uando empezó la crisis global actual había dos ejemplos paradigmáticos de maneras de enfrentar crisis bancarias que se usaron como referencia: la japonesa y la sueca. La primera como fracaso y la segunda como historia exitosa. La diferencia sustancial estuvo en el papel jugado por los respectivos gobiernos en un asunto crucial: ¿cómo valorar los activos bancarios, que después llamaríamos tóxicos? El gobierno y el banco central sueco obligaron a sus bancos a registrar esos activos a su valor de mercado, muchos fueron nacionalizados. Los japoneses, en cambio, apoyaron que sus bancos evitaran pérdidas contables sustanciales y se negaron a nacionalizar entidades bancarias. El resultado neto fue que la crisis sueca duró un año y la japonesa una década.
La solución sueca era recomendada para acortar la duración de esta crisis global. No fue así. Más bien, los principales gobiernos del mundo, adoptaron la solución japonesa
, negándose a hacerse cargo de bancos insolventes, y la crisis sigue con nosotros. El desempeño sueco, a partir del estallido de la burbuja inmobiliaria estadunidense de agosto de 2007, fue reconocido como un modelo para Europa. En 2010, aunque la información económica era complicada, se aceptaba que Suecia había logrado superar la crisis. La razón reconocida de su éxito fue que no se incorporó al euro y, consecuentemente, tuvo flexibilidad cambiaria para ajustarse. A Japón, en cambio, la crisis le golpeó alargando el magro desempeño, extendiendo lo que se consideraba como una década perdida para el crecimiento japonés.
Suecia fue llamada la estrella europea de la recuperación
. De pronto, sin embargo, aparecieron los que Krugman llama los ‘sadomonetaristas”, aquellos que tienen una reacción visceral contra la reducción de las tasas de interés y las políticas de relajación monetaria. Este sadomonetarismo es frecuente entre los funcionarios de los organismos financieros y monetarios, pero también lo es entre los comentaristas económicos.
Los sadomonetaristas suecos decidieron elevar las tasas de interés a finales de 2010 sin razón verdadera. Dijeron que se trataba de evitar un brote inflacionario, ajustando la economía a la meta de aumento de precios de 2 por ciento. Después dijeron que se trataba de evitar la aparición de una burbuja inmobiliaria, la que tampoco existió. Lo cierto es que el exitoso desempeño sueco se ha perdido. El desempleo detuvo su reducción y se produjo deflación. Suecia dejó de ser una historia exitosa y se ha convertido en una de estancamiento y deflación.
La experiencia sueca es ilustrativa de la actitud de importantes grupos económicos, a los que les asusta que bajen las tasas de interés porque defienden los intereses de quienes tienen recursos para prestarlos. No es una historia ajena a nosotros. Recordemos lo que pasó en 2009, el año en el que nuestra economía se contrajo más de seis puntos porcentuales. Ese año, los sadomonetaristas en el Banco de México reconocieron que había que reducir las tasas de interés, lo que hicieron durante seis meses, llevando la tasa de 8.25 por ciento anual a 4.5.
En ese terrible año de 2009, a principios de julio, cambiaron su percepción y mantuvieron congelada la tasa los siguientes cinco meses. No había razones para detener las reducciones de la tasa de interés. Los riesgos inflacionarios, que presuntamente habían percibido, no se concretaron. No obstante mantuvieron sin cambios su postura monetaria. Los costos económicos fueron altos, pero lo fueron más los costos sociales. La economía mexicana perdió, pero perdieron más los cientos de miles que fueron despedidos de sus empleos.
Los sadomonetaristas, aquí y en Suecia, así como en muchos otros lugares del mundo, actúan con naturalidad, porque son autónomos y deciden independientemente de los poderes electos. Ellos establecen sus metas, deciden de que instrumentos monetarios hacer uso para cumplirlas, advierten de peligros que sólo ellos perciben, pero que les lleva a modificar sus posturas monetarias. Nadie les puede pedir cuentas. Ellos dicen que lo hacen cuando publican las consideraciones en que se basan para determinar sus decisiones. Pero ciertamente no es así. Parece que es momento de corregir estos excesos.