No ocurrió el tan previsto colapso en las terminales aéreas
Miércoles 16 de julio de 2014, p. a14
Río de Janeiro, 15 de julio.
En Brasil siguen los distintos cálculos y balances sobre el Mundial que terminó el domingo. Primero, se supo que 58 por ciento de los 700 mil extranjeros aseguraron que volverán en 2016, para los Juegos Olímpicos de Río. Y hoy se supo que 83 por ciento de los turistas que vinieron a Brasil consideran que todo salió muy bien y que fue una tremenda fiesta.
Se sabe además que alrededor de 14 millones de personas pasaron por los aeropuertos brasileños mientras duró la Copa. Casi un Portugal y medio. Casi un Chile entero. Casi cinco veces la población de Uruguay. Y que los retrasos en los vuelos se mantuvo por debajo del 25 por ciento, medida considerada aceptable según los convenios internacionales. El tan previsto colapso con su consecuente caos aéreo tampoco ocurrió.
Hasta los pesimistas de siempre tuvieron que rendirse a las evidencias. Pero como los pesimistas sin remedio suelen tener una capacidad y un placer casi increíbles a la hora de prever catástrofes, no les faltará tema: ahora se trata de saber qué pasará dentro de dos años, precisamente en los Juegos Olímpicos, a los cuales dicen estar decididos a venir 58 por ciento de los que estuvieron en la Copa.
Y como suele ocurrir en Brasil, los indicios de desastre se cuentan por docenas. Este es un país que sigue creyendo piamente en su capacidad de improvisación, en que somos todos expertos en soluciones de última hora. Y claro que con creatividad y alegría todo se resuelve, todas las fallas se compensan.
Sale la FIFA y entra a la cancha el Comité Olímpico Internacional (COI). Y advierte de pronto que hay que evitar que los mismos errores cometidos en el Mundial se repitan en los JO de 2016, la otra fiesta, que estará centralizada únicamente en Río de Janeiro.
La oferta de problemas es amplia y no exactamente innovadora. De lo que está proyectado directamente para los juegos está listo lo que ya existe, o sea, instalaciones que recibirán determinados deportes. Todo lo demás, claro, está retrasado. Algunas obras apenas empezaron. De las principales intervenciones programadas para la ciudad que será sede, una pequeña pero significativa parte está lista. La mayoría está en periodo de ejecución.
Un problema extra es que buena parte de todo lo que se está haciendo –y también de lo que todavía no empezó– es que nadie sabe cuáles son los gastos previstos. Es decir, nadie previó lo previsible. Como es norma y regla que los presupuestos iniciales sean furiosamente superados, por ahora nadie sabe a cuánto llegará la cuenta final.
De las 54 obras anunciadas para los Juegos Olímpicos de Río, 28 no tienen todavía sus costos proyectados. Y algunas promesas ya fueron relegadas al desván de los olvidos. La principal de ellas es la limpieza de las aguas fétidas de la Bahía de Guanabara, uno de los más bellos escenarios de Río, donde se supone que se disputarán algunas pruebas náuticas. Las autoridades locales dicen que los índices de polución de esas aguas son aceptables
. A ver qué dicen los atletas y sus médicos.
Serán 29 días de pruebas olímpicas y paralímpicas, que contarán con la participación de unos 15 mil atletas de 200 países. Es decir, un movimiento y un volumen muy superiores a los de un Mundial, excepto en el número de turistas extranjeros: los organizadores esperan unos 400 mil, frente a los 700 mil que estuvieron en la Copa.
De momento, la mayor preocupación del Comité Olímpico Internacional es con el retraso en las obras. Para evitar lo que ocurrió en la Copa, el COI decidió instalarse desde ahora en Río y acompañar el día a día de todo.
Otra preocupación se refiere directamente al presupuesto. Todavía no se ha vendido 30 por ciento de las cuotas de patrocinio. El gobierno nacional no gastó un centavo todavía, pero ya admite que participará de la colecta que, entre estado y municipalidad, pretende reunir poco menos de mil millones de dólares. Todo lo demás –en lo que se refiere exclusivamente a los juegos, y no a las obras– tendrá que ser cubierto por patrocinadores.
Será la nueva fiesta, dentro de dos años. Y en lugar de distribuirse por medio Brasil, todo se concentrará en Río de Janeiro.
Si todo trascurre como en la Copa, una vez más será mucha tensión de víspera para luego abrir espacio para mucha alegría en la fiesta.
Que así sea, pero de ser posible, por favor, con menos pesimismo anticipado, menos catastrofismo de oráculo miope. Se agradece.