oronto, 5 de septiembre.
Hubo un tiempo que para el TIFF era un orgullo nacional abrir su programación con una película canadiense. De unos años para acá se han dado cuenta –como todo el mundo– que lo que la gente quiere ver es cine hollywoodense con grandes estrellas, cuyo tránsito por la alfombra roja provoca entusiasmo de los medios y del público. Así pues, anoche la función inaugural se realizó con The Judge (El juez), de David Dobkin, un funcional melodrama jurídico y familiar.
La trama es perfectamente previsible. De regreso a su pueblo rabón en Indiana para asistir al funeral de su madre, un exitoso y arrogante abogado (Robert Downey Jr.) debe enfrentar a su padre (Robert Duvall), un respetable y sempiterno juez con quien no se lleva. Justo cuando el primero está a punto de marcharse, el juez es acusado de haber atropellado mortalmente a un individuo con su coche. ¿Adivinen quién aceptará hacerse cargo del caso como abogado defensor?
Con todos los elementos en su lugar para manipular las emociones del espectador, los dos actores se lucen según podría esperarse de ellos. Con el apoyo de un reparto secundario impecable –Vera Farmiga, Vincent D’Onofrio, Billy Bob Thornton–, el melodrama es como una máquina bien aceitada para llegar a la esperada –y sentimental– reconciliación entre padre e hijo. Aún así, The Judge tarda mucho en llegar a su cantadísima conclusión.
Más modesto en su presupuesto, La voz en off, del chileno Cristian Jiménez, es otro melodrama familiar centrado en la figura de una actriz fracasada (Ingrid Isensee), divorciada de su marido gurú, vegetariana y en proceso de depuración electrónica (no usa computadoras ni celulares). Alrededor de ella y sus pequeños hijos gira una familia que vive en Valdivia, en la cual el padre se acaba de separar de la madre y la insufrible hermana que se doctoró en la Sorbona regresa a Chile con marido francés y bebé en ristre (¡llamado Caupolicán!).
Jiménez intenta hacer un agridulce compendio de las cosas de la vida, con el recurso constante de la voz en off, en efecto, pero las situaciones se ven forzadas para cumplir con la dosis de sentimiento y humor. Básicamente, la trama se centra en el descubrimiento de las hijas de que su padre era un marido infiel, incluso con acusaciones de acoso sexual. El realizador afirma que la película se alimentó de su admiración por Woody Allen, Wes Anderson y Yasujiro Ozu, entre otros. Digamos que Jiménez todavía está muy verde para situarse entre esos nombres.
El que voltea la fórmula patas arriba es el argentino Martín Rejtman, quien en Dos disparos, su sexto largometraje, abunda en su excéntrico estilo de contar una historia absurdamente graciosa. Un joven estudiante de flauta dulce, en un día de ocio veraniego, toma una pistola y se mete dos disparos, tal cual. Las heridas no son mortales, ni tienen mayor consecuencia en la historia. Ciertamente es notoria la influencia del finlandés Aki Kaurismäki en eso del humor parco. Sin embargo, Rejtman es un autor en su propio derecho, cuyo caprichoso interés narrativo es inconfundiblemente suyo. La parte más chistosa de la película viene al final, cuando la madre parte a unas lamentables vacaciones en la playa con un par de conocidas casuales. Para quien esto escribe, el desempeño de varios porteños en plan lacónico resulta irresistible.
El festival de Toronto intenta ser más festivo que nunca. Desde ayer se cerró una buena porción de la calle King para hacer una especie de improvisada zona peatonal. Y hoy se ha declarado como el día de Bill Murray, que culminará con el estreno de St. Vincent, de Theodore Melfi, tras la exhibición gratuita de El pelotón chiflado, Los cazafantasmas y Hechizo del tiempo, tres títulos representativos del singular actor cómico. Huelga decir que Murray no es canadiense sino gringo. Y de Hollywood.
Twitter: @walyder