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La gran Belleza
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Fotogramas de la película
 
Periódico La Jornada
Sábado 28 de junio de 2014, p. a16

En el pináculo de su existencia, el escritor y periodista Jep Gambardela se instala en un umbral, un claroscuro donde persevera en su reflexión espiritual, su búsqueda del Grial: ‘‘la gran belleza”, mientras del otro lado de la frontera de esa decisión, se instala en el mero ‘‘vórtice de la mundanidad”. Tal balance se extiende, a manera de metáfora, a la ciudad de Roma, capital del gozo estético pero también de la noción del pecado, ese invento que ha rendido tantas ganancias al emporio de la religión católica, cuya sede está en ese mismo vórtice.

Ese es el planteamiento del cineasta Paolo Sorrentino en su filme La grande bellezza, que pasó hace pocos días por la cartelera mexicana y cuyo soundtrack se quedó en los estantes de novedades discográficas con su arsenal de reflexión y gozadera.

Como suele ocurrir en el terreno de la música de cine, el soundtrack suele cobrar vida propia, para alargar el efecto fílmico.

Es este el caso y el acierto es monumental y se lo debemos al compositor italiano Lele Marchitelli, cuya inmensa cultura musical nos rinde uno de los soundtracks más disfrutables que se hayan realizado en los años recientes.

Marchitelli escribió 11 de las 29 obras musicales que podemos escuchar en este álbum doble y cuyos fragmentos enlazan escenas culminantes de la película.

Todos esos cortes afirman la sabiduría de Marchitelli, su capacidad enorme para crear atmósferas, no para ‘‘acompañar” imágenes, que es la manera equivocada como muchos directores de cine aplican el arte sonoro al visual.

Sin embargo, el máximo acierto de Marchitelli y los otros productores del disco que hoy nos ocupa consiste en seguir el planteamiento del director del filme y entablar umbral mediante una operación sencilla, que resulta genial: separar la música en dos discos en alto contraste; en el disco uno agruparon toda la música espiritual, sublime, para dejar en el segundo y definitivo la música del ‘‘vórtice de la mundanidad”, la carnalidad, la música que bailamos en las fiestas, la música del goce desprovista de la noción de pecado, porque es en la música, ese arte de lo inefable, donde se expresa nuestra plenitud, la del espíritu y la de la carne, la de la eternidad y la del día a día, la música de la divinidad y la del aquí y ahora.

Lo maravilloso es que uno no tiene que elegir entre cuál de los discos nos gusta más, si el del recogimiento o el de la gozadera. Ambos, porque de ambos materiales estamos hechos. Pureza y pecado, alfa y omega, ying y yang, fulgor y quietud, volcán y calma. Eros y Thánatos.

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El disco uno es de una exquisitez absoluta. Muestra el profundo conocimiento musical de Marchitelli porque reúne a los máximos compositores de música espiritual del momento. Inicia con un fragmento canoro de David Lang, de quien escuchamos hace un par de Cervantinos su magistral The little girl match passion, donde conjunta un cuento de Andersen con la Pasión según San Mateo de Bach.

Enseguida, un pasaje de Maya Beiser, esa chelista formidable que también escuchamos durante un festival Música y Escena en el Centro Cultural Universitario de la UNAM. Lo que suena enseguida es de lo más hermoso, enaltecedor que se ha escrito en toda la historia: My heart is in the highlands, de Arvo Pärt, una de las grandes querencias del Disquero ( http://goo.gl/ikceUF).

Completan ese primer disco de embeleso obras de John Tavener (http://goo.gl/mzAn3H), Vladimir Martynov (con el Kronos Quartet), Zbigniew Preisner, Bizet y Gorecki (http://goo.gl/Xq4THu).

El disco dos, bueeeeeno. La puritita gozadera. Inicia con Far l’amore, en versión club-mix, con Bob Sinclair y Raffaella Carrá y en los siguientes 12 tracks transitamos por territorios placenteros de música electrónica. Pero esto es que llega el track 14 y no paramos de bailar y bailar y bailar.

En el filme, Jep Gambardela presume: ‘‘nuestros bailes de a trenecito son los mejores de toda Roma”. Hombres de un lado, mujeres de otro, en escuadra y coreografías divertidísimas (‘‘que no se apague el mambo, que no se acabe”, dice la letra, no importa que lo que suena no es un mambo sino un merengue apambichao). El track 17 es delirante (‘‘mueve la colita mamita rica clap clap clap/ mueve la colita mamita rica clap clap clap”). He aquí una probadita del filme, la fiesta de Jep Gambardela: http://goo.gl/Jm4c9X.

He aquí el vórtice de la mundanidad y el vértice de lo sublime, músicas dormidas y en latencia, introspección y gozo. Un salto fascinante desde la música más espiritual hasta la más intensa carnalidad. El recogimiento y la puritita gozadera.

¿Bailamos de a trenecito?

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