el sufrimiento de tantos ciudadanos y de cómo el futuro está anulado para muchos, como si todo fuera un accidente o algo causado por la naturaleza, y después le echan la culpa a los del otro partido por no hacer más para remediar el problema. Pero ninguno asume responsabilidad, y mucho menos responsabilizan a los más beneficiados de que las cosas estén así.
En Washington se repite la misma obra de teatro cada semana. Los demócratas proponen curitas para aliviar tantito la pobreza, el desempleo y otras consecuencias de las políticas que ellos mismos han impulsado, mientras los republicanos suelen acusar que son justo estas políticas de más gasto social y normas laborales y ambientales las que frenan al mágico mercado libre que solito generaría la prosperidad para resolver todo. Más aún, algunos hasta culpan a los pobres y los que apenas se mantienen gracias a programas sociales por su propia situación de miseria, o sea, por ser parásitos del gobierno y no superarse.
Uno de los regalos de Navidad que Washington entregó a los ciudadanos para arrancar el año fue no extender los beneficios de desempleo de emergencia para un millón 300 mil personas que se quedaron sin chamba y no han logrado encontrar otra en más de seis meses. No sólo eso, sino también están negociando reducir en miles de millones el principal programa de asistencia alimenticia para los pobres en este país. Y no falta el constante ataque contra el programa de Seguro Social por ambos partidos. Ahora, como siempre, todo esto se usa como balón en el partido de futbol político en la capital.
En tanto, en el país más rico del planeta casi 50 millones de estadunidenses viven en la pobreza, entre ellos 13 millones de niños. La tasa de pobreza –de entre 15 a 16 por ciento– es la más alta desde 1965, informa el Urban Institute. Esa tasa sería el doble, de 29 por ciento en lugar del actual 16 por ciento, sin los programas de asistencia pública, muchos creados a partir de la guerra contra la pobreza
proclamada por el presidente Lyndon B. Johnson hace justo 50 años.
Durante la última generación, mientras la productividad se ha incrementado 80 por ciento, el sueldo del trabajador medio se ha incrementado sólo 4 por ciento, según el Instituto de Política Económica. El salario mínimo real es más bajo hoy que hace 40 años.
Aunque la devastación de millones de familias por la gran recesión
que dicen que concluyó hace más de dos años incrementó el índice de pobreza, el desempleo, la población sin techo y el hambre en este país, todo eso fue sólo la culminación de más de 30 años de la aplicación aquí de las recetas neoliberales que, antes, sólo se aplicaban a países del tercer mundo.
Pero a la vez, por esas mismas políticas, está la otra cara de la moneda, más bien, las monedas están en otro lugar. Un 95 por ciento del crecimiento económico desde el fin de la recesión ha sido captado por el 1 por ciento más rico del país. En 2012, el 1 por ciento de las familias captaron 22.5 por ciento del ingreso nacional, con 90 por ciento de abajo captando 49.6 por ciento (hace tres décadas las cifras eran que el 1 por ciento captaba 10.8 por ciento, y el 90 por ciento de abajo 64.7 por ciento), según el más citado análisis del profesor Emmanuel Saez, de la Universidad de California. Pero según otro estudio, del economista Edward Wolf, de la Universidad de Nueva York, la desigualdad en riqueza es aún más pronunciada: 20 por ciento de las familias más ricas del país concentran 88.9 por ciento de la riqueza nacional total (el 1 por ciento más rico tiene 35.4 por ciento de la riqueza nacional).
El gran resultado: la peor desigualdad económica desde 1928 (justo antes de estallar la gran depresión) y sus efectos políticos y sociales. No hay otro tema que defina más el momento en Estados Unidos.
No se oculta. El propio presidente Barack Obama afirmó que, aunque sus políticas económicas están rindiendo fruto, se requiere más para rescatar el sueño americano para las mayorías. La semana pasada, el mandatario declaró que este será un año de acción
donde se promoverá una misión nacional para asegurar que nuestra economía ofrecerá a todo aquel que trabaje duramente obtener oportunidades y éxito. Como estadunidenses, eso es lo que deberíamos de esperar
, o sea, el sueño americano.
Pero, como afirma Robert Reich, ex secretario de Trabajo y analista socioeconómico, la generación de empleo continuará siendo anémica si no se incrementa la demanda, y esa demanda no se puede incrementar si no se le da a los trabajadores los ingresos que necesitan para comprar y mantener un nivel de vida decente. Eso, argumenta, sólo se puede hacer elevando los salarios, empezando por el mínimo, la promoción masiva de programas de generación de empleo e incrementar el gasto en servicios públicos, desde educación hasta reconstrucción de la infraestructura nacional, y a la vez, obligar a que los ricos paguen más.
Pero eso, por ahora, no va suceder. Primero, porque los que se robaron el sueño americano no lo quieren regresar. Segundo, los más beneficiados por ese hurto no sólo han comprado en gran medida el proceso político estadunidense, algo ya muy documentado, sino que los supuestos representantes del pueblo ya forman parte de esa élite.
Esta semana el Congreso federal logró algo sin precedente. Por primera vez en la historia la mayoría de los legisladores (senadores y representantes) son millonarios, según un análisis del Center for Responsive Politics, organización no partidaria. Del total de los 534 integrantes actuales del Congreso, por los menos 268 tenían una fortuna personal en promedio de un millón o más. El centro indica que esto es significativo justo cuando al centro del debate legislativo están temas como beneficios de desempleo, asistencia alimenticia y el salario mínimo. Más aún, el centro subraya que en el sistema electoral actual, los candidatos requieren acceso a la riqueza para sus campañas, o sea, dependen de los ricos para ganar.
En Estados Unidos uno ya no puede dormir, porque si cierra los ojos aquí se roban los sueños.