a exposición Ruptura-apertura que se exhibe en Casa del Risco permite disfrutar algunas obras no muy conocidas ni balconeadas de distinguidos artistas que en su mayoría pertenecen a la generación conocida como Ruptura
, denominación muy socorrida que no es admitida por los propios artistas que la integraron, que se caracterizaron en lo general por desarrollar a lo largo de sus respectivas trayectorias propuestas que según expresión de Jorge Alberto Manrique, crearon una contrapropuesta ya no vinculada con los vocabularios del arte de mensaje practicado, no por todos, pero sí por distinguidos integrantes de la llamada Escuela Mexicana, que como se sabe tampoco fue, en modo alguno, una escuela, sino una manifestación con muchos adeptos no todos comprometidos con el arte de mensaje social también erróneamente identificado con el llamado realismo social
.
El elenco, coordinado y seleccionado por la curadora Esther Echeverría tiene la peculiaridad de ofrecer una muestra sumamente ecléctica que se caracteriza por traer a colación la presencia de ciertos artistas sumamente meritorios, cuyas obras no han estado por diferentes razones a la vista del público, aunque hayan formado parte de acontecimientos artísticos tan importantes como el último Salón Independiente que tuvo lugar en 1968 en este mismo recinto o como la Confrontación 66 para las nuevas generaciones uno de cuyos pivotes fue Jorge Hernández Campos desde la jefatura de Artes Plásticas del INBA.
El recinto de muestras temporales de la Casa del Risco, por ser demasiado compartimentado no facilitó una museografía corrida que permitiera detectar las diferentes modalidades vinculadas entre sí. Lo que vemos son las obras individualizadas de una serie de artistas cuyas fechas de ejecución, cuando se conocen y quedaron anotadas en las cédulas, no siempre coinciden con el momento histórico que el enunciado de la muestra guarda, puesto que hay obras realizadas ya en este siglo XXI, como las dos delicadas y atractivas piezas de Alfredo Falfán, o como la de Tomás Parra que es de 2011 y me recuerda imágenes de Kubrick. Esto es circunstancial, sobre todo porque el conjunto general ofrece sorpresas como las del espacio de ingreso que abre con una pintura llamémosle poscubista tardía de Luis García Guerrero, anexa a un irreconocible Emilio Ortiz, pintor que merecería una buena revisión. La sorpresa en este ámbito la proporciona una puerta retablo neobarroca, obra realizada en 1962 por Mariano Rivera Velázquez, una pieza extraña que preludia a distancia creaciones de Alberto Gironella, quien por supuesto, avanzando en el recorrido, también se encuentra representado.
En el recinto capitaneado por un cuadro de formato generoso de Lilia Carrillo vemos a la pintora que estudiaba en La Grande Chaumiére emparentada al menos en esa obra con el arte povera más que con sus creaciones prototípicas como el espléndido cuadro mural con el que participó en Osaka (tal conjunto nunca se exhibió allí y se encuentra en el Museo Felguérez de Zacatecas). La obra vecina que destaca sobre todas las otras en esa zona es una pintura del escultor Valdemar Sjolander, quien sí perteneció a la llamada Ruptura
, aunque era artista de mayor edad que otros colegas suyos de aquellos tiempos, como Manuel Felguérez, Vicente Rojo o Gironella. El término abstracto lírico
le corresponde perfectamente a esta pieza así como la Naturaleza muerta de Lucinda Urrusti sin fecha (podía habérsele consultado a efecto de integrar el dato) es una obra que ejemplifica el influjo de la pintura matérica catalana en nuestro país. Un trabajo virtuoso, sumamente texturado. El cuadro de las dos mujeres con cabeza de calaca de Alberto Gironella son otro hallazgo y se exhiben vecinas al magistral retrato dibujístico de Pío Baroja por Enrique Echeverría. Aquí estamos en el contexto de lo que entendimos por generación de Ruptura
cuando tuvo lugar la exposición del museo Carrillo Gil en 1988. Fue entonces que se acuñó ese discutido término, que por desgracia no es en modo alguno invención mía, como ha dicho Lelia Driben, a quien agradezco de todos modos la atribución.
Cerca de la pieza de Urrusti hay un cuadro elegante a más no poder, geométrico, de Antonio Peláez, típico de su autoría aun cuando él abrevó en otro tipo de terrenos, perteneciente a la colección de la escultora Carol Miller y la obra que lo flanquea al otro lado de la puerta es un Vlady de 1967 organicista, perfectamente identificable, de lo mejor que nos dejó en terreno pictórico, colección Pérez Simón lo malo es que el otro Vlady que se exhibe, de mucho mayor tamaño, no es desde mi discutible punto de vista una obra que se vincule con Vlady ni en ese momento ni en otros posteriores como el que correspondería a los murales de la Biblioteca Lerdo de Tejada que son como un arsenal. En efecto, La siembra de la palmera (1957) debió exhibirse al lado de la naturaleza muerta de Luis García Guerrero al inicio de la muestra.