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A la Mitad del Foro

Masticar chapopote

H

ablaron desde la tribuna, iba a escribir debatieron, pero hablaron, 109 senadores de la pluralidad política que parió la montaña. Del modo que fuere, resultó un portento del aparato de movimiento continuo que se mueve sin avanzar, que altera el panorama sin cambiar el horizonte. Reforma energética y puesta al día del proceso político que consolidó nuestra soberanía y cimentó el poder constituido del Estado moderno mexicano. Casi nada. Más de cien hablaron y al concluir la sesión el recuento fue de 97 votos a favor y 27 en contra: aprobado.

Ahí quedaron las palabras volátiles y rígidas, sobrias y ridículas, los cambios de giro y sentido; las maromas que pusieron argumentos de la derecha histórica en voces de la llamada izquierda moderna, y del nacionalismo revolucionario en las del antiguo régimen que permanece. Bueno, espléndido que el acto legislativo se transmitiera en su totalidad y los ciudadanos pudieran acudir al ágora electrónica y ver a los solones del vuelco milenario exhibir sus devaneos y una solemne ignorancia en temas que han trabajado hasta el cansancio y agotado hasta la muerte. Ahí quedan los reclamos agraristas y la defensa de la tenencia de la tierra con tintes virginales azul y blanco junto a las feroces condenas a la expropiación hechas desde las que fueran barricadas de la izquierda combativa.

Uno hubo que señalara con índice de fuego al malo y abusivo hábito del Estado mexicano de no pagar el valor convenido por las expropiaciones. Y se sonrojó el rostro de Lázaro Cárdenas del Río en las cartulinas lucidas en los escaños del PRD y en las manos espirituales y expectantes de las avanzadas de Morena. Esa expropiación, la que precedió a la nacionalización del petróleo, se empezó a pagar de inmediato en la colecta de modestas aportaciones del pueblo, de los mexicanos del común; y se acabó de pagar después de llegado el primer relevo generacional con el arribo del alemanismo. Se pagó a las empresas expropiadas que explotaron inmisericordemente los fundos petroleros y a los trabajadores mexicanos. La izquierda no aceptaba el truco de la ocupación temporal, pero le cortaba las arterias vitales al acto soberano de la expropiación, así sea de propiedad privada, social o comunal.

Flotaba en el ambiente la ausencia de una voz que rememorara el voto particular de Ponciano Arriaga en 1857. Extrañas posturas desde las cuales un panista sinaloense, el Gil valido de Calderón, escudero de doña Josefina y guardián de Ernesto Cordero en la derrota a manos de Madero el mínimo, simulara dialéctica hegeliana y un hidalguense, el senador David Penchyna, del PRI, al frente de la Comisión, sentenciara que el uso del método de fractura hidráulica del subsuelo ( fracking, dicen los técnicos) para la extracción de gas favorecería a las comunidades indígenas de Puebla, Veracruz y Chiapas. En Coahuila, en Tamaulipas, en el norte, dijeron, no hay, la población es más mestiza. Tal cual, hasta que subió a tribuna Fidel Demédecis, senador perredista de Morelos, para recordarles a los rarámuris de Chihuahua.

De la Tarahumara al Valle del Yaqui, desde la sierra de Durango a los llanos de Coahuila y desde el árido altiplano potosino hasta los cerros secos de Nayarit y Jalisco, frontera con Zacatecas, mexicaneros y huicholes peregrinan en territorio de las muchas etnias que los mexicas llamaban chichimecas. Indios y pobres, tanto como los del sur, cuya presencia estalló en el rostro feliz del reformismo neoliberal que ya nos hacía próximos a la modernidad primermundista. Sean de cualquiera de nuestras tres sangres, los mexicanos dueños de la tierra han de recibir los beneficios de la reforma en aprobación. Mínimo, el pago por la expropiación de sus bienes. Lo otro, la calca de las concesiones mineras es legado de la modernización porfiriana. Por eso asustó a la mayoría la solemne recitación de la Ley de petróleo expedida en 1901. En tiempos aquellos en que Dios era omnipotente y el señor don Porfirio Presidente. Tiempos, ay, tan parecidos al presente, como supo bien decir Renato Leduc.

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Sesión extraordinaria ayer en el SenadoFoto Roberto García Ortiz

Tal vez por eso y porque nada se parece a la victoria, Emilio Gamboa lució sonrisa y gestos de anfitrión, actitudes de tolerancia y generosidad de mecenas renacentista. Todo en orden, el presidente Enrique Peña Nieto conoce los costos políticos de esta reforma. Costos en una popularidad a la baja, arrastrada por la misteriosa parálisis del gasto público que se aprueba, se distribuye y del que se pierde huella cuando se dice que se ejerce. Siga al dinero, aconsejan los autores de ficción y los investigadores del sempiterno fraude en las finanzas públicas tanto como en las privadas. Peña Nieto está dispuesto a asumir el costo político. Apostó todo a las reformas estructurales hechas viables por el Pacto.

Pero sabe sumar y no está dispuesto a pagar ese costo en diputaciones federales de las elecciones del año entrante. La mayoría impone, aunque respete el imperativo democrático de escuchar y respetar a las minorías. Desconcierta que en dos años del mandato sexenal ignorara la máxima jeffersoniana de la primacía absoluta de la prensa libre; por encima del gobierno mismo, diría el primero en declarar que en la República hablaba directamente el pueblo en primera persona plural y no en el nombre de Dios. Se hace tarde. La comunicación social no puede posponerse al reparto de las concesiones de la telecomunicación y el ajuste de cuentas de los oligarcas consolidados después de la caída.

La alternancia de la alternancia hace extraños compañeros de lecho. En el debate imaginario, la leal oposición insistió en señalar con índice de fuego a la alianza PRI-PAN. Hasta que un senador priísta recordó al orador que hace unos días hubo elecciones en Nayarit y socarronamente le preguntó con quién se aliaron ahí los panistas: con el PRD; la alianza era PAN-PRD.

Hace unos cuantos días pude ver escenas de una implosión programada con matemático ingenio para derribar un edificio, sin dañar estructuras vecinas. Inquietante espectáculo la demolición de la Federación de Estudiantes de Guadalajara, baluarte liberal, social, revolucionario, frente al poderío económico de los Tecos de la Universidad Autónoma. El oxímoron es negado por la tradición británica que llama escuela privada a la del Estado y escuela pública al resto: hay Estado. En Jalisco se ha impuesto la derecha de notables, oscurantista, que dispone del dinero público como si fuera privado.

Ahí festejaban el panista gobernador Emilio González y el cardenal Sandoval el gobierno de Dios en la Tierra; y el mandatario disponía de millones del erario para erigir un templo a los mártires de la guerra cristera. Desde luego eran excluidas las maestras mutiladas de senos y de orejas cortadas por ser misioneras de la educación pública, laica y gratuita, así como los agraristas colgados, castrados, asesinados por repartir la tierra. Ni siquiera dirían entonces ni ahora como en la guerra medieval de los 30 años: Mátenlos a todos. Ya Dios separará a los buenos de los malos.

Aristóteles Sandoval se llama el gobernador de Jalisco. Del PRI de Peña Nieto, de estilo populachero y desenfadado. Ojalá sea cauto ante el reto de la derecha clerical. En las elecciones de 2015 huele a incienso. La FEG es demolida en silencio. No olvide el gobernador que Aristóteles, el filósofo, se sentó a la mesa con la tiranía: Filipo de Macedonia le encomendó la tutela de su hijo Alejandro.