Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de julio de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Reservas naturales del Distrito Federal
L

as recientes noticias sobre las reservas naturales de la ciudad de México no son nada halagüeñas. Oficialmente se reconoce que existe una enorme presión demográfica sobre las áreas boscosas y agrícolas de Xochimilco, Tláhuac y Milpa Alta. La expansión de la mancha de asfalto vía la urbanización hormiga acaba con extensiones que por siglos sirvieron para la producción agrícola y pecuaria y hasta para surtir de pescado a sus habitantes. En todo lo que ocurre juega un papel clave la falta de una política pública que garantice lo que queda de la zona lacustre y el más importante recurso de producción agrícola de la cuenca de México. Por sus características culturales, históricas y productivas con justa razón es patrimonio de la humanidad.

Precisamente sobre esa pérdida versa el libro que no alcanzó a ver publicado Jorge Legorreta: Chinampas de la ciudad de México y lo editó la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco. Legorreta nos da un acercamiento histórico y ambiental de esa parte de la ciudad recurriendo a lo que sucede en los pueblos de Mixquic, San Gregorio Atlapulco, San Luis Tlaxialtemalco, Tláhuac y Xochimilco. Y con la novedad de que nueve habitantes de esos pueblos ofrecen un certero panorama de los problemas que enfrenta el sistema agrícola que aprovecha el agua dulce de los lagos de Chalco y Xochimilco. Data de más de mil años y tuvo su esplendor durante el imperio azteca. La producción de alimentos era entonces tan grande que luego de cubrir las necesidades locales exportaba excedentes al resto de la gran ciudad. Durante la conquista española y la colonia esa parte de la cuenca logró conservar sus sistemas de producción, aunque en áreas menores. Los canales que la unían al nuevo centro administrativo funcionaron hasta el siglo pasado, pero la zona no se libró de sufrir la extracción de agua para llevarla a la ciudad. Una política iniciada a fines del porfiriato que ocasionó la desecación de grandes extensiones de lagunas y humedales acompañada de un proceso anárquico de urbanización. Hoy la situación es crítica, como señalan en sus textos Ricardo Flores Cuevas, Guillermina Vázquez Pineda, Lucas Godoy González, Félix Venancio González, Juana Godoy González, Juan Flores Enríquez, Francisco Godoy Serralde, José Genovevo Pérez Espinosa y Baruc Noel Martínez Díaz. Todos ellos nos hablan cómo menos de la tercera parte de la red de canales es navegable. El resto carece de agua, está invadido por el lirio acuático o lo rellenaron. Además, la extracción de agua causa el hundimiento del antiguo lecho lacustre. Y como remate, no ha sido posible detener el incontrolado avance de la urbanización. Describen además cómo se pierde la relación que por siglos existió con la ciudad capital. A pesar de todo, sobreviven los lazos comunales y culturales.

Como una muestra de esa enorme riqueza productiva, don José Genovevo Pérez enlista en su texto los productos que se obtienen en las huertas flotantes: maíz, jitomate, tomate, chile, calabaza, frijoles, ejotes, amaranto, chayote, chilacayote, quelite, lechuga, pepino, coliflor, col, col de Bruselas, alcachofa, cebolla, espinaca, acelga, cilantro, perejil, betabel, apio, nabo, rábanos, poro, brócoli, zanahoria, colinabo, habas. Flores como amapola, cempasúchil, nubes, chícharo, espuela de caballero, alhelí, pincel, imperial, aretillo, nardo, pensamiento, alcatraz, dalia, violeta, crisantemo, vara de san José, mercadela, gazaña, tuberosas, amapola japonesa, clavel, ester, chino, panalito, rosas. Además, ruda, yerbabuena, romero, albahaca, manzanilla, epazote, verdolaga; hasta ahuejotes vegetales como el asís, asese, quintonil, acahual, tatana, alfombrilla, tripa de Judas, altamisa, lechuguilla, axal, cardosanto. Y árboles frutales como durazno, capulín, ciruelo, chabacano y membrillo.

El próximo jueves se cumplen dos años de la muerte de Jorge Legorreta. Su libro postrero es otra llamada de atención sobre la urgencia de proteger un patrimonio natural, cultural, económico y social que sufre permanentemente el asedio de los intereses inmobiliarios, de quienes no reparan en convertir lo verde en gris asfalto.