Opinión
Ver día anteriorDomingo 10 de agosto de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El gueto de Gaza
H

ace unos meses, al presentar en la FIL el libro de Carlos Martínez Assad titulado Los cuatro puntos orientales: el regreso de los árabes a la historia, me atrevía a decir lo siguiente: La nación que justifica su existencia y su derecho a existir en el holocausto se niega a otorgar el mismo derecho a Palestina, que también puede reclamar con toda justicia que ha sufrido el despojo, la expatriación, la diáspora y el holocausto.

La verdad nunca calibré el alcance de la frase y confieso que no soy para nada especialista en estos temas. La respuesta del público no se hizo esperar y alguien me reclamó que si no había exagerado al decir que el caso palestino podía considerarse como holocausto. La idea me vino sobre todo al leer las referencias que se hacen en el libro sobre la masacre sistemática del pueblo armenio, entre 1915 y 1923, con un saldo de más de un millón y medio de muertos, la cual también se ha calificado como holocausto, y por la grave situación por la que atraviesa desde hace décadas el pueblo palestino, la situación de los cristianos en Siria, de los kurdos en Irak, etcétera.

Mi respuesta en aquel momento fue que los judíos no tenían por qué monopolizar el término de holocausto, que a lo largo de la historia podíamos encontrar muchos ejemplos de genocidio y exterminio masivo sustentados en la expansión territorial y la limpieza étnica, justificados por principios históricos, religiosos y raciales.

En América, para asumir también nuestra historia de horror, tenemos el ejemplo del exterminio sistemático de los pueblos indios en Norteamérica; de la matanza de más de 90 por ciento de la población masculina adulta de origen guaraní en la guerra de la Triple Alianza en contra de Paraguay, conformada por Argentina, Uruguay y Brasil, en la cacería sistemática de indios en la Patagonia.

Al hablar del pueblo judío me vienen a la mente libros memorables que leí de joven, como Mila 18, de León Uris, sobre el gueto de Varsovia, y las publicaciones que llegaban en aquellos años sobre el experimento judío de los kibutz. También tengo presentes lecturas actuales, como las novelas de Batya Gur, que describe la manera en que la ultraderecha manipula el holocausto para justificar sus posturas políticas.

Coincido plenamente con el derecho de Israel a existir y a vivir en paz, sin por ello estar de acuerdo en la solución arbitraria e insensata de los imperios coloniales de fraccionar a su antojo los territorios, etnias y pueblos que por siglos esquilmaron y administraron.

Coincido también con el derecho palestino a existir, a contar con un territorio unificado y a ser reconocido como país libre y soberano. Pero también reconozco que han dejado escapar oportunidades históricas que podrían haberse encaminado hacia la conformación de un Estado palestino y poner punto final a esta pesadilla.

El planeta lleva a cuestas más de 50 años de conflicto entre Israel y el mundo árabe, que nos afectan a todos y que son la simiente principal de la discordia y los extremismos y fundamentalismos contemporáneos. No es posible expulsar a los judíos de ese territorio, no es posible excluir a los palestinos de ese territorio, sólo queda una solución negociada.

Se ha dicho que Israel optó por la expansión territorial y no por la seguridad. No es posible, en un contexto de colonización sistemática de los territorios ocupados, pretender que se busca la paz. Pareciera que Israel espera que algún día el pueblo palestino agache la cabeza, se doblegue y acepte humildemente su destino de no tener territorio y ser mano de obra barata. La expansión militar se complementa con la colonización del territorio, pese al reclamo generalizado de decenas de países, incluido su gran aliado, Estados Unidos.

Según Martínez Assad, la solución para el Medio Oriente no va por la vía del modelo impuesto por Estados Unidos, de reconstrucción con base en la representación comunitaria, étnica y religiosa. No es posible asignar Jerusalén al control de un grupo. La convivencia se logra a partir de mutuo respeto y recíprocas concesiones.

Desde nuestro punto de vista, la solución propuesta por Estados Unidos de segregar a la población retoma los tres elementos de la identidad WASP (white anglo saxon protestant), que no es otra cosa que separar de acuerdo al criterio de raza o etnia, territorio originario y religión.

No es posible tal solución ni en el Medio Oriente ni en los Balcanes ni propiamente en Estados Unidos, donde finalmente tratan de imponer un modelo de segregación, donde blancos, negros, latinos y asiáticos vivan y convivan, pero en nichos separados.

Tampoco es solución la militar. Un pueblo humillado y derrotado luchará hasta el final, como diría Sun Tzu, en El arte de la guerra. Hay que dejar una salida y no la hay. Gaza está cercada por tierra, mar y aire. Su única salida eran los túneles que Israel pretende destruir. Eran túneles que tenían un doble propósito: el contrabando vital para la subsistencia y el militar.

A finales de julio la relación entre muertos palestinos (mil 150) e israelíes (53) era de 20 a uno. Es quizá un buen reflejo de lo que es la realidad, entre un ejército artesanal y uno de los más modernos del mundo. Tal desproporción echa por tierra la aseveración de Netanyahu de que no hay guerra más justa que ésta. Incluso ha quedado atrás aquel aforismo de ojo por ojo y diente por diente, que a fin de cuentas tenía cierto sentido igualitario.

El gobierno militarista de Israel, al contrario del pueblo judío, en el que todavía hay voces disidentes, está aplicando y justificando las mismas medidas que utilizaban los nazis en la Segunda Guerra Mundial al matar a 10 civiles cuando un soldado alemán de la ocupación aparecía muerto: la de encerrar en un territorio confinado a todo un pueblo y dejarlo morir de hambre, como se hizo en Varsovia. ¿Cuál es el siguiente paso?