Muestra en el Museo Nacional de Antropología
Por primera vez salen a la luz en una magna exposición
En 190 años, pocos los han admirado, dice Baltazar Brito a La Jornada
Martes 23 de septiembre de 2014, p. 4
La tecnología ha hecho posible que el majestuoso acervo de códices que resguarda la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia (BNAH) salga por vez primera a la luz para conformar una exposición que difícilmente volverá a repetirse.
Cuarenta y cuatro de los documentos más importantes en la historia del país se despliegan con sumo cuidado en cápsulas-vitrinas diseñadas a la medida, en algunas de las cuales circula un gas inerte (argón), que mantiene los estrictos niveles de temperatura (entre 18 y 20 grados) y humedad (50 a 55 por ciento).
Medio siglo del museo
Códices de México: memorias y saberes es el título de la magna muestra que abrió sus puertas al público el pasado jueves en la sala de exposiciones temporales del Museo Nacional de Antropología (Reforma y Gandhi, Chapultepec) para celebrar los 50 años del recinto, y que este fin de semana registró largas filas para entrar.
Se respetaron, y hasta se exageraron
, en la museografía las medidas de seguridad y conservación con que las piezas se han mantenido en la bóveda de la biblioteca, a la que tuvo acceso este diario hace nueve años, cuando estaba por concluir la digitalización de los códices (La Jornada, 13/06/05).
Por ejemplo, la luz de las salas no emite calor más allá de 40 luxes, lo cual significa que no hay manera de que la luminosidad afecte los documentos. Además, cada vitrina contiene en la parte de abajo sílica gel para el control de humedad, y una cajita con carbón activado para absorber agentes contaminantes, como bacterias o polvo del ambiente.
También se instalaron sensores que emiten una alarma en caso de movimiento no autorizado de las cajas, mediante las cuales los visitantes pueden observar la belleza de los pulcros trazos de color grana u hollín.
Hay documentos que no podíamos desplegar en la bóveda, como es el caso de lienzo de Coixtlahuaca, que mide 12 metros cuadrados, de tal manera que ahora se está mostrando en todo su esplendor también a los investigadores que habían tenido oportunidad de ingresar a la bóveda
, dice Baltazar Brito Guadarrama, director de la BNAH, a La Jornada.
De los más de 500 códices que se conocen en el mundo, los especialistas sólo identifican 16 como prehispánicos: entre mixtecos, mayas y los que forman parte del llamado grupo Borgia, “desafortunadamente la gran mayoría fueron destruidos por los españoles, por los frailes o por los mismos indígenas, y sobreviven unas pocas piezas; en México tenemos uno, el Colombino, el resto se encuentra fuera del país”, continuó.
Esa pieza se exhibe en una vitrina anóxica, es decir, completamente hermética y al vacío, similar a la que resguarda en Estados Unidos el acta de independencia de ese país.
Cada 10 o 15 días algunas páginas de libros serán remplazadas, ello con la finalidad de dar oportunidad al público de conocer la mayor cantidad posible de los valiosos materiales que, en su mayoría, están por cumplir 500 años.
Las condiciones en que resguardamos los códices son más que idóneas, eso les permi-tirá una vida mucho más larga que si permanecieran en otro ambiente. Hay que aprovechar y venir a verlos, pues sólo habían tenido acceso a ellos unas pocas personas en 190 años, cuando se fundó el museo nacional que los fue resguardando. Este acervo no es para unos pocos, los códices son de todos y en estos meses es una grandiosa oportunidad tenerlos en esta exposición
, reiteró el doctor Brito, quien también es curador de la muestra.
Los códices, realizados en piel de venado, en tela de algodón, fibra de maguey o en papel amate, por la gran calidad artística de sus dibujos, son considerados obras maestra de arte y una delicia no sólo para los historiadores, sino para los artistas que comienzan a visitar la exposición, quienes los admiran felices. Por ejemplo, ayer una investigadora decía que por primera vez iba a poder ver todos los trazos de los tocados, los peinados, los penachos, que es su materia de estudio
.
En Códices de México: memorias y saberes están un par de libros mayas del Chilam Balam, antiguos catastros de la ciudad de México, mapas, ruedas calendáricas, libros de oraciones, la historia pasada de todos los mexicanos que diestros tlacuilos narraron mediante dibujos.
La muestra se divide en tres salas: Tiempo, Espacio y Poder, en las cuales también se muestran algunas copias, por ejemplo, una del siglo XIX del Códice Florentino (hecha por Francisco del Paso y Troncoso), cuyo original se encuentra en Florencia, Italia.
Uno de los documentos que más llama la atención es el códice fundacional
de México: el Boturini o Tira de la Peregrinación, el cual narra los orígenes del pueblo mexica, desde que salieron del mítico Aztlán hasta el arribo a Tenochtitlán.
Doblado en forma de biombo, se aprecia por primera vez en toda su longitud: 5.50 metros. La ocasión anterior que se mostró fue en 1824, en Londres.
Dibujar para el pueblo
Hay glifos que resultan familiares, como los que hacen referencia a lugares como Chapultepec (un chapulín en un cerro), Pantitlán (una pantli, en náhuatl: bandera) o Azcapotzalco (un lugar rodeado de hormigas).
Otros códices contienen dibujos hermosos que narran, por ejemplo, que el señor de un pueblo murió (se representa con un bultito blanco atado), pero después se transformó en nagual (una línea conduce a un hombre con forma de jaguar).
Antes se pensaba que la escritura indígena consistía en imágenes mnemotécnicas que sólo recordaban un discurso, el cual, para entenderlo, se necesitaba conocer el contexto cultural. Pero recientes corrientes de interpretación identifican los glifos como una escritura. Por ello, en el estudio de los códices participan ahora filólogos, entre otros especialistas.
En muchos casos no se sabe quiénes fueron los autores de los códices, porque el tlacuilo es anónimo, realiza un trabajo para la comunidad. No existen documentos donde vengan nombres que identifiquen quién dibujó tal o cual códice
, explica Baltazar Brito.
Añade que en la época virreinal, “en algunos casos sí se sabe quién fue el escribano, pero normalmente en el tlacuilo indígena no existe esa idea de derechos de autor o el pensar soy el gran artista, aunque lo sean, pues dibujan para su pueblo. Lo que sí vemos son diferentes trazos, ‘caligrafías’ distintas”.
Si se hubiera resguardado de manera correcta, el lienzo de Huamantla mediría 21 metros cuadrados, detalla, pero hoy tenemos sólo algunos fragmentos, otros están en Alemania y otros se perdieron. Esos grandes lienzos se leían en el piso, no en mesas, para que la gente alrededor los pudiera ver bien. La persona o sacerdote que los leía a la comunidad caminaba alrededor e iba explicándolos. En este caso, el lienzo es otomí
.
La textura del amate, la piel o la tela no se comparan con el mejor de los facsímiles que se hayan hecho de los códices, por eso el director de la BNAH informa que se realizarán nuevas digitalizaciones de los documentos que se encuentran en esta muestra, pues las condiciones son perfectas
para hacerlo.
El domingo pasado se formaron largas filas para ingresar a mirar los códices, entre los que también se aprecian el Badiano, la Matrícula de Tributos, el Sigüenza, las Genealogías de Tlaxcala, el Dehesa (de Oaxaca) y de Huejotzingo, entre otros.
La entrada a la exposición Códices... es gratuita, en horario de martes a domingo de nueve a 19 horas; terminará el 11 de enero de 2015.