Los jóvenes son los desatendidos de la posmodernidad
El teólogo, filósofo y maestro en sociología que asumirá el 30 de junio, diagnostica: Las universidades se han desentendido de su responsabilidad social o sólo buscan formar profesionistas y no ciudadanos. Esa es una anomalía dentro de la vocación universitaria
Domingo 11 de mayo de 2014, p. 13
El rector electo de la Universidad Iberoamericana (Uia) ciudad de México advierte: Tarde o temprano encontraremos que las universidades han dejado de tener sentido para un mundo totalmente centrado en la ganancia y en el lucro
. David Fernández Dávalos (Guadalajara, 1957) tomará posesión el 30 de junio luego de haber dirigido el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), ubicado en Guadalajara, y la Ibero Puebla.
En entrevista en la sede de la curia de la Compañía de Jesús, ubicada en Coyoacán, donde funge como encargado de la educación de los jesuitas, Fernández argumenta que el libre mercado ha tocado profundamente a la educación y por ello ha desatendido su responsabilidad social. También opina acerca de la participación política juvenil, de la situación de la Iglesia en México, de los retos de la educación superior y la manera de afrontarlos.
–¿Cómo ve a la juventud?
–Son los desatendidos de la posmodernidad –dice con su habla pausada de sacerdote–; no hay políticas públicas para jóvenes, no tienen alternativas de educación y trabajo. Un porcentaje no puede emplearse ni tiene opciones de estudios. Los jóvenes siempre son generosos, idealistas. Hay que ofrecerles espacios para que esta sensibilidad pueda manifestarse con fuerza.
–Hace dos años una parte de la juventud de la Ibero se manifestó contra el entonces candidato Enrique Peña Nieto y de ahí surgió el movimiento #YoSoy132. ¿Qué opinión tiene de la participación juvenil?
–Me parece imprescindible, necesario y muy positivo –señala quien entre 1994 y 1998 dirigió el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez– tener jóvenes conscientes y comprometidos con su propia realidad, lo necesitamos con urgencia. Pueden renovar este país y el modo de hacer política. Entonces me parece que el #YoSoy132 fue un retomar la tradición de los jóvenes volcados a lo público en la Ibero y que merece toda mi simpatía y apoyo.
–¿No es dar demasiada responsabilidad a la juventud decir que puede transformar la manera de hacer política en México?
–No es un asunto de exigencia. Los adultos, viejos y menos viejos, tenemos una responsabilidad muy importante y no podemos delegarla en los que vienen detrás. Es más una expectativa, un deseo. Pero los adultos somos responsables también del estado de postración de grandes sectores de la juventud o de su vinculación con el crimen organizado o con la migración hacia fuera del país.
–¿Cuáles deben ser entonces los compromisos de la universidad con la sociedad?
–Ubico tres: la universidad forma personas, abre un espacio de discusión sobre el conocimiento relevante para la sociedad y es ella misma un actor social que quiere contribuir a transformar y a hacer de este país uno más humano y fuerte.
–¿Todas las universidades cumplen ellos?
–Tendría que ser así. El asunto es que el mercado ha tocado muy profundamente a las universidades y lo que toca este mercado absoluto y feroz, lo descompone. Las universidades se han desentendido de su responsabilidad social o sólo buscan formar profesionistas y no ciudadanos. Esa es una anomalía dentro de la vocación universitaria.
–Actualmente la educación superior ya no es del todo un factor de movilidad social y parece que no responde las expectativas de los jóvenes. ¿Qué tiene que hacer la universidad para enfrentar esta situación?
–Es cierto, la educación ya no es ese factor, sino que se ha convertido en un elemento de diferenciación social: mala educación para los sectores vulnerables y buena educación para los acomodados. Como universidades debemos cambiar la conciencia y generar emprendedores que ayuden a crear empleos y nuevas empresas. También estamos apostando a alentar un sector social de la economía: que pueda haber empresas de carácter colectivo, productivas, sin subsidios, plenamente integradas al mercado, competentes, pero con una lógica de beneficio de sus propios agremiados, de poner por encima la lógica del trabajo y no la del capital. Además hay generar una oferta académica que responda a las nuevas necesidades de la sociedad y del mercado.
–¿Considera que las universidades en México, públicas y privadas, están respondiendo a estas necesidades?
–No. Se ha impuesto en el conjunto de las universidades –unas merecen mi absoluto respeto, como la UNAM, el Politécnico, la UAM– una lógica muy ensimismada, con criterios propios de calidad: estar en los rankings, tener las acreditaciones, subir nuestro estándar de formación de los profesores. Son índices de calidad muy autorreferenciales que prescinden de las necesidades sociales. Entonces esta competencia entre las universidades públicas y privadas, estas nuevas reglas que nos ha impuesto el mercado, han hecho que se nos oscurezca el sentido último de la universidad.
–¿Y se puede lograr recuperar ese sentido del que habla?
–Yo creo –dice el teólogo, filósofo y maestro en sociología– que el camino del libre mercado absoluto, el libre mercado feroz actual, no tiene salida. Tarde o temprano nos vamos a encontrar con que las universidades han dejado de tener sentido para un mundo totalmente centrado en la ganancia y en el lucro, y nos sentaremos a reflexionar sobre cuál es el aporte que hacemos.
–¿Cómo encuentra a la Ibero a su llegada a la rectoría?
–Muy consolidada. Con un crecimiento importante, con fortaleza económica y académica. En adelante me gustaría que aumentáramos el peso cuantitativo y cualitativo del posgrado. Además me gustaría una universidad más vinculada con actores sociales. Tenemos trabajo ahorita en pobreza y exclusión, en modelos y políticas educativas, en asuntos de migración e interculturalidad, pero habría que ampliarlo a derechos humanos, género, medio ambiente.
–Existe la percepción de que la Ibero es una universidad para elites. ¿Es así?
–Sí, desafortunadamente. Lo quiero matizar de la siguiente manera: sí y no, porque la educación superior de calidad es muy cara. Nosotros cobramos por estudiante más o menos lo que recibe la UNAM por cada uno de los alumnos que tiene. Eso es lo que cuesta tener talleres, laboratorios, doctores, equipamiento. Es necesariamente caro lo que cobramos y esto hace que puedan entrar sólo los tres deciles más altos de la sociedad. Por otra parte entre 30 y 40 por ciento de nuestros alumnos tienen alguna beca. Pero nuestra filosofía es que aun si vienen de sectores acomodados, queremos que se formen en la opción preferencial por los pobres. A veces lo logramos y a veces no, por supuesto.
–¿Le parecen suficientes las políticas públicas y las acciones del gobierno actual para respaldar e impulsar a la educación superior?
–No, definitivamente. Una primera cosa que hay que hacer es ampliar la oferta de educación superior pública. En segundo lugar, tenemos que resolver el problema que hay en educación media superior, donde casi un tercio de los que entran desertan en el primer año. Y la cobertura es todavía muy baja, tendría que subir por lo menos a 85 por ciento y no hay nada previsto para ello en las políticas públicas. Y además tenemos que pensar de veras en poner al centro no al sistema educativo, sino a la escuela, y no hay mecanismos para eso. Yo digo que el Plan Nacional de Desarrollo en lo que dice de educación y el Plan Sectorial de Educación son un catálogo de buenas intenciones, pero que no se traducen en políticas reales para atender estos problemas que son muy importantes.
–Usted que pertenece a la Compañía de Jesús, ¿cómo considera que está la Iglesia en nuestro país?
–Qué pregunta más delicada. Yo creo que la Iglesia tiene que cambiar. Un síntoma de la crisis de la Iglesia es la emergencia de una figura como el papa Francisco, que ha despertado la expectativas de cambio. El Papa ha cambiado la actitud, el discurso, ha tomado algunas decisiones distintas a como se venían tomando. Pero en nuestro país todavía hay resistencias importantes de sectores eclesiásticos frente a los aires de renovación en la Iglesia.