Opinión
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Ondular azteca
C

omo su nombre evocador de grandes gestas, como su tradición cultural azteca, como su espíritu traumatizado, como su expresión gesticuladora y escandalosa, todo México es singular en el Mundial de futbol que se lleva a cabo en Brasil. En la magia y sutileza de esta singularidad unge de encantamiento al mundo. Al compás del ir y venir de esa luz única de los mexicanos, resurge y se extingue con aromas a cervezas y tequilas turbadoras, para decir ¡Hola! y disfrutar la fiesta popular de la belleza femenina, los juegos artificiales, las romerías en las calles y el maravilloso panorama de hoy y de siempre, que se resbala y se pierde en los bolsillos de los titiriteros organizadores.

Contemplar en los diversos partidos de futbol (México-Croacia) el entusiasmo desbordado que despiertan los goles, plantea difíciles preguntas: ¿Qué habrá detrás de ese placer experimentado al ver abatir la portería contraria? Parece existir un deseo de llenar de balones el marco telaraña del otro. Telaraña que, jugando con la imaginería interior, se podría vislumbrar como un tejido sin fondo, sin final. Hoyo negro por el que se escapan los balones y dejan una falta, una ausencia, una desaparición. Para colmar la falta existe el deseo. Este deseo siempre insatisfecho. Pero, ¿la falta de qué? Pues, justamente, de lo que falta. Algo que sólo se manifiesta por su ausencia, que paradójico que pueda sonar es esa cualidad de ausencia lo único que patentiza su presencia. Es decir, la presencia de una ausencia. Ausencia constitutiva y originaria que nos constituye como sujetos síquicos.

El balón entrando en la red no colmará jamás esa ausencia con orificios múltiples. El agujero como lugar de la huida por donde el objeto-balón máscara desaparece de manera inexorable, como el primer objeto satisfactor del deseo, a decir de Freud, jamás recuperado. Por tanto, la red (metafóricamente) como lugar del deseo, o sea, lugar que patentiza falta.

Los jugadores representantes de miles de millones en el mundo, llenando de balones el marco de la red. Balones que desaparecen en el vacío de la red. Instante mágico en el que los balones crean la ilusión, en su vuelo, de ser el objeto (en el sentido sicoanalítico de la palabra) que es capaz de satisfacer el deseo. Ilusión que enriquece a los titiriteros a pesar de las protestas quijotescas.

Su desaparición devela bruscamente ese agujero presión del vacío, de la oquedad donde reside la ausencia y la incompletud. Allí donde llega el balón al marco, de pronto lo que se revela es que no hay nada, tal es la falta. La sensación de encontrarse con un hueco, con lo inasible, la fugacidad del instante que intenta paliarse con la fantasía narcisista de completud que nos acompaña a lo largo de toda nuestra existencia.

Huella de un hueco que apunta al origen sin origen, al desamparo originario y a la indefensión descritas por Freud. Huella que borra el sentido de vencedores y vencidos y hace de la victoria sólo búsqueda de una plenitud imaginaria que nos salve de la marca indeleble de ser tan sólo seres incompletos. Victoria(s) que enloquecieron y volvieron omnipotentes a millones y ante la pérdida confrontan con el desamparo y el dolor de vivir.