iempre es una grata experiencia visitar un museo, pero cuando se trata de una bella casona que alberga la colección integrada por el dueño (que usualmente era un personaje), la experiencia es doblemente gratificante. Estos recintos tienen características tan especiales que existe un Comité Internacional de Casas Museos Históricas. La filial mexicana realizó recientemente el primer encuentro nacional. Participaron representantes de distintas partes del país y especialistas en aspectos que tienen que ver con la conservación, seguridad y gestión de estos peculiares espacios.
Promotora fundamental del encuentro fue Lourdes Monges, quien está al frente de la Casa de la Bola, que es parte de la fundación cultural formada por Antonio Haghenbeck de la Lama y que es dirigida por la historiadora Leonor Cortina.
Representativa de las casas museos, la de la Bola (situada en la avenida Parque Lira) fue edificada a mediados del siglo XVI en medio de un vasto terreno, donde se sembraron árboles frutales, magueyes y olivos que sí producían; en las habitaciones de la planta baja quedan vestigios del molino y las tinajas para la elaboración y almacenamiento del aceite. A lo largo de los siglos cambió de propietario en diversas ocasiones y tuvo variados usos. Por sus dimensiones y características pertenecía a la categoría de viviendas de campo, conocidas como casas de placer
.
Al inicio del siglo XX, el arquitecto Manuel Cortina remodeló la fachada en estilo neocolonial; al principio de la década de los 40 la adquirió Antonio Haghenbeck de la Lama, quien consolidó su estructura, le agregó algunos elementos, entre estos una hermosa terraza, construida con materiales de demolición que procedían de la residencia de sus padres en la avenida Juárez, convertida en el Cine Variedades.
Una vez realizadas las modificaciones la convirtió en su hogar amueblándola y decorándola con suntuosos muebles, tapices, cortinajes, enormes espejos, candiles e innumerables obras de arte de procedencia europea y mexicana. Así la convirtió en una mansión ecléctica, mezcla de estilos que prevaleció hasta fines del siglo XIX entre la alta burguesía y la aristocracia de nuestro país.
Existía una incógnita acerca del nombre de Casa de la Bola, que ya aparece en escrituras de esa centuria. Recientemente la historiadora Conchita Amerlinck, descubrió una imagen en la que aparece una fuente en el patio que está en la entrada, coronada con una gran bola de piedra.
Antonio adquirió muchas casonas en el Centro Histórico y tres haciendas virreinales. En 1984 donó tres de los inmuebles a la fundación cultural que lleva su nombre, con el fin de que se dedicaran a museos para que la asociación cuidara su uso y respetara la voluntad del donador, de que la Casa de la Bola se conservara como él la dejó y, al mismo tiempo, ofrecer servicios educativos y actividades culturales.
Es una visita que vale la pena, ya que se ingresa a la intimidad de un personaje muy especial y representativo de la mentalidad, gustos y valores de la clase alta mexicana del ocaso del porfiriato. Es fácil imaginarlo comiendo en el gran comedor, solitario como era, de ahí pasar a la biblioteca con sus libros y fotos de familia, que lo hacen cercano; asomarnos a su suntuosa recámara con la impresionante cama con dosel, que recuerda las de los palacios europeos; deambular por los distintos salones, el rosa, el verde, todos igual de lujosos y concluir en su baño, con su moderno
aparato de ejercicio de fina madera.
Otro atractivo de la mansión es el vasto jardín medio selvático, con bellas fuentes y esculturas, que nos traslada a la época del porfiriato.
Llegó la hora de comer y ya que estamos en el rumbo les propongo Casa Merlos. Está en Victoriano Zepeda 80, atrás del observatorio de Tacubaya. Ofrece excelente comida poblana. Estos días por supuesto los chiles en nogada. Favoritos de siempre: las chalupitas, los envueltos de mole y los bistecitos de metate; de postre: natilla de piñón.