Heraclio Alvarado Téllez, Tío Laco, presentó su más reciente disco el sábado pasado
Quiero conservar los sones para que la gente baile y se alegre
Mi estilo es difícil, y aunque no hay una escuela para enseñar tengo tres niños que están aprendiendo, afirmó el violinista de 84 años
Es uno de los grandes músicos tradicionales de la Huasteca, depositario de memorias sonoras, señaló la productora Annette Fradera
sabe que la tradición camina y se mueve, se practica y se renuevaFoto María Luisa Severiano
Lunes 8 de septiembre de 2014, p. a12
Con mi música se han formado muchas parejas... no sé cuántas, pero en lo que estoy es en conservar los sones de carnaval, para que bailen y se alegren, y para que me alegre yo
, expresó en entrevista Heraclio Alvarado Téllez, quien presentó el sábado pasado su disco Sones de carnaval y otros antojos... Trío Colatlán del Tío Laco, en el Centro Social y Cultural Veracruzano.
Alegría. Oírlo con su trío genera inediatamente ganas de bailar. Parejas subieron al escenario del teatro Rafael Solana para demostrar su experiencia en la danza. Los demás disfrutaron sentados el espectáculo.
Annette Fradera, especialista del género, productora musical e impulsora de la grabación del cedé, expuso: “Sones de carnaval y otros antojos... es producto del gusto y de la terquedad. El gusto de don Heraclio Alvarado Téllez, Tío Laco, quien quiso una grabación donde estuviera la música y los músicos que a él se le antojaran. La terquedad de quienes nos empeñamos en que así fuera.
“Tío Laco es uno de los grandes músicos tradicionales de la Huasteca, depositario de memorias sonoras con las que dialoga cotidianamente y que comparte porque ese es su sentido. Sabe que la tradición camina y se mueve, se practica y se renueva porque en realidad es pura vida del día a día. Por eso es que decidimos darle forma a ese antojo del Tío.”
El Tío Laco escuchaba desde un asiento, entre el público. A sus 84 años se vale por sí mismo. Es un flaco correoso y su buen sentido del humor lo conserva fuerte. Nada de un cuerpo inclinado, vencido por el tiempo. Además, para bailar hay que mostrar porte y la columna debe estar erguida. Las manos, a los costados. El zapateado, a veces como volando, otras marcando el pegajoso ritmo; los neófitos tan sólo mueven los ojos o llevan los compases moviendo la punta del pie. Y aplauden.
Se proyectó una semblanza del músico y quien no sabía de él quedó enterado de que es y será el último violinista tradicional de sones de carnaval, duelo de un estilo sólo posible por una vida dedicada en la que la música creció con él y él con ella. Eso desde niño. Tuvo un regalo cuando era pequeño: un violín. El instrumento fue vendido cuando falló el dinero y no pudo tocar. Pero se hizo un violín con carrizo.
Luego anduvo en las cantinas, tocando y aprendiendo a tratar al público, muchos de ellos borrachos que piden que se les complazca al calor de decir ¡salud!
“El gusto para nosotros es rehacer, todavía, y encontrar los huapangos, para que no se vayan a perder. Hay unas costumbres que ya se perdieron, como algunos bailes. Ahora estamos tomando la nueva idea, pero queremos que bailen los que saben hacerlo. ¡Que lo demuestren! La gente se alegra bailando.
“¿El dinero? No, pues para tenerlo hay que trabajar. La música ahí la llevamos. No hice más grabaciones, porque no se ha podido. Lo primero es ensayar. Los que ya saben tocar no hay problema. En una grabación se necesita no tener equivocaciones. Mi estilo es difícil. Ahorita tengo tres niños que están aprendiendo. Tienen de 8 a 9 años. Otros seis ya están tocando y uno ya está en Estados Unidos.
El orgullo que me queda es que no se pierda la música. No tuve una escuela para enseñar y, según se dice, va a haber una en Papantla. A mí me alegra cuando estoy con los huapangueros. Hemos ido a Pánuco y otros sitios. Es estar entre amigos, pero con alegría.
Aceptó que la naturaleza no es la misma de cuando él era niño. “Cada día somos más. Colatlán ya está viejito. Ya tiene más de 400 años. No ha crecido más por la pobreza. A mí nadie me enseñó en forma; yo vine a aprender solito. Andaba yo de vago por Poza Rica. Había huapangueros y me asomaba en las cantinas, donde se toca y canta.
“Es necesaria la calle para tocar, y la noche, las tardes. ¿Las mujeres? No. Aquí lo que vimos no es difícil porque aprenden todos (las parejas que bailaron), pero ya con los borrachos las mujeres no se animan. No es difícil entender eso, porque en las cantinas hay borrachos. Tenemos que hablar lo que es. No soy envidioso. ¿Por qué? Nada. No tengo por qué.
En un fandango he tocado ocho o 10 horas. A veces el compromiso es por ocho horas, pero no falta quien salga y diga que paga otras dos. Ni modo; así es la vida de uno.
–¿Quien quiera contratarlo qué debe hacer? ¿Dónde lo localizan?
–En mi casa. O por Internet. No cobro caro. Depende de la distancia. A veces es a 400, 500, 600 pesos la hora. Los camperos vienen por 50, pero yo no, aunque considero, sobre todo si me hablan de buena manera. No soy carero.”
Gusta de comer lo que le den... frijolitos, mole...
Tocó El caballo viejo, El apareado, El guajolote carnavalero, La bamba y otros temas. Explicó que el baile apareado es para que los hombres le hablen a la mujer, porque no todo es bailar separados. Eso lo piden los muchachos que quieren hablarles a las muchachas mientras las mamás están dormidas.