n Medio Oriente, las primeras imágenes de cada guerra definen la narrativa que deberemos seguir obedientemente. Así que ésta es la mayor crisis desde la última gran crisis con Irak. ¿Los cristianos huyen por sus vidas? Hay que salvarlos. ¿Los yazidíes se mueren de hambre en las montañas? Arrójenles víveres. ¿Los islamitas avanzan hacia Erbil? Bombardéenlos. Destruyan sus convoys, su artillería
y a sus combatientes, y bombardéenlos una y otra vez hasta que...
Bueno, el primer indicio del itinerario a seguir en nuestra más reciente aventura en Medio Oriente se nos mostró el fin de semana, cuando Barack Obama le dijo al mundo: no creo que podamos resolver este problema en semanas; llevará tiempo
. Se notó ese deliberado esfuerzo para que la palabra misión
no se colara en su enunciado. Fue el vocablo mejor disfrazado de tiempos recientes.
Entonces ¿cuánto tiempo? Al menos un mes, obviamente. Quizá seis meses... ¿Un año? ¿Otro más?
Después de la guerra del Golfo de 1991, de hecho ha habido tres conflictos similares en las últimas tres décadas y media, con otro que está por estallar. Los estadunidenses y británicos impusieron zonas de exclusión aérea sobre el sur de Irak y el Kurdistán (norte) y bombardearon todas las amenazas
militares que encontraron en el Irak de Saddam Hussein durante los siguientes 13 años.
¿Está Obama preparando el terreno –la amenaza de genocidio y el mandato
del impotente gobierno de Bagdad de arrasar con los enemigos de Irak– para comenzar otra guerra aérea en la nación? Y de ser así, qué lo hace pensar, o a nosotros, que los islamitas, quienes están muy ocupados creando su califato en Irak y en Siria, nos seguirán la corriente en este alegre escenario.
¿Acaso el presidente de Estados Unidos, el Pentágono, el Centcom (Mando Central de Estados Unidos) y, supongo, el puerilmente llamado Comité Cobra británico en verdad creen que el Isil, con todo y su ideología medieval, se sentará en las planicies de Nínive y esperará a ser destruido por nuestras municiones?
No, los muchachos del Isil, o Estado Islámico, o el califato, o como sea que quieran llamarse en el momento, simplemente van a dirigir sus ataques a otros puntos. Si el camino a Erbil está cerrado, tomarán el camino a Alepo o el de Damasco, mismos que estadunidenses y británicos estarán menos dispuestos a bombardear o defender porque eso significaría ayudar al gobierno de Bashar Assad en Siria, a quien odiamos tanto como odiamos al Estado Islámico.
Sin embargo, si los yihadistas tratan de capturar Alepo o sitiar Damasco y cruzar a la fuerza la frontera con Líbano, la mayoritariamente sunita ciudad mediterránea de Trípoli sería el objetivo más deseado. Entonces tendríamos que expandir nuestro precioso mandato
para que incluyera a otros dos países, sobre todo porque empezaría a estar amenazada la frontera de una nación que es aún más merecedora de nuestro amor y protección que Kurdistán: Israel. ¿Alguien ha pensado en eso?
Y claro, existe lo inmencionable. Cuando liberamos
Kuwait en 1991, tuvimos que recitar una y otra vez que esta guerra no era por el petróleo. Cuando invadimos Irak en 2003, tuvimos que repetir ad nauseam que este acto de agresión no era por el petróleo, como si la misión de los marines estadunidenses que fueron enviados a Mesopotamia hubiera sido proteger la exportación de espárragos.
Ahora que protegemos a nuestros amados occidentales en Erbil, damos apoyo y asistencia a los yazidíes en las montañas del Kurdistán y lamentamos la injusticia que sufren decenas de miles de cristianos que huyen de las amenazas del Isil.
No debemos ni podemos mencionar el petróleo, ni lo haremos, bajo ninguna circunstancia. Me pregunto por qué no; no es que sea significativo ni relevante... en lo más mínimo.
El Kurdistán produce 43 mil 700 millones de barriles de los 143 mil millones de barriles que conforman las reservas iraquíes, además de 25 mil 500 millones de barriles de reservas no comprobadas y tres de los seis millones de metros cúbicos de gas que produce el país.
Conglomerados de combustible y gas han emigrado masivamente al Kurdistán; de ahí que hubiera miles de occidentales viviendo en Erbil, si bien su presencia no ha sido explicada por los medios. El hecho es que Mobil, Chevron y Total, entre otras, han hecho inversiones múltiples de más de 10 mil millones de dólares, y no se permitirá al Isil meterse con compañías así en un lugar donde los operadores petroleros obtienen 20 por ciento de las ganancias de producción y exploración.
En efecto, reportes recientes sugieren que la actual producción de petróleo kurdo es de 200 mil barriles al día y llegará a 250 mil barriles diarios el próximo año, suponiendo, claro está, que mantengamos lejos de la zona a los muchachos del califato, lo que significa, según la agencia Reuters, que si el Kurdistán iraquí fuese un país verdadero y no sólo un trozo de Irak, estaría entre los diez países más ricos en petróleo del mundo, lo cual, obviamente, es algo que vale la pena defender. ¿Alguien lo ha mencionado siquiera? ¿Al menos un reportero de la Casa Blanca ha incomodado a Obama con una sola pregunta acerca de este hecho notable?
Claro, nos solidarizamos con los cristianos iraquíes, aunque muy poco nos importaban cuando se les empezó a perseguir después de nuestra invasión de 2003. Y sí, prometimos proteger a los yazidíes de la misma forma en que prometimos –y fracasamos– proteger a millón y medio de armenios cristianos víctimas del genocidio perpetrado por los musulmanes en esta misma región, hace 99 años.
No olvidemos que los amos del nuevo califato de Medio Oriente no son idiotas. Las fronteras de su guerra se extienden mucho más allá de nuestros mandatos
militares. Saben que, incluso si no lo admitimos, nuestro mandato incluye al inmencionable petróleo.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca