recisamente la víspera del pasado Día del Trabajo se publicó un comprehensivo diagnóstico del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) sobre los problemas que impiden que el sistema educativo garantice el derecho a la instrucción de todos los niños, jóvenes y adultos del país ( El derecho a una educación de calidad, informe 2014).
Este documento no deja de sorprender porque reconoce de manera puntual lo que los trabajadores de la educación dijeron desde que la llamada reforma educativa se planteó y se procedió a imponer sin miramientos. Es decir, que en medio de la dramática situación de marginación, pobreza, explotación y desdén en que viven decenas de millones de niños, era un terrible error señalar a los maestros como responsables y, peor aún, organizar luego toda una reforma constitucional y un nuevo marco legal a partir de una visión simplista y empresarial, ideologizada y sumamente agresiva.
En este contexto, el documento del INEE es sumamente importante porque muestra, aunque sea año y medio después, cuáles son los problemas fundamentales que desde la visión de la propia SEP-INEE afectan a la educación. Se trata, ni más ni menos, que de los problemas que deberían haber sido planteados como la base y el punto de arranque del proceso de reforma. Como lo puede ver cualquiera que lea el documento, la pregunta central no era qué hacer para disciplinar mejor a los maestros, sino más bien qué se debe hacer para responder a los factores que de fondo y en la superficie son los que están generando el desastre educativo.
Porque el trabajo del INEE muestra claramente que a la base de un sistema inequitativo e incapaz de garantizar siquiera un mínimo de educación para todos están factores de naturaleza tal como el trato diferente que se da a la educación, las escuelas y los estudiantes en los ámbitos de campo-ciudad, indígena-no indígena, condición socioeconómica, tamaño e infraestructura de escuelas, existencia de materiales educativos y muchos más. Y lo más notable es que a lo largo del estudio el factor maestros prácticamente no aparece y cuando lo hace el tratamiento es ciertamente muy diferente al que plantea hoy la Constitución y las leyes secundarias.
Se menciona, por ejemplo, la necesidad de contar con docentes capacitados (Conclusiones y Recomendaciones), pero por ningún lado aparece algo que sustente la obsesión empresarial y gubernamental de perseguir y sancionar, motor de la reforma de 2013. Tampoco nada que sustente el supuesto de que reduciendo sustancialmente los derechos de los trabajadores de la educación (a nivel básico, pero también en Colegios de Bachilleres, Conaleps, Cetis, Instituto de Educación Media Superior) la educación va a comenzar a mejorar. Por el contrario, el nuevo INEE reitera ahora lo que el anterior instituto se cansó de repetir. “Muchos de los problemas que causan la inequidad en la educación –sin duda los más importantes– no son educativos ni dependen de las políticas del sector. Encuentran sus raíces en la pobreza de la población y sus efectos” (página 121).
Es cierto, los cambios constitucionales y las leyes ahí están, pero gracias a esta aportación del INEE ahora la reforma aparece ahora todavía más huérfana de sustento que antes. En realidad nunca se pretendió realmente mejorar la educación, como con la entrega del petróleo tampoco se busca mejorar a Pemex, reducir los costos de la energía o dar trabajo a los mexicanos. La educativa no sólo no busca mejorar la educación, sino que hasta puede ser contraproducente. Por ejemplo, en su estudio, el INEE se lamenta de que prevalece un clima escolar que dista de ser educativo porque es más normativo que pedagógico, tiene reglamentos más orientados a sancionar que a impulsar derechos, es discriminatorio e incluso propicia la violencia. Pero es evidente que la creación de un clima persecutorio y de derechos disminuidos o desaparecidos para los maestros no contribuye a disipar, al contrario, el rígido clima escolar. Una escuela acogedora, libre, flexible, centrada en la iniciativa e interés profundamente humano de niños y jóvenes por aprender no es la solución de fondo a los grandes problemas que aquejan a la educación, pero ciertamente sería un matiz muy importante para la vida de millones de niños y jóvenes al mismo tiempo que se hacen reformas sociales de fondo. Y eso requiere de maestros que trabajan también en un marco de libertad y creatividad. Lo que ni por asomo existe en las leyes INEE o la Ley General del Servicio Profesional Docente.
El documento del INEE muestra lo más importante: que finalmente comienzan a surgir nuevos argumentos y visiones sobre cuál es el camino que debió haber tomado la reforma. Y con eso se apoya el largo y paulatino proceso de desgaste y deslegitimación de una iniciativa que no tuvo razón de ser. El cambio de rumbo no será de un día para otro, pero los maestros y comunidades, curtidos por décadas de lucha y resistencia, saben esperar. Sobre todo cuando el otro, el que manda, tiene prisa.