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Michoacán y el monopolio de la fuerza
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esde mediados de 2006, fuentes gubernamentales y analistas coinciden en que la violencia en Michoacán está vinculada con la guerra a las drogas, estrategia puesta en práctica por el presidente de Estados Unidos Richard Nixon, en 1971. Ahora, cuando crece un consenso internacional sobre el fracaso de ese enfoque militarista, cabe citar a Noam Chomsky cuando afirma que las fallidas consecuencias de la lucha antinarco fueron intencionales; es decir, calculadas. Según el catedrático del Instituto Tecnológico de Massachusetts, esa estrategia ha tenido un propósito diferente al anunciado: sirvió para controlar y anular esfuerzos autonómicos de comunidades campesinas y beneficiar a poderosos intereses, en particular, los de grandes empresarios agrarios y del sector financiero y bancario que se benefician del mercado creado por los traficantes (Chomsky, La Jornada, 13/5/12).

En ese contexto, y dado que las fuerzas armadas mexicanas concentran la mayor capacidad de violencia legítima del Estado y desde 2002 han quedado subordinadas de facto al Comando Norte del Pentágono, conviene preguntar por qué la institución armada y sus poderosos aliados no han podido controlar el territorio michoacano. La interrogante no es ociosa ni inocente. A comienzos de 2013, cuando se desataba una lucha fratricida entre civiles armados pertenecientes a Los caballeros templarios y las autodefensas ciudadanas de los municipios de Tepalcatepec, Buenavista Tomatlán y Coalcomán −con la activa participación del grupo Jalisco Nueva Generación−, oficiales de la Secretaría de la Defensa Nacional estaban enfrascados en el estudio del Manual de guerra irregular (DNM 103), que como se indica en su prólogo, comprende operaciones de guerrilla contra un invasor (una forma de lucha o de operaciones que combina la labor de las fuerzas armadas en la guerra convencional con los esfuerzos de resistencia continua de la población), y operaciones de contraguerrilla o restauración del orden contra rebeldes o transgresores de la ley que empleen tácticas de guerrilla.

Dicha estrategia abreva en sendos decretos del presidente Benito Juárez, quien en 1862 utilizó la guerra de guerrillas (unidades ágiles y flexibles integradas por civiles) como auxiliar del ejército regular contra las tropas invasoras francesas. Según el manual de la Sedena, en la actualidad, el actor primordial para una guerra de guerrillas contra una invasión extranjera es la población, que debe proveer combatientes, medios de subsistencia y la información esencial para actuar.

Como características fundamentales de un guerrillero, el texto destaca: vigor y resistencia física; ingenio y astucia; individualidad; conocimiento del terreno (de preferencia nativos del lugar); resistencia moral y patriotismo; conocimiento de la población civil; espíritu de aventura (sic). Añade que la guerrilla puede integrarse con personal militar y personal militarizado y civil, siendo lo mejor establecer unidades combinadas. Y dado que la guerrilla es una acción militar, debe contar con asesores y profesionales militares especializados en guerra irregular, operaciones sicológicas (propaganda negra, gris y blanca) y relaciones con la población civil. A los que se sumarán agentes secretos, confidenciales y auxiliares.

Entre las actividades clandestinas compartimentadas de un agente auxiliar en áreas rurales y poblaciones pequeñas figuran obtener información; propalar rumores y dar información falsa al enemigo; recolectar fondos; proporcionar abastecimientos; reclutar personal; establecer contactos con agentes secretos; servir de guías o exploradores; realizar actos de sabotaje, secuestros, eliminación de colaboradores del enemigo y robos a mano armada. Consigna, también, que los grupos auxiliares deben contar con personal nativo o elementos que tengan motivos fundados para viajar o permanecer en el campo sin levantar sospechas: cazadores, guardabosques, pescadores, compradores de ganado, choferes de camiones foráneos de carga, maestros rurales o cualquier persona que pueda viajar libremente (con autorización) por zonas aisladas del territorio bajo control del enemigo.

En el capítulo octavo, el documento de 219 páginas incluye algunas misiones de la guerrilla en apoyo a las operaciones de las fuerzas regulares, y asienta que las unidades guerrilleras son organizadas, equipadas y adiestradas para ejecutar operaciones ofensivas en áreas controladas por el enemigo.

En el punto 275 se mencionan misiones como auxiliar a las fuerzas regulares en la vigilancia y protección de áreas (sensibles); el cumplimiento de funciones de policías en ciudades, pueblos y rancherías, y auxiliar a las fuerzas regulares en el control de prisioneros. Otras misiones son buscar y recolectar información; estorbar y/o bloquear el movimiento (del enemigo); capturar y retener terreno crítico; conducir operaciones de engaño; proporcionar guías; localizar blancos para la artillería o la aviación; cooperar en la evasión y escape de personal propio en territorio enemigo (rescate de presos). Asimismo, en apoyo directo a las operaciones regulares de combate, las unidades guerrilleras deben ser capaces de capturar y retener el objetivo principal o avenidas de aproximación claves por un tiempo limitado que permita la llegada de las fuerzas convencionales.

Huelga decir que muchas de las misiones mencionadas en el manual de la Sedena, como emboscadas, sabotajes, secuestros; eliminación de enemigos; bloqueos y cortes de carreteras; ocupación temporal de territorios; operaciones de engaño y propaganda negra, etcétera, incluido el patrullaje de unidades combinadas de militares y civiles y el uso de guías (pensemos en el auxilio de Los Viagra para ubicar a La Tuta en la actualidad) se han venido dando en Michoacán. Con una variable: donde dice guerrilla, poner La familia michoacana, Los caballeros templarios o autodefensas. Curioso, ¿no?