l parecer fue el presidente Woodrow Wilson, de Estados Unidos, quien generalizó la idea de que todos los pueblos deberían gozar del derecho a la autodeterminación. Era una manera de entender la lucha contra el colonialismo, aunque en más de un sentido el vecino país no haya cumplido con sus propios preceptos.
Caso contrario el de nuestro país que, por boca del sinaloense Genaro Estrada, con antecedentes claros en Luis Cabrera, ha esgrimido tal precepto y lo ha sabido sostener, aunque por ahí, en épocas de Vicente Fox y de Felipe Calderón, junto con la merma de prestigio de la política internacional de México en su conjunto, haya habido ciertos gestos que parecían haber olvidado este principio fundamental, mismo que contribuyó antaño, sobremanera, a darle a México, en el panorama internacional, la lucidez de que hizo gala.
No es la Casa Blanca, sin embargo, la única institución que ha hecho caso omiso de sus propios planteamientos. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), por ejemplo, al hablar de sus principios, ha repetido no sé cuantas veces que cada pueblo tiene el derecho a escoger su propio destino, más cuando se ha tratado del caso de Cataluña y su anhelo de preguntarse a sí misma si en verdad aspira a convertirse en un estado independiente. El tal PSOE ha respingado como el más totalitario de los partidos y se ha sumado de la manera más abyecta a un gobierno de tantas reminiscencias franquistas, como lo es el de la España actual.
Los catalanes han dado muestras del más alto espíritu democrático y han llevado sus planteamientos, indefectiblemente, por el camino de la expresión pacífica: sus armas son las urnas
, como lo repiten y lo ejercen sin cesar, pero se enfrentan a una España que, en esencia, no ha cambiado mucho de los tiempos de Fernando VII. Recordemos que, justo cuando las aguas americanas se apaciguaban gracias al autonomismo establecido por la constitución de Cádiz, el soberano de marras tuvo a bien abolirlo todo de un plumazo, al regresar a España, y volver a sumergir a su país en el más puro absolutismo que prevalecía antes de 1808 y abocar sobre las insurgencias lo que le quedaba de sus mermadas fuerzas armadas.
La soberbia del imperio, al igual que la soberbia del centralismo ahora, afloró en todo su esplendor. Dicho de otra manera: la España de hoy hace gala de su gran escasez de vocación democrática al negarse a tolerar, incluso, que un gobierno autónomo simplemente le pregunte a su pueblo si quiere seguir como está.
Tal miedo al conocimiento de la voluntad de los ciudadanos es una muestra de la madera de que están hechos los gobernantes españoles de la actualidad.
Afortunadamente, para la preservación de un derecho tan humano como la autodeterminación, el contexto europeo no parece estar dispuesto a permitir que los sectores más recalcitrantes de la oscura derecha españolista –PSOE incluido– puedan cumplir su amenaza de sacar los tanques a las calles catalanas, que ha sido siempre el recurso más socorrido por la barbarie ante la fuerza de las urnas y la voluntad popular.
A Martí Soler, feliz octogenario.