Voz en el tiempo
l tiempo es naturalmente música, y la música no es siempre felicidad, pero trae felicidad.
Somos repetitivos, es nuestra condición, pero ¿no deberíamos repetirnos cada vez mejor?
El tiempo es el tiempo, pero el tempo es el tempo.
Vivimos en un caos, al que hay que encontrarle su musicalidad.
Imaginar el tiempo como una melodía me parece salvífico. ¿Qué tal como armonía?
Silencio, que oigo música.
La música, se sabe, no es sino el arte de darle tiempo al tiempo.
No digo que haré música (quizá, pudiera ser, hacer alguna cosa con la música me sea dado), digo que seguiré sus enseñanzas, que aprenderé, si no música, sí de la música.
La voz de cada quien dice su tiempo, dicho mejor, su temporalidad.
No hay en el arte oficio que no sea trasunto, en la temporalidad, de alguna como especie de sentimiento eterno, de lo probablemente tocado por lo eterno. Ya de regreso a la temporalidad el artista se sabe llamado por aquello que ejerciendo su oficio le tocó, lo tocó, y de ahí esa especie de religiosidad (de digamos ritual para la trascendencia) que marca todo arte, toda obra de arte.
Una tristeza sin música, eso es tristeza.
Para el poeta, atrevo, el tiempo es experiencia, no materia de reflexión (mas el acto poético no necesariamente excluye la reflexión, y aun en los poemas más aparentemente irracionales la reflexión digamos reverbera).
Entrar al tiempo otro ¿es verdaderamente entrar al propio tiempo?
Tocar el tiempo es imposible; lo no imposible es ser tocado por el tiempo.
Demonios hay por todos lados, pero el demonio principal es el que te saca de tu tempo.
Olvidarse en el tiempo, dejarse en él fluir, se parece a lo eterno.
El tiempo de repente es como un biombo: puede desplegarse –y replegarse.
Que el tiempo de la palabra sea dicho, que la palabra del tiempo dicha sea. No veo mejor aspiración para un poeta.