santificaciónde las audiencias
ntre los ecos del segundo Seminario iberoamericano de periodismo de ciencia, tecnología e innovación que se realizó la semana pasada en la Riviera Maya, en el estado de Quintana Roo –al que asistí gracias a la amable invitación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)–, hay uno que sigue rebotando en las cabezas de algunos de los participantes, o al menos en la mía. Me refiero a una especie de santificación
de las audiencias, los lectores, espectadores, el público, o como se quiera llamar a los consumidores de información científica y tecnológica. Lo que llamo santificación
consiste en poner a girar toda la labor de los comunicadores alrededor de lo que supuestamente quieren los que escuchan, leen o ven noticias con contenidos científicos.
Así, se dice, el comunicador tiene que pensar todo el tiempo en la audiencia (la llamaré así para no repetir lectores, espectadores, público, etcétera), en qué es lo que ésta quiere, necesita o le es útil. A continuación algunos colegas les recetan (a los demás comunicadores) toda suerte de consejos y mandamientos que deben seguir para que su trabajo sea bueno y la audiencia esté contenta, pues –se afirma– es a ella a quien nos debemos
…Yo pienso que todo lo anterior es falso y además puede ser contraproducente.
El primer problema es la dificultad de saber con precisión lo que la audiencia quiere (y menos aún en cuanto a información científica). Se dirá que para eso existen las encuestas o mediciones de rating, que pueden dar una idea aproximada y muy general de los intereses del público; pero si con este criterio nos preguntamos qué es lo que la mayoría de la gente en México consume, ganaría sin duda la televisión abierta. Lo que es exitoso
no puede ser un criterio para guiar la comunicación científica, pues no puede sacrificarse la calidad de los contenidos (que, acepto, también es muy difícil de medir). Además estoy seguro de que muchos comunicadores no estarían dispuestos, por ejemplo, a vestirse de payasos para divertir a la audiencia y tener éxito.
En mi opinión, aun si supiéramos qué es lo que la audiencia quiere, ¿tendrían que orientar los periodistas científicos o comunicadores en este campo su labor hacia eso? ¿Dónde quedarían, por ejemplo, las nuevas tendencias y hallazgos de la investigación, que la mayoría de las personas no conoce y, por tanto, perderían cualquier votación o valoración en los ratings?
Antes de proseguir, quiero aclarar que éste es sólo uno de los temas que aparecieron marginalmente en el seminario y ni siquiera fue abordado directamente. Los tópicos en la reunión fueron muy variados e incluyeron distintos aspectos de la comunicación de la ciencia, con la participación de 85 periodistas de 15 estados de la República y de cuatro países además de México. Asistió el director general del Conacyt, Enrique Cabrero, quien abordó aspectos centrales de la política de ciencia y tecnología, que se han difundido ya en diversos medios.
No quiero dar la impresión de que el tema que estoy tratando haya sido el aspecto central de una reunión tan diversa. Pero con todo y lo marginal que haya sido, la santificación
de las audiencias es uno de los aspectos no resueltos en la práctica de la comunicación y el periodismo científicos.
En oposición con la idea que coloca a la audiencia en el centro de la labor de los comunicadores, es importante destacar otros valores, como el que es propio de la información o lo noticioso para el caso del periodismo, la honestidad y credibilidad del comunicador y, principalmente, lo que a éste le gusta y quiere hacer. Guardando las proporciones, yo no me imagino a Juan Rulfo pensando en las audiencias al escribir El llano en llamas, ni a Albert Einstein preocupado por el público y los ratings al desarrollar su teoría de la relatividad.
Nadie puede transmitir el interés o el placer por algo si no lo siente.
En ocasiones (si no es que siempre), el comunicador parte de la ignorancia, y en el proceso de creación de un producto auditivo visual, literario o virtual, aprende algo, lo entiende y entonces puede compartirlo. Pero es la pasión o incluso la obsesión lo que puede guiar este proceso. La honestidad para reconocerse a sí mismo es lo que permitirá al comunicador conectarse genuinamente con otros, establecer lazos ocasionales o perdurables, pero siempre genuinos, que dan lugar al surgimiento de nuevas cualidades en la relación entre el comunicador y la audiencia.