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El convenio incluye el control de observadores internacionales e intercambio de prisioneros

Gobierno ucranio y separatistas pro rusos acuerdan cese el fuego

Retiro de armamento pesado y abrir corredores humanitarios, otros puntos del pacto

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En el puerto de Mariupol soldados de Ucrania celebran el anuncio de su regreso a casa, luego de que Kiev ordenó una suspensión de hostilidadesFoto Ap
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 6 de septiembre de 2014, p. 20

Moscú, 5 de septiembre.

El gobierno de Ucrania y las milicias separatistas, con la mediación de Rusia y la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), se comprometieron este viernes en Minsk, capital de Bielorrusia, a respetar un cese el fuego en la zona de conflicto en las regiones orientales de Donietsk y Lugansk.

El acuerdo entró en vigor a las 18 horas de hoy (tiempo de Ucrania) y lleva la firma del ex presidente ucranio Leonid Kuchma, en representación del actual gobierno; Aleksandr Zajarchenko e Igor Plotnitsky, líderes separatistas de Donietsk y Lugansk; Mijail Zurabov, embajador de Rusia en Ucrania, y Heidi Tagliavini, enviada de la OSCE, integrantes del llamado Grupo de Contacto.

A esa hora el presidente ucranio, Petro Poroshenko, y Aleksandr Zajarchenko, en nombre de las milicias de Donietsk y Lugansk, dieron la respectiva orden de cesar los combates.

Además del inmediato alto el fuego –aspecto principal del acuerdo–, el pacto incluye permitir el control de observadores internacionales, intercambiar prisioneros, retirar el armamento pesado y abrir corredores humanitarios, entre otros puntos, cuyos detalles será precisados en otras rondas de negociación.

El cese el fuego –perfilado desde la conversación telefónica que sostuvo el miércoles anterior el presidente ruso, Vladimir Putin, con su colega ucranio y que resumió en un plan de siete puntos– se dio a partir de dos concesiones recíprocas esenciales: Ucrania acepta negociar con los separatistas, por ahora de modo indirecto a través de un ex presidente, y éstos renuncian de momento a la idea de independizarse de Ucrania, asumiéndose sólo como pro rusos.

Al comprometerse a cesar las hostilidades, que de acuerdo con datos de Naciones Unidas han dejado ya más de 2 mil 600 muertos y casi un millón de desplazados en el este de Ucrania, tanto el gobierno de Poroshenko como los dirigentes de la rebelión en Donietsk y Lugansk creen que, en el curso de unas negociaciones que de llevarse a cabo se prevén largas y complejas, podrán retomar sus posiciones iniciales: la integridad territorial del país, el primero, y las reivindicaciones separatistas, los segundos.

Por ahora, el futuro estatus de Donietsk y Lugansk, según comentaron varios participantes en la reunión, ni siquiera figuró en la agenda de discusión, dándose prioridad a detener el derramamiento de sangre.

Rusia, con su creciente y exitosa participación en los combates, mediante miles de soldados de su ejército regular que van a la guerra a título personal y durante sus vacaciones –lo único que Moscú admite, aunque sabe que está prohibido por la legislación rusa– y armamento moderno, hizo posible el acuerdo de Minsk, revirtiendo lo que hace poco parecía una derrota inminente de los separatistas.

Ahora, mientras no obtenga garantías concluyentes de la neutralidad de su vecino y la certeza de que nunca se instalará ahí una base militar noratlántica, Rusia amaga con crear una amplia zona de seguridad en su frontera con Ucrania.

Pero hoy por hoy, la tregua beneficia por igual a todas las partes implicadas: Ucrania obtiene un respiro frente a la ofensiva de las fuerzas separatistas en el este, impensable sin el apoyo cada vez más decisivo de Rusia.

Las milicias, además de que la población civil dejará de sufrir el bombardeo del ejército ucranio sobre sus ciudades y poblados, consiguen que se les reconozca como parte de las negociaciones y aspiran a consolidarse en el territorio que controlan.

Moscú cambia el curso de la guerra

Rusia, que insiste en que no es parte del conflicto, demuestra a Kiev que puede cambiar el curso de la guerra, situó a sus hombres a las puertas de Mariupol en el mar de Azov y, por un tiempo, frena la llegada de ataúdes con soldados muertos en una guerra no declarada.

El acuerdo de Minsk tendrá vigencia hasta que cualquiera de las partes ataque a la otra, lo cual –lamentablemente– puede ocurrir en cualquier momento. Los principales riesgos son la desconfianza recíproca y el rencor acumulado, que pueden echar abajo la tregua, igual que los partidarios de una solución extrema, que los hay y no pocos de ambos lados.

Poroshenko quizás no tenga dudas sobre la subordinación de las unidades regulares del ejército, pero afronta el reto de imponerse sobre los distintos batallones de la guardia nacional, algunos formados por militantes de grupos nacionalistas y neonazis, que son tan poco numerosos como irreconciliables.

Rusia, de su lado, sólo puede garantizar que respetarán el acuerdo los soldados rusos voluntarios y deberá contener a las diferentes milicias, algunas de la cuales no reconocen el liderazgo de Zajarchenko y Plotnitsky, y, ajenos a la geopolítica, sólo cumplen órdenes de sus caudillos locales.