a frontera infinita. La idea central de La jaula de oro, primer largometraje de ficción del cineasta español, radicado en México, Diego Quemada-Diez, es muy sugerente.
Con un excelente grupo de actores adolescentes, el director retoma de modo inteligente y sensible el tema ya manido de la migración clandestina y el azaroso itinerario de centroamericanos desde la frontera sur en México hasta la frontera norte con destino final en la ilusoria tierra prometida. Si bien es cierto que el viaje de los inmigrantes clandestinos, invariablemente tratados como delincuentes o como seres fácilmente explotables, está sembrado de trampas y escollos, no lo han estado menos las ficciones fílmicas atentas al sensacionalismo, el chantaje sentimental y la flamígera denuncia retórica. Por fortuna, Quemada-Diez evita todas esas facilidades y confiere a su relato la rara cualidad en nuestro medio de una sobriedad artística.
Con una sutil división en tres partes, marcada por la imagen de transición de copos de nieve en la noche (doble alusión a una lúdica ilusión infantil y al inhóspito escenario del desenlace), La jaula de oro refiere las etapas emblemáticas de esa diáspora de la desesperación y el desarraigo.
Tres adolescentes abandonan Guatemala en busca de mejores condiciones laborales en Estados Unidos; en el camino se les une, empecinadamente, un joven indígena tzotzil que no habla una palabra de español. Las estrategias se precisan: Sara (Karen Martínez), novia del protagonista Juan (Brandon López), debe disfrazarse de hombre para evitar la discriminación y los abusos sexuales; Samuel (Carlos Chajón) advierte con dolida lucidez la inutilidad del esfuerzo luego de una primera tentativa fallida, y abandona la empresa. El indígena Chauk (Rodolfo Domínguez) demuestra tener, por su parte, un talento natural para franquear más de un obstáculo. Y los escollos, de todos conocidos, son los que habitualmente tolera o propicia la corrupción institucional en México: racismo abierto contra centroamericanos indocumentados, extorsiones de bandas criminales, trata de blancas y abusos de militares ostentando una impunidad completa.
La frontera sur como espejo de las vejaciones infligidas en la frontera norte y como barómetro de una política local servil, atenta siempre a los intereses empresariales estadounidenses. La región por la que atraviesa el tren llamado La Bestia, cargado de indocumentados inermes y esperanzados, se vuelve el primer filtro de los indocumentados indeseados, el lugar donde sin dignidad se le hace el primer sucio trabajo de depuración étnica a las patrullas fronterizas del norte.
Por fortuna para los inmigrantes clandestinos, en su largo itinerario surgen espontáneas muestras de solidaridad que contrastan con la mezquindad moral de las autoridades locales. Quemada-Diez alude a ellas, y a la labor de los albergues altruistas regados en el camino, pero en lo esencial concentra ese tema en el muro de incomprensión que levanta Juan, uno de los adolescentes guatemaltecos, frente al indígena mexicano a quien percibe como una afrenta personal y potencial amenaza. Esa desconfianza unilateral de quien tristemente se considera dueño de privilegios, a la postre ilusorios, refleja una parte del racismo nacional hacia los migrantes centroamericanos.
Una virtud cardinal de la cinta es explorar esa confusión de sensaciones incómodas o de actitudes prepotentes sin recurrir a la trivialización sentimental. También mostrar una vez más, pero de modo más original que nunca, que peor frontera que la geopolítica es la que divide y enfrenta a las personas
, según señala en su análisis del notable documental La frontera infinita (Juan Manuel Sepúlveda, 2007), el crítico Jorge Ayala Blanco en La ilusión del cine mexicano, Ed. Océano, 2012.
A las evidentes cualidades de la cinta en el tratamiento de su tema, entre las que destacan además del manejo de actuaciones, su solvencia narrativa y su manera de transitar ágilmente del registro humorístico a una fuerte emotividad contenida, con elementos de thriller fronterizo y un desenlace sorpresivo, cabe añadir la fotografía estupenda de María Secco, y la variadísima y sugerente música de Jacobo Lieberman y Leonardo Heiblum, con un diseño sonoro de Matías Barberis. Tanto talento reunido le ha valido a La jaula de oro múltiples reconocimientos internacionales.
En el momento justo de su estreno en México, leemos que de las 101 películas nacionales estrenadas en 2013, sólo 2 películas (Nosotros los Nobles y No se aceptan devoluciones) acapararon la atención de 73 por ciento del público. El resto de la producción nacional, tan celebrada oficialmente como menospreciada en el momento de su distribución, permanece en un umbral de indiferencia oficial y colectiva apenas distinto del que con justeza describe el director Quemada-Diez al hablar de los indocumentados clandestinos.
Twitter: CarlosBonfil1