l maíz transgénico no nos hace falta para la autosuficiencia alimentaria. Privatiza las ganancias mientras socializa el riesgo y persigue el totalitarismo alimentario. En su más reciente embestida, los consorcios multinacionales de semillas transgénicas buscan sorprender a los gobiernos de los países en desarrollo que, como el de México, funcionan desconectados de sus comunidades científicas independientes. Proclaman que no hay evidencias científicas
de que los cultivos transgénicos dañen la salud humana o la ecología. Citan como última evidencia un estudio recién publicado en la revista Critical Reviews in Biotechnology en el que sus autores analizan mil 783 investigaciones sobre el tema de la inocuidad de los organismos transgénicos publicadas en el periodo 2002 a 2012. El mensaje se nos transmitió a los mexicanos en reuniones de gran visibilidad por conducto de connotados científicos mexicanos como el doctor Francisco Bolívar Zapata, coordinador de Ciencia y Tecnología de la Presidencia de la República, y el doctor Luis Herrera Estrella, director del Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad. Hay por lo menos dos elementos obvios que mueven a la cautela y en los que los citados científicos mexicanos transmisores del mensaje ponen en juego su credibilidad.
Primer elemento: el artículo insignia citado entresaca sus mil 783 investigaciones a partir de un universo de 31 mil 848 fuentes, cuyos resultados apoyan o refutan la inocuidad (o ausencia de daño) a la salud humana o a la ecología. Del mismo universo de fuentes, la Coalition for a GMO-Free India reporta 439 investigaciones científicas sobre los impactos adversos de los cultivos/alimentos transgénicos conducidas en el mismo periodo. India, centro de origen de la berenjena –su hortaliza básica–, como México está bajo la embestida de Monsanto para transgenizar su cultivo y crear el totalitarismo alimentario por medio de la semilla. Hay un ya célebre estudio del grupo francés liderado por Sèralini sobre ratas (susceptibles al cáncer de mama), que fueron alimentadas durante su ciclo completo de vida con el evento transgénico de maíz NK603 de Monsanto –este es el mismo evento transgénico para el que Monsanto solicita permiso de siembra comercial en Sinaloa–. El estudio de Sèralini muestra una mayor frecuencia de tumores mortales de mama en las hembras y de daños fatales al hígado y riñones en los machos, en comparación con el tratamiento de maíz común. En poco tiempo, este estudio conmovió al mundo. Sin embargo, fue retractado por la revista Food and Chemical Toxicology en condiciones polémicas, pero republicado un año más tarde en la revista Environmental Sciences Europe.
Segundo elemento: la ausencia de daño a la salud humana o a la ecología no es criterio suficiente, aunque sí necesario, para considerar la transgenización de la producción del maíz en México –su centro de origen y diversificación–. En comparaciones no sesgadas entre el maíz transgénico y el normal, el maíz transgénico: 1) no rinde más (La Jornada, Opinión, 11/1/13) ni abarata los costos de producción; 2) no puede coexistir con el maíz normal en México, sin contaminarlo (La Jornada, Opinión, 11/2/13) –la contaminación es acumulativa e irreversible–; 3) no es inocuo para la ecología: su uso prolongado se asocia con la aparición de superplagas (La Jornada, Opinión, 18/2/14); 4) la equivalencia sustancial
con el maíz normal es un eufemismo espurio; 5) la tecnología transgénica es gran aliada de la reconversión hacia la gran escala de operación agrícola y, como tal, induce a la concentración de la mejor tierra de labor, al monocultivo y a la explosión en el sobreúso de agroquímicos, y 6) en los países que han alcanzado etapas avanzadas de la transgenización, se adoptan leyes que prohíben a los productores producir su propia semilla. Todo esto conduce al totalitarismo alimentario.
Si el gobierno mexicano se ha dejado sorprender por la historia de la inocuidad podría ponderar los infames efectos sobre la agricultura familiar, sobre la pérdida definitiva de su soberanía alimentaria, sobre la profundización de la dependencia alimentaria ante la presencia del cambio climático, sobre la responsabilidad de autorizar la contaminación en gran escala del principal reservorio genético de maíz y sus parientes silvestres del mundo y, finalmente, el abandonar la visión de nación y posponer el aprovechamiento de sus reservas de tierra de calidad agrícola, de agua dulce, de biodiversidad, y del bono de juventud, mientras persigue cuentas de vidrio.
En un periodo menor a los ocho años que tardó el algodón transgénico para contaminar al algodón nativo del sureste, el maíz nativo quedará contaminado en cualquier esquina del territorio si se libera comercialmente el maíz transgénico en el norte del país. Toda planta contaminada de maíz contendrá la toxina transgénica en todas sus células, y con tal habríamos de alimentar a todas nuestras generaciones por venir, porque no habrá retorno.
¡Ya basta! La comunidad científica de México le debe a la nación un debate público sobre este tema vital para la seguridad alimentaria nacional, que sea balanceado y transparente. Lo demandamos desde la UCCS.
* Presidente de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, AC. Investigador nacional emérito.