a en la primaria se enseña que una isla es un pedazo de tierra cercado de agua por todos lados. Pues en Brasil, la presidenta Dilma Rousseff es una isla a su manera: un gobierno cercado de problemas por todos lados. Y más: cada semana aparecen nuevos problemas, y su conjunto ya forma todo un océano.
Hay denuncias de corrupción que se renuevan y se lastran. Cuando faltan menos de dos meses para el Mundial de Futbol, el cuadro de la organización del evento es, en la mejor de las hipótesis, asustador. La previsión no es nada buena. El mismo estadio donde se disputará el partido inaugural sólo estará listo a menos de una semana del comienzo del torneo. Se confirmó que los aeropuertos tampoco estarán dispuestos. Habrá improvisaciones variadas en casi todas las 12 ciudades que abrigarán el campeonato.
Se da por descartado que ocurrirán manifestaciones violentas. El gobierno asegura que las fuerzas armadas se encargarán de mantener a los manifestantes lejos de los estadios. O sea, habrá violencia por doquier, pero nada impedirá la realización de los partidos.
La violencia, a propósito, volvió a estallar en Río de Janeiro, con nuevos y feroces enfrentamientos entre habitantes de las favelas y la policía militar. La política de seguridad pública aplicada en la ciudad, con la ocupación de las favelas por la policía militar, está en jaque. Los habitantes de esos asentamientos acusan a los policías de ser excesivamente violentos y de estar en connivencia con los narcotraficantes.
En Sao Paulo aumentó considerablemente el número de asaltos, robos y asesinatos. En Salvador de Bahía, una huelga de la policía militar transformó la ciudad en presa fácil de asaltantes, saqueadores y asesinos. Los policías amenazan con una nueva huelga en pleno mundial.
Hay más: la economía crece menos que lo esperado, mientras la inflación presiona más y más. El resultado, según la opinión pública, es vivir bajo una inflación mayor de la que el gobierno admite.
A la vez, dentro de la desigual y muchas veces inexplicable alianza de partidos que apoyan al gobierno, las disputas persisten. Cada tanto hay brotes de rebelión contra Rousseff, y para controlarlos la única salida es conceder más y más prebendas. Hay un permanente ciclo de chantajes a los que el gobierno está sometido.
También dentro del Partido de los Trabajadores (PT) se nota una creciente división entre dilmistas y lulistas. Pese a las mil y una veces que Lula da Silva aseguró que no existe la mínima posibilidad de presentarse en lugar de Dilma, en el PT las corrientes que defienden el lema Vuelve, Lula
persisten en sus presiones. Tal posibilidad efectivamente es nula, pero significa más desgaste para la presidenta.
Es verdad que las encuestas de opinión pública indican que Dilma sigue como franca favorita, con amplias posibilidades de relegirse en la primera vuelta. Eso, en todo caso, se debe más a la inmovilidad de los dos adversarios, Aécio Neves, del mismo Partido Socialdemócrata Brasileño del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, y Eduardo Campos, del Partido Socialista Brasileño, que hasta hace pocos meses ha sido uno de los más leales aliados del PT y de Lula da Silva, pero que rompió lazos con Rousseff y su gobierno. En los últimos sondeos, mientras los dos no crecieron nada, Dilma perdió seis puntos.
Otro aspecto relevante es que 64 por ciento de los entrevistados afirman desear un cambio en la manera de gobernar el país.
Dilma basará su campaña en los logros alcanzados, pero seguramente abrirá espacio para anunciar cambios. Para sus adversarios, el discurso viene listo: hay que cambiar todo...
En al menos un aspecto, Eduardo Campos podrá tener cierta ventaja sobre el otro candidato opositor. Es que mientras Aécio Neves dispara su ametralladora giratoria contra el PT, contra Lula y, por supuesto, contra Dilma, Campos prefiere centrar fuego en la actual mandataria, insinuando que ella desvirtuó el buen trabajo del popularísimo antecesor, traicionando la confianza del electorado.
Falta mucho camino hasta que, a mediados de julio y coincidiendo con el final del mundial, la campaña empiece en serio. Pero está claro que la relección de Dilma se aleja cada vez más del paseo tranquilo que parecía ser hace pocos meses.
Por más que nadie ponga en duda su integridad y su honestidad personal, la imagen de la gestora severa y eficaz sufre nuevos desgastes de manera seguida.
De ahora en adelante, y de manera creciente, para Rousseff cada semana será un nuevo periodo de tensiones y expectativas.
Es como si de una hora a otra el blindaje que parecía sólido para retener todos los votos necesarios para una relección segura se abriese exhibiendo varias fisuras.
La inflación creciente corre por un lado, los escándalos de corrupción irrumpen aquí y allí, los conflictos entre aliados abren nuevos agujeros, y hay que ver si Dilma y sus estrategas serán hábiles lo suficiente para impedir que el blindaje se rompa mucho y deje escapar toneladas de votos. Esa es la apuesta de la oposición.