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Historia, paralelismos, hipocresías (miradas finales)
¿C

uándo los enemigos históricos y los bogeymen de la mitología nacional se convierten en amigos y aliados? Cuando las élites de un país, afectadas por el virus de la geopolítica, dicen que sí.

A mediados de 2013, en Polonia los nacionalistas ucranios –los banderovtsy– y su líder, Stepán Bandera (1909-1959), el dirigente de la Organización de Nacionalistas Ucranios (OUN) y el Ejército Insurgente Ucranio (UPA), eran un diablo encarnado.

La discusión a raíz del 70 aniversario de la matanza wolyniana (1943-1944), en que bajo la ocupación nazi los ucranios masacraron en Wolyn y Galizia a más de 100 mil polacos (y en menor grado gente de otras nacionalidades: rusos, judíos, armenios, etcétera) –a balas, a palos o quemándolos vivos junto con las iglesias donde los corretearon–, giraba en torno a si banderovtsy cometieron un genocidio o apenas una limpieza étnica con rasgos de genocidio.

Pero ya a finales del mismo año, los herederos de Bandera que dominaron Maidán (Svoboda/Pravy Sektor) eran nuestros hermanos y “románticos freedom fighters” que soñaban con ir a Europa. Las élites polacas no tenían reparos en fotografiarse debajo de las banderas rojinegras (sic) de UPA, que meses antes usaban para asustar a su electorado.

Estos ultranacionalistas, que no escondían su pasado colaboracionista con Hitler, la participación en numerosos pogromos ni el antisemitismo presente, ya no generaban rechazo ni en Varsovia ni en Bruselas, cuando apenas en 2010, precisamente por esto, el Europarlamento, a petición de Polonia, condenó a Ucrania por declarar a Bandera héroe nacional.

Con Putin de bogeyman y Rusia de enemigo principal, la crítica y la lucha con el nacionalismo ucranio –y con el fascismo en general (¡sic!)– ya eran sólo un resentimiento comunista y un cuento de la República Popular Polaca 1945-1989, encarnado en el falso mito del general Karol Swierczewski (1897-1947), un oficial polaco-soviético (participante, entre otros, de la guerra civil española y retratado por Hemingway como el general Golz en Por quién doblan las campanas, 1940), muerto a manos de UPA ( Polityka blog, 22/3/14).

Y la estrategia de las autoridades comunistas que reubicaron a la población ucrania durante la Acción Vistula (1949), matando de paso a parte de ésta, ya era puramente totalitaria, cuando en realidad fue la continuación directa de la brutal política de desucranización iniciada en el periodo de entreguerras por Pilsudski.

Todo esto era una perfecta muestra de la derechización de la historia, un revisionismo que iguala los dos totalitarismos y trata al fascismo como mera –y legítima– reacción al comunismo. Además, tanto la rápida absolución de Bandera como su anterior satanización (La manera más fácil de sanar la herida por la pérdida de Ucrania por la Iglesia y la nobleza polaca, según el historiador polaco-ucranio Bogdan Huk) eran dos caras de la misma hipócrita política histórica.

Las mismas contradicciones del nacionalismo ucranio permiten un trato así. Aunque Bandera se alió con Hitler (que sólo trató a Ucrania como Lebensraum y granero), por estar demasiado independiente, fue encarcelado (1941-1944) y UPA pasó a combatir a los nazis (y soviéticos a la vez); aunque los banderovtsy eran profundamente antisemitas, autores de múltiples crímenes, no eran nazis sensu stricto.

El nacionalismo ucranio –hecho ignorado por la historiografía oficial– en su esencia fue... un movimiento anticolonial (¡sic!), dirigido, en gran parte, contra la colonización polaca (Le Monde Diplomatique, edición polaca, 1/14). A diferencia del nazismo, no fue la encarnación de la bestialidad capitalista sustentada por industriales, clase media y trabajadora al servicio del capital (nacionalsocialismo), sino por la base campesina, que se oponía a la colonización de sus tierras y su propia eliminación, y cuya reacción sangrienta fue proporcional al peso del yugo en su cerviz.

¿No sería admitir y asumir esta historia el mejor paso para sanar la herida de la matanza wolyniana? En lugar de esto, las élites polacas prefieren absolver tácticamente a los nacionalistas ucranios y usarlos como peones en su juego contra Rusia (y desde las posiciones neocoloniales fungir de agentes de Washington y del capital).

***

Siguiendo la historia del tiempo presente de Ucrania, en vez de aplaudir el “retorno de la guerra fría”, conviene más ver este conflicto como uno de los indicios de la transición hegemónica (Immanuel Wallerstein); en vez de aplaudir las jugadas geopolíticas de un poder imperial o del otro, conviene más centrarse en los intereses reales en juego y en los de abajo, quienes pagan la cuenta.

Tanto Zbigniew Brzezinski, el gurú geopolítico del obamismo, de origen polaco, como Aleksandr Dugin, el gurú geopolítico del putinismo, fascista y ultranacionalista, oscuro teórico del neo-euroasianismo como contrapeso a Occidente, están inspirados en trabajos de los mismos teóricos alemanes. Disputando Lebensraum para sus imperios, en efecto se están dando las manos. En un conflicto así no hay lugar para la izquierda o para las sociedades, que quedan marginalizadas e instrumentalizadas.

La crisis, como la que vivimos, lleva a las élites a recurrir a tres viejas herramientas: una es el nacionalismo y se le ve muy bien en la vieja Europa; otra es la geopolítica, que permite sustituir las necesarias mejoras en casa por las supuestas mejoras en la casa del otro.

El gran historiador polaco Marian Malowist, que tanto influyó a Wallerstein, subrayaba: A la misma noción de geopolítica habría que dejarla en el olvido, junto con otras teorías seudocientíficas hitlerianas. Sería socialmente provechoso y aumentaría el grado de responsabilidad por la suerte de país (Wschód a zachód Europy, 1973, p. 385).

Y la tercera herramienta es la historia y su manipulación: los de arriba sugieren modos de leerla, los paralelismos; pretenden que olvidemos el pasado o que quedemos atrapados en él, repitiendo los escenarios que los favorecen.

La historia, sin embargo, no está de ningún lado; y el resultado de la bifurcación histórica (pugna entre los de arriba y los de abajo) es una cuestión abierta.

* Periodista polaco