ecientemente fue publicado un elocuente artículo de Ignacio Ramonet titulado ¿Por qué sube la extrema derecha en Europa?
( Le Monde Diplomatique en español, mayo de 2014). Es un foco rojo de lo que podría ocurrir en las elecciones europeas próximas, del 22 al 25 de mayo. Se trata de la elección del Parlamento Europeo para los siguientes cinco años, la octava legislatura.
A diferencia de los lustros anteriores, en la séptima legislatura el Parlamento Europeo adquirió mayor relevancia para el futuro del llamado viejo continente. Se prevé que su importancia sea todavía mayor en los próximos años.
Ramonet señala que habrá un aumento notable de la extrema derecha, cuyos principales partidos son el Movimiento por la Europa de las Libertades y de la Democracia (MELD) y la Alianza Europea de los Movimientos Nacionales (AEMN). El primero se compone de 13 partidos de 12 países. Uno de los más influyentes es la Liga Norte de Italia, seguido por Solidarna Polska de Polonia (Wikipedia). Ambos son furiosamente nacionalistas. El segundo, la AEMN, incluye a siete partidos y políticos de 11 países, también ultranacionalistas. Los partidos más influyentes en esta alianza son Jobbik de Hungría, el British National Party del Reino Unido y uno más de Bulgaria.
Todos estos partidos son contrarios a la Unión Europea, a la globalización, a la partidocracia, al euro y, obviamente, al aborto. Estos y otros partidos existentes en casi todos los países europeos son xenófobos, enemigos de los llamados grupos étnicos de migrantes, defensores del cristianismo en sus varias versiones y, desde luego, culpan tanto a los partidos de derecha como a los socialdemócratas de la enorme crisis que vive ese continente. Por estas razones, entre otras, han sumado a sus posiciones a millones de europeos blancos
que viven en el desempleo, sobre todo jóvenes, y que no ven en las políticas de sus gobiernos ninguna salida digna para su situación. Ramonet añade con razón que los valores del nazi-fascismo de antes sólo son reivindicados por algunos partidos de la extrema derecha, muy pocos, y que el antisemitismo, más reducido ahora que en los años 30 del siglo pasado, ha cedido su lugar al antislamismo y al repudio a los inmigrantes (que les quitan sus trabajos y que tienen otros valores de vida
).
En su nuevo enfoque las ultraderechas podrían parecer semejantes a aquellas izquierdas del pasado que estaban en contra del imperialismo económico de Estados Unidos, de las recientes formas de acumulación del capital (capitalismo salvaje y alta concentración de la riqueza) y del discurso liberal/neoliberal. Estos valores los reivindica, por ejemplo, el Frente Nacional de Francia dirigido por Marine Le Pen. El discurso de ésta, salvo sus posiciones contra los inmigrantes que también tienen servicios de seguridad social (restándoselos a los trabajadores blancos
pobres), podía haber sido suscrito por las izquierdas hace 40 o 50 años. Quizá por esta razón es que muchos trabajadores, sobre todo desempleados, que antes votaban por los partidos comunistas o socialdemócratas, lo hacen ahora por los de extrema derecha.
Ramonet cita a Dominique Reynié, un estudioso de los populismos europeos (diferentes a los de América Latina): “Las extremas derechas han sido las únicas que han tomado en cuenta el desarraigo de las poblaciones afectadas por la erosión de su patrimonio material –paro (desempleo), poder adquisitivo– y de su patrimonio inmaterial, es decir su estilo de vida amenazado por la globalización, la inmigración y la Unión Europea”, para decir a continuación que, por contraparte, las izquierdas han puesto el acento en asuntos tales como el divorcio, los matrimonios homosexuales, el aborto, los derechos de los inmigrantes, la ecología, etcétera, que, si bien son temas importantes, no superan el problema de la situación social de los muchos millones de desempleados y pobres que viven día a día un infierno.
Sin ánimo de comparar las condiciones de Europa con las de América Latina, y de México en particular, salta a la vista que nuestras izquierdas, por lo que se refiere a políticas públicas y a los estragos del capitalismo salvaje que vivimos, no se diferencian mucho de las derechas y, ciertamente, parecen preocuparse más de los problemas que atañen a todos sin distinción de clase y no de las clases más explotadas y desfavorecidas en la lógica de nuestro capitalismo subordinado a las potencias mundiales. No digo que los problemas ecológicos o el del aborto no sean importantes, pero hay otros que son más sentidos por el grueso de la población: la salud, la nutrición, el empleo, la educación, la vivienda, etcétera.
Nuestras ultraderechas, que todavía existen, no tienen ni remotamente la fuerza de las europeas, pero no es difícil pensar que pudieran desarrollarse con discursos semejantes a los de estas últimas. Lo que es un hecho es que ciertas izquierdas y ciertas derechas en México tienen, como en Europa, pocas diferencias, y que ninguna de ellas cuestiona seriamente el sistema capitalista y lo que éste significa para las mayorías de nuestro país y de América Latina.