Meses antes de que el diario cumpliera 20 años, dijo que le complacía verlo consolidado
Viernes 18 de abril de 2014, p. 8
“¿Sabe usted que soy fundador de La Jornada, que fue un proyecto que nos costó mucho trabajo?”, preguntó Gabriel García Márquez a este reportero hace casi diez años.
Apegado a una añeja determinación, el escritor había rechazado momentos antes contestar un par de preguntas acerca de la Casa de Colombia en México, proyecto de esa nación sudamericana de abrir aquí un espacio destinado a la cultura, la educación y la ciencia. Firme, sólo espetó a este redactor una negativa contundente: No doy entrevistas
.
Era el acto protocolario en el que se firmó el acta constitutiva de ese centro –del cual el autor sería el presidente vitalicio–, efectuado en la residencia de la embajada de Colombia, el primero de julio de 2004.
Pocos minutos después de ese inicial rechazo, el Nobel emitió un pst, pst
y llamó con la mano a quien esto escribe para explicar por qué había decidido desde varios años atrás no conceder entrevistas periodísticas.
Ya dije todo lo que tenía que decir de viva voz; para eso ahora sigo escribiendo, para decir lo que quiero y lo que tengo que decir
, fue su argumento, y de manera inmediata inquirió en un tono amable a su interlocutor en qué medio de comunicación trabajaba.
En cuanto supo que en el periódico La Jornada, dio un sorbo a su whisky, sonrió y fue cuando preguntó si este reportero sabía que él había sido partícipe de la fundación de este diario.
Contó de forma breve que echarlo a andar había sido un proceso difícil, que él le tenía mucho cariño y le daba mucho gusto verlo consolidado.
Llegó un vaso más de whisky y la plática se enfocó a explicar los motivos por los que no contestaba ya preguntas a periodistas. Muy gentil y sonriente, aclaró que con un solo sí o un no que emitiera ante un comunicador estaría obligado moralmente a responder por lo menos otras 100 mil preguntas en lo que le restaba de vida.
Y a lo único que quiero dedicarme es a escribir
, precisó García Márquez y luego tendió la mano con una cordial despedida. Una mujer le había pedido retratarse con ella, como le ocurría siempre a cuanto lugar iba.
Gustoso, el escritor accedió a esa solicitud al tiempo que con picardía dijo a esa mujer: ¡Con mucho gusto, si yo nací para que se tomen fotos conmigo; lo de escribir es un mero pasatiempo!