os movimientos de protesta en nuestro país estallan de manera inesperada, suelen ser producto de añejas inconformidades que no encontraron un canal de expresión y respuesta institucional. Basta una provocación o a veces un accidente para que se inicie una reacción aparentemente desproporcionada, que sólo adquiere una cabal comprensión si se analizan las causas encubiertas más allá de las explicaciones coyunturales.
El movimiento médico de cincuenta años atrás, de noviembre de 1964 a septiembre de 1965, se inició por la omisión en el pago del aguinaldo. Rápidamente se organizaron paros, se amplió el conflicto y el pliego petitorio superó el reclamo inicial, transformándose en una exigencia relacionada con las condiciones de trabajo y con la participación en las normas que rigen esa actividad. La ausencia de respuesta y de capacidad de negociación provocaron que la inconformidad adquiriera dimensiones cada vez mayores. Como es común, el gobierno se envolvió en el principio de autoridad y echó gasolina al fuego mediante la represión.
La reciente insurgencia médica, conocida como #Yosoy17, es nuevamente la expresión de una protesta que responde a los abusos que sufren los médicos en nuestro país. Sería injusto e irresponsable afirmar que los padres de Roberto Gallardo, el joven fallecido en enero de 2010 en la ciudad de Guadalajara después de dos meses de hospitalización, carezcan de razón. Eso sólo podrán acreditarlo dictámenes objetivos y calificados que es fundamental llevar a cabo para evitar en su caso actos de negligencia. Sin embargo, lo que parece extraño en este caso es que una averiguación previa tome más de cuatro años para ser desahogada por la Procuraduría General de la República; también el número de médicos, 16, que hubieran sido encarcelados de no haber obtenido la protección constitucional a tiempo; asimismo, es difícil entender cómo se acreditó el elemento de dolo que resulta esencial en el tipo penal que se les imputa.
Lo que sí puede afirmarse, con claras evidencias, es que en las últimas décadas el servicio público de salud se ha venido degradando en nuestro país a pasos agigantados. Son incontables las historias de pacientes que deben esperar meses para ser atendidos en un quirófano, que se ven obligados a adquirir por sí mismos material médico y medicinas u optar por contratar por la vía privada los servicios de los médicos que deberían atenderlos en el hospital público. Es explicable también que muchas de las limitaciones resulten a los ojos de los pacientes imputables a los médicos o las enfermeras, porque consideran que depende de ellos el servicio que la institución les niega o les difiere.
La profesión de médico en nuestro país es sin duda producto de una vocación generosa y sacrificada. Sin embargo, vista en perspectiva desde la etapa estudiantil, transita un auténtico calvario. El primer reto que debe enfrentar es el acceso a los estudios universitarios. En la UNAM –institución que por su creciente prestigio y gratuidad se ha convertido en un deseo a veces inalcanzable para muchos aspirantes–, quienes no gozan del pase interno deben acreditar en su examen de ingreso un número de aciertos cercanos a la perfección, pero la inmensa mayoría de los estudiantes queda fuera, aun cuando se trate de jóvenes destacados; con ello el Estado incumple una obligación elemental de proveer educación superior a la población.
El segundo reto para aquellos que inician sus estudios de medicina consiste en superar las constantes exigencias que van determinando su destino. Si tan sólo de excelencia en el desempeño se tratara, serían explicables e incluso deseables estos requerimientos por la naturaleza tan delicada de la labor que desempeñan, ya que en sus manos está la salud, la integridad y la vida de seres humanos. El problema es que pareciera que esa generosa profesión suele ser acompañada de abusos innecesarios como aquellos que sufren los internos mediante guardias inhumanas de hasta 36 horas sin dormir, de ausencia de apoyos y de múltiples arbitrariedades que documentan los propios estudiantes.
Después del internado viene el servicio social; han transcurrido así seis o siete años, dependiendo de la escuela. Llega entonces el examen de especialidad, que otra vez excluye a la inmensa mayoría que considera que ésta es la única vía para tener reconocimiento profesional y una remuneración digna; posteriormente vendrá la lucha cada vez más difícil por obtener un puesto de trabajo estable.
Si recorremos el mapa médico en nuestro país, constataremos que varios de los planteamientos del movimiento #Yosoy17 tienen fundamento: exigen y reclaman con razón que se les otorguen los medios necesarios para el desempeño de su labor, lo cual redundaría en un servicio a favor de los pacientes. La inquietud es extensiva a sectores como los institutos nacionales de salud y hospitales de alta especialidad, de amplio reconocimiento y prestigio profesional. Sus reglas de trabajo, como estímulos y normas de estabilidad, suelen fijarse con criterio discrecional, lo que favorece la arbitrariedad y el descontento. De los salarios ni hablar, totalmente empobrecidos en relación con la carrera superada y la calidad y trascendencia de su labor. Por ello, muchos galenos optan por trasladarse a un país que les ofrezca mejores oportunidades o de plano dedicarse a otra actividad más rentable. Una respuesta necesaria ante esta situación es favorecer formas asociativas de carácter profesional, que permita a los médicos convertirse en constructores de las normas que rigen su labor.
La movilización médica ha superado ya los límites de un reclamo particular y ha puesto la mira en las causas de las deficiencias del servicio; como muchos otros renglones en nuestro país, generalmente relacionados con la ausencia de políticas públicas en favor de la gente; el tema es que no existe una política de salud. Casi nada.
¿Que qué podrías ser? Podrías ser el médico que lleva dentro del maletín ignoro cuántas veladas de café y anatomía, para salirle al paso a la fatiga de los latidos pálidos, producto de un corazón que incluye leucocitos en sus palpitaciones, y podrías ir sembrando en el vientre o las espaldas del enfermo preguntas para diagnosticar qué sombra está cruzando por su entraña.
Enrique González Rojo