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Ver día anteriorSábado 13 de septiembre de 2014Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De los cantos traviesos
E

l fin de semana pasado se ofrecieron en el Teatro de las Artes del Cenart las dos funciones de estreno de un singular proyecto escénico: Xochicuicátl cuecuechtli (‘Canto florido de travesuras’), primera ópera cantada íntegramente en náhuatl, creada por el compositor, musicólogo y divulgador Gabriel Pareyón. En el contexto de un cierto revisionismo estético-histórico-nacionalista que ha producido en tiempos recientes numerosas obras en las que la reivindicación identitaria deriva hacia el folclorismo pintoresco (o pintoresquismo folclorizante), quizá se justificaba un cierto escepticismo a priori; sin embargo, la seriedad y el rigor aplicados por Pareyón a este proyecto han producido una obra sólida en sus cimientos, atractiva en su componente sonora y fresca en su presentación escénica.

La fuente textual de la obra está en los cuecuechcuicátl o cantos traviesos, que en realidad son cantos de un claro contenido erótico expresados a través de alusiones, metáforas, analogías y dobles sentidos, en ocasiones cercanos a nuestro más moderno concepto del albur. A falta de otra comparación, podría hablarse quizá de una especie de picaresca prehispánica, pero de intención más profunda. En lo general, uno de los aciertos de Pareyón en esta obra (a la que los puristas se resistirán a calificar como una ópera, pero no importa) está en su capacidad de preservar y comunicar lo que estos cantos traviesos tienen de erotismo sensual y lúdico, pero también sagrado y siempre cercano al mundo natural.

En lo que se refiere al canto, Pareyón ha propuesto en su ópera una forma de emisión vocal que nada tiene que ver con el concepto tradicional de la ópera ni con la escala temperada occidental a la que estamos acostumbrados. Así, lo que se canta en Xochicuicátl cuecuechtli es de difícil descripción, pero por analogía puede decirse que ahí se escuchan algunos elementos del canto hablado conocido como Sprechgesang, algunas inflexiones que parecen provenir de distintas formas escénico-musicales de las culturas orientales, y ciertas sonoridades guturales que se encuentran en los cantos de algunas culturas originarias de América del Norte. La combinación resulta insólita, y su efecto es el de potenciar el elemento ritual que corre como uno de los hilos conductores a lo largo de esta obra de Gabriel Pareyón.

Como acompañamiento para las voces, el compositor propone una singular orquesta de 12 músicos, anclada en el trabajo conductor de José Navarro, formada por percusiones (principalmente huéhuetl, teponaztli, sonajas) y alientos (silbatos, ocarinas) y a la que se ha añadido, literalmente, hasta el molcajete; caracol y cascabeles completan el atractivo ensamble instrumental. Para este conjunto de arcaica y eficaz sonoridad, Pareyón escribe una partitura de notación novedosa que se aleja voluntariamente de la complejidad rítmica, prefiriendo mantener la claridad en los pulsos y la coherencia en los ritmos. Mérito singular del compositor es la generación de texturas sonoras cambiantes que acentúan el elemento naturalista, que es una de las facetas destacadas de Xochicuicátl cuecuechtli. Uno de los hallazgos destacados de la música de esta ópera está en la sonoridad simultánea de tres metates con sus respectivas manos que, tocados en escena de manera diegética, producen una fresca y telúrica textura.

El trazo escénico es sencillo y directo, con interesantes apuntes de estilización de movimiento, y venturosamente alejado de las intenciones vanguardistas que suelen ensuciar y enredar a tantas acciones teatrales contemporáneas. Y a pesar de esa sencillez (o quizá precisamente como consecuencia de ella), se han logrado algunos admirables momentos plásticos que, además de su atractivo visual, embonan cabalmente con el concepto general de la obra gracias a la buena fusión de danza, teatro, pantomima y elementos escenográficos.

Sin duda, Xochicuicátl cuecuechtli es una obra que bien merece ser vista y escuchada en representaciones adicionales en ése y otros espacios. Esta eficaz puesta en escena de la interesante obra de Pareyón, precedida por un exitoso ciclo de óperas para pequeños, señala que están pasando cosas buenas en el área de programación del Cenart.