sta nota testimonial, corresponde a la observación de la exposición de una expositora que se ha desempeñado primordial, pero no únicamente, como ceramista, en este rubro bajo la enseñanza de Gerda Gruber, cuyo taller en Mérida es punto de referencia importante.
Con excelente museografía ideada y dirigida por Patricia Álvarez con la participación indispensable de Manuel Alegría, curador y eje principal del Museo Cuevas, el montaje no sólo determinó una selección ilustrativa del quehacer actual de María José Lavín, sino igualmente una distribución elegante, ante todo muy limpia de las piezas. Se diría que eso hizo valer en buena medida la efectividad que como obras de museo pudieron ofrecer, pues no sólo definió un conjunto ilustrativo reciente de su producción, sino igualmente hizo valer en buena medida la efectividad que como obras de museo estas obras en lo particular pudieron ofrecer. Eso sería también requisito indispensable si se hubieran presentado en cualquier galería seria, sólo que aquí el conjunto pareció espacialmente ideado ex profeso en torno al propio recinto. Una sección fue realizada por Lavín en el Centro de Artes de San Agustín (CaSa) en Etla, Oaxaca. Según informó, el haber coincidido con algunas escritoras, entre otras con su hermana Mónica Lavín determinó la inclusión de frases en algunas piezas de bulto. El tema de la muestra que llevó por título Territorios de piel, giró supuestamente en torno a la figura de Venus genitrix a través de varias de sus manifestaciones, pero Venus, es sólo un pretexto y la acepción que con mayor giro de verosimilitud la encuadra convirtiéndola en residuo corresponde a la escritora tamaulipeca Cristina Rivera Garza, autora entre otras obras muy premiadas de una novela que significativamente se titula Nadie me verá llorar.
Su párrafo reproducido en las captaciones va así: “Y como la columna vertebral, el esternón, el cúblito radial… De que manera el occipital, la mandíbula, el esfenoides, por qué el cigomático… (etcétera) Por qué tu allá”.
Esto parecería fragmento de un tratado de osteopatía poetizado, no tan ajeno como a primera vista pudiera considerarse, de las cuestiones osteopáticas a las que Frida Kahlo se propuso aludir a través de la eterna herida abierta, ¿en qué medida María José se inspiró, no en su estilo o iconografía, sino en dolencias de Kahlo, y en condiciones propias al elegir las vendas como material de producción solidificándolas con yeso?, ¿es esta una pregunta legítima?, no sé. La sección de piezas efectuadas con vendas es la más conspicua de todas e implica un auténtico juego con retazos, anímicamente un patch work vendaginoso y desgarrado. ¿Esto es válido?, todo es válido además de ser muy bienvenido por la era transdisciplinaria que estamos viviendo y de la vigencia absoluta de la autoexpresión en todos sentidos.
Las piezas de bulto, en cerámica, ostentan frases y textos de las escritoras con las que María José coincidió en el CaSa, o bien las eligió porque conoce y admira sus escrituras de tiempo atrás. Además de su hermana, Mónica Lavín, autora del principal texto que acompaña la exposición, complementado por otro muy lúcido de la crítica de arte Lelia Driben, legible en mampara. Estas escritoras, todas muy reconocidas son Ana Clavel, Ana García Bergua y Rosa Beltrán, entre otras. Pero excepto la distribución de frases poéticas que aportó la propia Patricia Álvarez, transferida al volumen de una de las Venus por su propia mano, las demás escrituras no me resultaron muy legibles, tampoco el fragmento que la autora eligió de Antonin Artaud, por lo que no considero pertinente este procedimiento (en extremo válido, aunque demasiado consabido) que una vez más intenta unir poesía con creación plástica. En cambio me parece excelente que se hayan transcrito los textos en sala y en el discreto catálogo que publicó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes atendiendo al hecho de que María José Lavín es beneficiaria del Fonca, emisión 2012.
Las piezas trabajadas con lazer cut (procedimiento que dinosáuricamente denominábamos suaje) forma parte inextricable de su quehacer. En algunas obras los cortes proyectan sombras sobre las mamparas y dado que están colgadas del techo piezas y sombras proyectadas se mueven un poco. Esas obras desde mi punto de vista son producto de un quehacer artesanal que tiene como base actividades infantiles reiteradas en espíritu adulto, cancelando el folclorismo implícito por ejemplo en el papel picado. Respecto de las desgarraduras o sea las vendas, ¿hasta dónde puede llegar este proceder, que unifica lo textil –las vendas– con los sólidos? La posible respuesta es la siguiente: hasta donde la autora, atendiendo a una demanda estética pero acaso también de mercado, quiera limitar este proceder. Colgadas y contenidas en cajas de acrílico que simulan ser transparentes y ligeras, ideadas para preservarlas y a la vez para favorecer su transporte sin que se maltraten, resultan susceptibles de ser itineradas a otros recintos.