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Ser vigías de los caballeros, ‘‘trabajo para güevones’’, dicen cuatro punteros

Ayer templario, hoy autodefensa
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En Apatzingán, empleados de una farmacia quemada reclaman seguridad en su empleoFoto Agencia Esquema
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Periódico La Jornada
Martes 21 de enero de 2014, p. 5

Tierra Caliente, Mich., 20 de enero.

Ahora resulta que el templario, al menos este templario, es bueno. Cuando menos, la escena es conmovedora. Del taxi baja una familia entera. De la abuelita al niño de brazos. Desde el otro lado de la carretera llega un hombre que se funde en abrazos y lágrimas. Alza a los niños uno por uno y los estruja en el apapacho. El padre cariñoso es un caballero templario arrepentido.

Se pone un pasamontañas y accede a la entrevista.

–¿Cuál era su labor con Los caballeros templarios?

–Pistolero. O sicario, sí.

–¿Cuánto tiempo estuvo con ellos?

–Cuatro meses. Gracias a Dios tuve un arrepentimiento, por mirar tanta gente morir.

Juan, que así lo llamaremos, escapó de ‘‘un rancho en un cerro’’ donde convivía con otros sicarios.

–Cuentan que usted llegó descalzo. ¿Por qué?

–Porque me querían matar, señor. Anduve perdido cuatro días. Hasta que llegué con este grupo de autodefensas que me ha dado la oportunidad de ayudarles.

–Me dicen que llegó lastimado –se le comenta.

–Llegué muy flaco. No comía, no dormía, mis pies los traía pelados de los dedos de que corría contra la pedrería. Pero le doy gracias a Dios y a la sombra del señor San Pedro que me protegió.

–¿Participó usted en levantones, en balaceras?

–No, en levantones no. Estábamos tramando una explosión para acabar con muchas gentes (sic) en estas tierras.

Integrantes de las autodefensas que dieron acogida a Juan confirman el dato. Fueron a un lugar llamado La Peña, acompañados de ‘‘especialistas del Distrito Federal’’, enviados por el gobierno para llevarse los artefactos.

–¿Qué tipo de bombas eran?

–No puedo decir, pero eran muy fuertes. Gracias a Dios se pudo salvar la vida de muchas personas –insiste el ex caballero templario.

–¿Por qué se integró a ese grupo?

–Soy pobre y necesitaba dinero para sacar adelante a mi familia. Pero no esperé ni siquiera asesinar a una persona.

–¿Qué le ofrecieron para integrarse a los templarios?

–Me ofrecieron dinero (12 mil pesos al mes), pero son mentirosos, ya no tienen dinero y no pagan lo que dicen. Son pobres.

–¿Por qué dice usted que son pobres?

–Porque ya no tienen ningún apoyo de los líderes que antes les ayudaban.

Desde que llegó, hace unos cuatro meses, el ex templario se convirtió en entusiasta miembro de las autodefensas, ‘‘porque este no es un grupo criminal; al contrario, apoyan y ayudan a la gente que más lo necesita’’.

Como su familia vive en un lugar aún controlado por los caballeros, Juan no puede volver a su hogar. Así que prefiere seguir con las autodefensas y llama a los habitantes de la región a seguir ‘‘adelante para tomar Apatzingán prontamente. No sabemos qué día, pero va a llegar.

–¿Cuál era su trabajo?

–Vigilar que no entraran al rancho personas ajenas.

Ahora, en el otro bando, Juan se declara un luchador ‘‘por la paz y la libertad del pueblo’’.

Por otra parte, cuatro muchachos se sientan muy derechitos, como si los interrogara la policía. En sus rostros no se mueve ni un músculo. Son los punteros. En otras tierras les dicen halcones. El escalón más bajo en la estructura del cártel, pues.

Toño tiene 16 años y era puntero desde los 10. Su trabajo consistía en pasarse 12 o 24 horas en un punto determinado y ‘‘reportar las unidades de federales y soldados’’ que pasaran por ahí. Al terminar su turno, entregaba el radio a su relevo. El sueldo era de mil 500 pesos semanales, aunque él y sus colegas se quejan de que no siempre les pagaban lo prometido.

Aunque también se dice puntero, José, de 20 años, era en realidad mandadero y mozo. Le correspondía desde barrer las guaridas hasta llenar costales para las barricadas. Su labor principal, sin embargo, era llevar alimentos y bebidas a los templarios de mayor rango. ‘‘A veces aquí, otras a unos ranchos y en veces a algún camino’’.

En ese trabajo de llevar pollos, birria y refrescos le iba mal. ‘‘A veces me llamaban en la madrugada nomás para que les llevara una coca, y si me quedaba dormido me castigaban’’.

Las penas dependían del tamaño de la falta, pero en algunas ocasiones llegaron a amarrarlo de pies y manos, a vendarle los ojos y golpearlo durante horas. ‘‘Es horrible porque uno no sabe qué le van a hacer’’, lamenta.

Como todos en Antúnez sabían a qué se dedicaban, las autodefensas fueron por ellos a sus casas una vez que se hicieron del control de la población. Y ahora están en un cuartel de los comunitarios y buscan el perdón arrastrando la escoba, fregando los baños y sirviendo los refrescos. Lo mismo que hacía el ex templario que se convirtió en un entusiasta miembro de las autodefensas, pero sin moquetes.

Huyó y rechazó ascenso

A pesar de que fallaba en la entrega de los refrescos, José estaba a punto de ser ascendido. ‘‘Ya me iban a dejar ir con ellos, porque decían que te vas ganando tu nivel, tu respeto’’.

Por precaución o miedo, José prefirió fingir que se había fracturado una pierna. Los templarios descubrieron el engaño y José tuvo que fugarse a Tijuana, ‘‘porque me iban a matar’’. Regresó una vez que las autodefensas se apoderaron de su pueblo, en su avance hacia Apatzingán, sólo detenido por la decisión del gobierno federal.

Se pregunta a los cuatro sobre el ‘‘código de los templarios’’. Responde José: ‘‘Pura mentira. Decían que no se debía maltratar a las mujeres y lo hacían; que no había que llevarse niñas y también lo hacían; que no se dedicaban al secuestro y secuestraban’’.

Aunque en los libros de Nazario Moreno y en las redes sociales Los caballeros templarios hablan de que en sus filas no se consumen alcohol ni drogas, los punteros dicen que los sicarios beben y se drogan. Los testimonios que dicen que actuaron obligados pesan toneladas. Pero José, con su cara de sincerote, lo pone así: ‘‘La verdad es un trabajo para güevones, porque es pasársela sentado o paseándose en la moto’’.