l mal que aqueja a la economía mundial no acaba de irse y amenaza con marcar el porvenir del mundo por mucho tiempo, tal vez décadas. La recuperación se cuenta casi por micras y el empleo no vuelve a los registros de la temporada inmediata anterior al estallido de la crisis en 2008.
Si alguna variable recoge este mal en toda su dimensión es la inversión o la acumulación de capital, cuya participación en el total de la producción no regresa a los coeficientes anteriores ni su crecimiento observa una dinámica promisoria de mejores tiempos. Como los cálculos y decisiones de invertir se hacen de cara al futuro, a las expectativas sobre los mercados y los productos por venir, bien podemos decir que el futuro no sólo está nublado sino que quienes suelen definirlo al arriesgarse a invertir o abrir nuevos mercados han decidido no tocarlo, quizás a la espera de que, desde un más allá imprecisable, salte la liebre de la buena nueva de un crecimiento venturoso.
Por lo pronto, con todo y la reactivación española que tanto ¡olé! incita en la península, sigue el austericidio causando estragos entre la población despojada de defensas protectoras, pero también entre los inversionistas cuyos espíritus animales han hecho mutis. La austeridad mata, dicen los epidemiólogos, y es pésima consejera del Estado y la empresa, agrega algún economista desvelado.
Señales encontradas se dan por todas partes y se cruzan para (in)definir el panorama. Es como si, a falta de la hecatombe acostumbrada, un par de dioses malhumorados del Olimpo hubieran dejado caer sobre los terrícolas una condena a vivir en cámara lenta los estragos de la guerra del fin del mundo que, por fortuna, no se dio. El desempleo masivo y estacionado en pisos duros de abandono del mercado laboral; la inocupación juvenil y el desperdicio generalizado de capacidades productivas; una suerte de obsolescencia del todo artificial de las innovaciones acuarteladas para mejores tiempos que no llegan, forman un conjunto desolador de guerra lenta, no por ello menos sangrienta si bajamos la mirada al Medio Oriente o Ucrania, cuya posguerra reconstructiva no aparece por lado alguno.
De aquí el renacimiento de las profecías, o atisbos cautelosos del futuro incierto, sobre el estancamiento secular del capitalismo que estaría merodeando un nadir poco auspicioso de grandes iniciativas como las que acompañaron los inicios de la segunda gran posguerra: la formación de la ONU; las promesas del socialismo realmente existente; la extensión del Nuevo Trato de Roosevelt, con su Plan Marshall; los Acuerdos de Bretton Woods, el nuevo orden internacional encarnado por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y demás.
Setenta años pueden ser nada, pero definen un arco histórico, como el que marcó la vida del planeta de 1944 a la fecha. De entonces para acá, en especial a partir del ciclo cuyos inicios podríamos fechar en 1971, cuando sin consultar a nadie el presidente Nixon puso en entredicho las reglas de oro del sistema internacional que debería vigilar y modular el Fondo Monetario, hemos vivido una gran transformación del mundo que como Jano nos lleva a ver hacia delante sin poder dejar de ver hacia atrás. Y aquí estamos, hasta los mexicanos que insisten en comportarse como si en efecto vivieran no sólo en el país de nunca jamás, sino en el reino de las maravillas… siempre por llegar.
No se diga que sin conciencia histórica; más bien, empecinadas en negar sus registros y lecciones más elementales, las élites del dinero y el poder constituido se empeñan en vender futuros sin tomar nota de que el pasado no está pisado, como quería Deng. Por el contrario, a medida que pasa el tiempo, este pasado se presenta más pesado que nunca: no se trata de una fijación que nos haya impuesto la Malinche, sino de fardos sociales y productivos, a más de usos y costumbres enervados, que bloquean la posibilidad de diseñar creíblemente escenarios deseables y que, al ser negados obstinadamente por los que mandan, sólo traen confusión y enojo entre el respetable, harto del espectáculo de compra y venta de protección a que se han dado los grupos del privilegio.
Los hombres de negocios de México, orquestados por su presidente vitalicio, recibieron al presidente Peña Nieto y le ofrecieron veintitantos mil millones de dólares de inversión por las reformas
. Aparte de darle la bienvenida al mandatario, el vicepresidente de los negociantes se botó la puntada de felicitarlo por haber adquirido un avión como los de Aeroméxico, a los que ahora llaman aviones presidenciales
. Y san se acabó: qué quiere decir en verdad la mencionada promesa de inversión y, en especial, aquello de por las reformas
, queda para los arcanos del CMHM.
Formado en los años 60 para entablar un diálogo de avenimiento y cooperación con el gobierno presidido por Adolfo López Mateos, el consejo contribuyó a afianzar el desarrollo estabilizador
que, en vez de una alianza para el progreso, dio pie a una auténtica alianza para las ganancias
, al decir del estudioso Roger Hansen. Luego todo cambió, y no necesariamente para bien.
Sin duda, canales para una conversación desarrollista hacen falta, y mucha, en el país, una vez periclitados el formato cupular de los pactos de los años 80, el tripartismo de los 70 y el pacto de dirigentes partidarios del presente apenas pasado. Lo que hay que poner en reserva es la oferta implícita de don Claudio X y asociados: que es por su intermedio que puede reconstruirse, ahora en democracia, el esquema cooperativo que fraguaran López Mateos, Ortiz Mena y Salinas Lozano, después de los encontronazos con la patronal ¡tan moderna!, que reditó el anticomunismo más agreste, se opuso a los libros de texto gratuitos y repudió la política exterior de respeto a Cuba y rechazo al intervencionismo majadero puesto en práctica por Estados Unidos.
No es, el contexto actual, parecido al de ayer. Pero las tareas de fondo, dirigidas a remover la desigualdad tridimensional que nos cruza y remprender la empresa del desarrollo, siguen en el centro de la agenda no cubierta, ni recordada, por las orondas cumbres del negocio concentrado que sotto voce celebran el llegue a Slim y se aconsejan y se esconden cuando éste responde con un gambito audaz pero no por ello menos elemental.
Sin conciencia histórica, los dueños de los dueños podrían por lo menos adquirir alguna sensibilidad histriónica.