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Está asociado con el ritual de taladrado de fuego dedicado al dios zarigüeya o tlacuache

Descubren en Palenque un ciclo de 63 días del calendario maya

El registro está inscrito en un tablero descubierto en 1993 del Edificio I del Grupo XVI del conjunto arqueológico en Chiapas

Con el hallazgo, la voz y el discurso de los antiguos mayas, plasmado en el estuco, volvió a escucharse, afirma Guillemo Bernal Romero

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Durante los trabajos que se realizan en el conjunto prehispánico de Palenque. Al fondo, el Templo de las InscripcionesFoto Fabrizio León
 
Periódico La Jornada
Martes 24 de junio de 2014, p. 2

Los muros de la enigmática ciudad maya de Palenque (ubicada en Chiapas, México) continúan develando los secretos de aquella civilización.

Tras ardua labor de campo en esa zona arqueológica, Guillermo Bernal Romero, investigador del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), hizo un nuevo hallazgo en el tablero Este, descubierto en 1993 en el Edificio I del Grupo XVI de ese espacio histórico. Se trata de un ciclo calendárico de 63 días.

Este ciclo –que había pasado inadvertido– está asociado con el ritual de taladrado de fuego (joch’k’ahk’), dedicado al dios zarigüeya o tlacuache. Esta deidad fue realmente significativa en el pensamiento de las culturas mesoamericanas –como lo ha demostrado el investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, Alfredo López Austin–, pues a ese animal se le atribuía haber robado el fuego para darlo a los humanos.

En entrevista con La Jornada, Bernal Romero explicó que este descubrimiento se alcanzó luego de reconstruir el tablero gráfico Este del mencionado edificio de esa ciudad. Con ello, luego de más de mil años, la voz y el discurso de los antiguos mayas, plasmado en el estuco, volvió a escucharse.

El Ciclo-63 es una especie de eslabón perdido, de engrane que faltaba, pues se conocían otros: de siete, nueve y 819 días. El descubierto por el investigador de la UNAM es el resultado de multiplicar los dos primeros (9 x 7= 63), y el tercero, de multiplicar esta última cifra por 13 (63 x 13= 819) y podría develar muchos de los misterios que hasta hoy existen de esta cultura.

Esos números no son casuales, sino que eran sagrados para los mayas: creían en la existencia de un supramundo o región celeste, con 13 niveles; de una terrestre (la nuestra), con siete estratos, y un inframundo, con nueve niveles, explicó.

Posible relación con evento astronómico

El especialista en escritura maya detalló que este ciclo podría estar relacionado con un evento astronómico: los periodos sinódicos (tiempo que tarda un objeto, al ser observado desde la Tierra, en volver a aparecer en el mismo punto del cielo respecto del Sol) de Saturno, que es el planeta más lejano que se puede ver a simple vista desde la Tierra.

“Existe una posibilidad interesante de que la deidad tlacoache sea una personificación de Saturno, pues el cruce de trayectoria entre este planeta y el Sol se da cada 378 días, cifra que se obtiene multiplicando el número del ciclo, 63, por seis.

“Al tener una cantidad suficiente de registros que mostraban ceremonias de fuego –pues se ha hallado en otras ciudades mayas– observamos que existían de manera recurrente múltiplos de 63 en todas las fechas, de tal forma que ese ciclo estaba implícito en ese tipo de ceremonias de fuego, regidas por ese calendario cíclico. Cada 63 días había una ceremonia, aunque no todas se registraban”.

El investigador universitario, quien ha trabajado en Palenque desde 1998, primero colaboró con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y en 2006 llegó al IIF de la UNAM para continuar sus estudios sobre esta misteriosa ciudad.

Los descubrimientos de Bernal Romero son consecuencia de trabajos anteriores en la zona, por ello durante la charla enfatizó en reconocer al arqueólogo Arnoldo González Cruz, director del Proyecto Arqueológico Palenque del INAH, quien le abrió las puertas de esa ciudad ceremonial maya en 1998, y a la restauradora Luz de Lourdes Herbert, de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH, quien lo invitó a hacer una temporada de campo el año pasado.

Para realizar sus estudios, el investigador universitario tuvo que reconstruir el tablero Este, que mide aproximadamente dos metros de alto por 80 centímetros de ancho. El material fue completamente desplegado y puesto en camas de arena. Ya extendidos los cuadros de escritura, se determinó que se trataba de dos tableros que estuvieron colocados sobre jambas. Sin embargo, las piezas estaban revueltas; no se sabía cuáles cartuchos pertenecían a uno u otro rompecabezas. Eso causó problemas, pero al observar con más detenimiento se pudo realizar la separación fina: coincidían bien, tenían sentido, explicó.

Pero esto es apenas uno de los pasos que se han dado para la comprensión de esta milenaria cultura. A pesar del notable desarrollo de la epigrafía maya y del desciframiento de los acontecimientos históricos o míticos que relatan las inscripciones, el calendario aún tiene aspectos insospechados, aunque se pensaba que su compleja maquinaria estaba resuelta. Todavía existen relaciones numéricas entre fechas que delatan la existencia de otros ciclos que no conocíamos; eso es quizás lo más importante de este descubrimiento.

Para el universitario es relevante que se vuelva a tomar en cuenta la naturaleza de los registros rituales, pues en ellos se pueden identificar ciclos calendáricos o astronómicos que regían actos y prácticas mayas. La epigrafía calendárica no está del todo resuelta (...) Es posible que encontremos reconstrucciones de más fechas y acontecimientos, lo que podría tardar un año más.