n artículos anteriores recordamos los hechos nacionales e internacionales más relevantes de 2013. ¿Por qué no hablar ahora de las perspectivas más relevantes para México a 2014, en el que está comprometido el futuro de nuestra nación?
Habría consenso en que la cuestión fundamental es la economía, en lo cual coinciden variedad de comentaristas. El problema es que la mayoría lo enfoca primordialmente desde el ángulo cuantitativo, es decir, considerando de manera casi única los índices de crecimiento del producto interno bruto (PIB) o del producto nacional bruto (PNB) y de otros indicadores de la economía micro y macro. Lo que se queda en la tinta generalmente, sin embargo, es la cuestión de la distribución de la riqueza, el de las diferencias sociales abismales entre riqueza y pobreza. La debilidad mayor consiste en considerar el estado de la economía y de la sociedad en términos exclusivamente cuantitativos y no también en sus aspectos cualitativos.
Por supuesto, nuestro avance
en términos cuantitativos es hasta espectacular en algunas materias; por ejemplo, en estos 20 años de TLCAN ha crecido espectacularmente nuestro comercio internacional; pero no hay duda de que es preciso corregir la mirada y no sólo considerar el incremento del comercio internacional, por ejemplo, con Estados Unidos, sino la distribución mexicana de los beneficios que genera la mano de obra del país, y aquí estamos (también el gobierno) obligados a ser mucho más modestos.
Desafortunadamente, en las llamadas reformas estructurales
últimas, que han originado tal euforia en los círculos de gobierno más altos, no se dejan de percibir limitaciones y fallas brutales que debieran moderar
esa euforia hasta agresiva y con un tono revanchista. Se reconocen tímidamente las limitaciones objetivas, las lacras y verdaderos mares de pobreza, en cambio la riqueza acumulada y el abismo entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de casi todo, apenas surge con un débil tono en la ola de palabras y discursos triunfalistas.
Por ejemplo la OCDE, en voz de su titular, el mexicano José Ángel Gurría, nos dice que en México los ricos perciben en promedio 26 veces más que los pobres. Para nadie es un secreto que el gigantesco desbalance entre riqueza y pobreza en México es probablemente uno de sus puntos más débiles y escandalosos, tan enorme que pudiera ser al futuro el origen de grandes enfrentamientos sociales, y que no ha sido atacado por el gobierno, aunque esa sí debiera ser una de las principales transformaciones estructurales
del país (tal vez la principal, que esperaría el pueblo de México). Porque la reforma a la ley fiscal dejó sin tocar el problema, afectando sobre todo a los contribuyentes cautivos de la clase media. El escándalo se ha hecho mayor por las publicaciones del SAT dando a conocer los nombres de empresas e individuos a quienes las pillerías les ahorraron parte (o la totalidad) de sus obligaciones fiscales.
Hoy en el mundo, precisamente por tales desequilibrios e injusticias tan extendidas, aparece con mayor fuerza que nunca la categoría de desarrollo humano como una manera de ver con mayor objetividad la situación real de las sociedades. La categoría de desarrollo humano, cuyos elementos principales han sido precisados por la ONU (año con año se publica un estudio sobre el desarrollo humano en los países, en que se consideran, no solamente los ingresos, sino el estado de la salud, la educación, el empleo y sus perspectivas, la sustentabilidad ambiental y los esfuerzos para contener el cambio climático, el modelo de consumo, los derechos humanos y su difusión y protección por parte de los gobiernos, y la situación real de vigencia de los derechos consagrados en las constituciones y en las leyes secundarias.
Todavía podrían añadirse temas o categorías que considera la ONU para la evaluación del desarrollo humano y del estado social de los países, pero el hecho es que considerado el problema de los derechos humanos, México (sobre el que ha recibido agudas críticas) se aleja espectacularmente de su nivel medio habitual. El hecho demoledor es que, en una consideración más totalizadora de la situación de nuestra sociedad, habría mucho menos razones para lanzar al aire cohetones de fiesta de los que se han lanzado.
Otra zona más que oscura de nuestra realidad nacional es aquella que se refiere a la seguridad
(o a la inseguridad
), que no ha sido ni relativamente definida por el gobierno actual. Porque decir que la inseguridad
se concentra ahora en unas cuantas regiones y estados equivale (o es peor) que la guerra total en contra del crimen organizado que emprendió Felipe Calderón, y que costó tantas vidas de mexicanos sin avanzar propiamente en la disminución de las acciones del crimen organizado
. Por supuesto, aquella movilización y tensión nacional que se produjo superlativamente, en que se impuso la retórica publicitaria sobre los hechos, sin resultados positivos, originó que el crimen organizado se haya fortalecido más que nunca.
En el régimen de Peña Nieto se ha controlado
la publicidad del crimen organizado, sin que esto signifique que haya disminuido en términos reales. Su reducción localizada
(en ciertas regiones y ciudades) es también discutible, y deberá pasar cuando menos 2014 para percibir si existe avance real en este terreno.
Materia mencionada que ha sido motivo de un déficit grave para Peña es el de los derechos humanos, al que se refieren desde organismos de la ONU hasta variedad de organismos no públicos. Y digamos críticamente sobre todo la distracción
o indiferencia
de su gobierno en esta materia, lo cual sin duda ha redundado en una grave imagen deteriorada del país. Hoy, la protección y la defensa de los derechos humanos se sitúan en uno de los escalones más altos de la civilización, y un gobierno que no ponga atención especial en ello será sin duda criticado acerbamente por la comunidad internacional, y está imposibilitado para ostentarse como desarrollado y realizado
en el pleno significado del término.
Todavía dedicaremos nuestro próximo artículo a estas cuestiones, subrayando sus efectos negativos sobre la democracia en general.